Memorias de un astorgano (IV): Mis correrías por el campo
![[Img #60551]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2022/6931_10421614_1093779730651445_4986408305583240155_n.jpg)
(...)
Mi padre quería llevarme con él a la Argentina y tenia empeño en ello, pero fue disuadido por la familia después, a pesar de que algunos emigrantes así lo hicieron. Tenía gran afición a la caza y fue fundador, con otros, de la Sociedad ‘La Venatoria’, para legalizar el sistema. En las grandes cacerías a mí me llevaban, con otro chico que se llamaba Moisés Negro, para que quedara al cuidado de los caballos y llegué a montarlos con agilidad y dominio. (En el año 41 y con esos mismos años, tuve necesidad de ir a por alimentos a diversos pueblos y volverme caballista; después de tantos años y comprobé que al maduro aún le servían las enseñanzas del niño).
Se conoce que desde la carlistada, en Astorga no se había vuelto a disparar un tiro y los campos y las tierras comarcales tenían abundancia de caza, pues estaban vírgenes del uso de la pólvora y así los cazadores venían de sus excursiones cargados sus cintos de piezas cobradas: conejos, liebres, perdices y codornices; y acuciados por el éxito, se metieron de lleno a la caza mayor en el Teleno, donde había abundancia de jabalíes, vendiendo su carne codiciada en el comercio de ultramarinos de don Jesús Martínez.
‘La Venatoria’ la componían, entre los que recuerdo, mi padre, llamado Elías Gervasi, don Julio Bustillo Olaran (que tenía almacén de carbones), don Faustino García (fabricante de chocolates), don Ricardo Sabugo (canónigo), don José Bouzas (un teniente del Ejército, retirado, que vivía en la calle del Pozo), don Jesús Martínez (dueño del Hotel Roma), don Venancio Velasco (dueño de una confitería) y don Angel Nistal (fabricante de alfombras que era el más joven de la cuadrilla).
Entonces compensaba el deporte de la caza, pues era relativamente barata la pólvora y los tiros y la caza era abundante. No así la escopeta que solía ser cara y utensilio de lujo. Aparte algunas veces hicieron razias contra los lobos; pero las incursiones en el Teleno fueron tantas que exterminaron por completo a los jabalíes que abundaban.
En época de veda, por ansia de pegar tiros, pedían permiso para matar a los grajos o choyas, que sobre todo en la Torre Vieja existían a millares. Entonces había dos clases de pájaros rapaces, unos blancos y otros negros; los negros son las choyas actuales, los blancos eran gaviluchos, que disputaban a las choyas el sitio del hospedaje y aunque andaban juntos en bandadas (algunas veces, otras no), sabían de luchas entre sí. Lo cierto es que los blancos desaparecieron, bien por su marcha o por que en las luchas los exterminaron.
En una tarde mataban cientos que eran cogidos del suelo por gente pobre, que decían que eran muy duras, pero que cociéndolas bien sabían buenas. También iban algunas veces a la Torre pues también abundaban y hacían un daño grande en las tierras sembradas circundantes. La Torre era un edificio cuadrado, de unos 18 metros de altura que unos decían fue mezquita y otros sinagoga; habían desaparecido todas las dependencias interiores, teniendo algunas vigas atravesadas; en muros, de más de un metro de espesor, interiormente lleno de agujeros, estaba infestado de pajarracos. El sitio era frente al Bar Correos y cogía la casa del Banco de Crédito Exterior y Muebles Lois, la exposición de Teo, la lujosa de la Zamorana y las dos de la vuelta incluyendo la de Florentino, el de las gaseosas.
![[Img #60552]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2022/3667_astorga-67.jpg)
Antes de seguir adelante, quiero dejar señalado aquí las impresiones que me dejaron la conmemoración del Centenario de los Sitios de Astorga, que fue cuando se puso la estatua del León y el Águila en la Plaza del Obispo Alcolea. Pusieron también ia cascada-fuente que estuvo muchos años en la Alameda Alonso Criado y encima de ella el templete de la música, provisionalmente.
El día de la conmemoración —entonces era alcalde don Federico Alonso Garrote— soltaron muchas palomas y vino el Regimiento de Burgos, con guarnición en León (no todo, sino unas compañías) y recorrieron las calles circundantes de las murallas y las conservadas de aquellos tiempos, como la de la Culebra, Santiago, de la Cruz, etcétera. En el atrio de la Catedral disparaban salvas desde la pared de Santa Marta a la de la Catedral y volviendo a ésta tiraban a la otra y así unas cuantas veces y nosotros, entre las piernas de los soldados, cogíamos las casquillos y algún empujón, bofetón o puntapié, según cuadrara.
Detrás del Templo mayor, camino del cementerio, don Santiago Domínguez (el abuelo del actual funerario) que era conocido por el ‘ti Santiagote’, era el encargado de tirar los cohetes bombas en las procesiones y en las fiestas. Ponía unos morteros debajo de tierra y con una mecha de metro y medio aproximadamente. Cuando la prendía salíamos disparados corriendo, pues cuando explotaba lanzaba tierra y piedras para los lados, pero sobre todo metía un estruendo que temblaba la tierra y decían que era similar a los bombardeos de las tropas francesas contra Pedro Mato. Nosotros ayudábamos a hacer el hoyo y los trabajos.
Creo recordar que en la Plaza Mayor, al lado del Cantón se puso una fuente de vino y hubo borracheras a destajo. Hubo desfile de carrozas y una simulada al castillo de los marqueses de Astorga.
A los 13 años estaba yo trabajando en las obras por los tejados, ayudando a poner los canalones para las bajadas de aguas, estañando y poniendo cristales en las casas particulares, unos meses hasta que fui a trabajar con un quincallero joven con el cual agarrado por un asa y él por otra, llevábamos una cesta plana de metro y medio de larga por unos ochenta centímetros de ancha, e íbamos pregonando por las calles la mercancía, que consistía en puntillas, betún y cordones, ropa interior de mujer y artículos propios hoy de una mercería. Seguramente existen hoy personas que recuerden a aquel quincallero que se hizo popular en la ciudad y que estuvo aquí bastante tiempo (en los años 1913 y 1914) pregonando a grandes voces diciendo poco más o menos lo siguiente: “Gangueronas, monos al trote, que dejáis quemar el puchero en la lumbre por charlar y no salís a comprar lo que os conviene, puntillas, bragas sujetadores, etcétera”. A pesar de parecer un insulto, el anuncio tenía éxito en los barrios y una nube de mujeres salía a su encuentro, ya que tenia ‘ángel’ para las mujeres, por su simpatía.
![[Img #60550]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2022/5646_15978004_1549323048430442_8617284910376392044_n.jpg)
Solía terminar por las tardes parándose en casa de ‘la Gregoria’, en la calle del Cristo, que era una casa de prostitución y yo entraba con él. No piense nadie que presencié actos deshonestos o que oyera blasfemar o decir palabrotas; me trataban como a un hijo más y una vez notó alguna reconvención, de una a otra, por si hizo o quería hacer algo que no estuviera bien delante de mí. Me querían todas y me metían en la cocina y me daban golosinas a porfía, ‘la Gregoria’, ‘la Gitana’, ‘la Andaluza’ y ‘la Asturiana’. Tenían instintos maternales y les hacía gracia y desarrollaban su ternura hacia aquél chiquillo, pues representaba menos años por estar poco desarrollado, que podían ellas acariciar sin pensamientos libidinosos. Una de ellas, ‘la Asturiana’, alta y fuerte, me acaparaba y mandándome sentar en sus rodillas, me besaba y me abrazaba y casi siempre lloraba, lo que hacía que las demás me separaran y lo más extraño era que todas trataban de consolarla. En mi interior preveía alguna tragedia incomprensible para mí. Lo que sí me chocaba y no se recataban el hacerlo, era el verlas fumar. Los martes, con un tablero parecido al que en los cines llevan los botones venciendo caramelos, iba yo por el mercado vendiendo cordones, betunes y artículos de mercería, propiedad del quincallero.
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Mi padre quería llevarme con él a la Argentina y tenia empeño en ello, pero fue disuadido por la familia después, a pesar de que algunos emigrantes así lo hicieron. Tenía gran afición a la caza y fue fundador, con otros, de la Sociedad ‘La Venatoria’, para legalizar el sistema. En las grandes cacerías a mí me llevaban, con otro chico que se llamaba Moisés Negro, para que quedara al cuidado de los caballos y llegué a montarlos con agilidad y dominio. (En el año 41 y con esos mismos años, tuve necesidad de ir a por alimentos a diversos pueblos y volverme caballista; después de tantos años y comprobé que al maduro aún le servían las enseñanzas del niño).
Se conoce que desde la carlistada, en Astorga no se había vuelto a disparar un tiro y los campos y las tierras comarcales tenían abundancia de caza, pues estaban vírgenes del uso de la pólvora y así los cazadores venían de sus excursiones cargados sus cintos de piezas cobradas: conejos, liebres, perdices y codornices; y acuciados por el éxito, se metieron de lleno a la caza mayor en el Teleno, donde había abundancia de jabalíes, vendiendo su carne codiciada en el comercio de ultramarinos de don Jesús Martínez.
‘La Venatoria’ la componían, entre los que recuerdo, mi padre, llamado Elías Gervasi, don Julio Bustillo Olaran (que tenía almacén de carbones), don Faustino García (fabricante de chocolates), don Ricardo Sabugo (canónigo), don José Bouzas (un teniente del Ejército, retirado, que vivía en la calle del Pozo), don Jesús Martínez (dueño del Hotel Roma), don Venancio Velasco (dueño de una confitería) y don Angel Nistal (fabricante de alfombras que era el más joven de la cuadrilla).
Entonces compensaba el deporte de la caza, pues era relativamente barata la pólvora y los tiros y la caza era abundante. No así la escopeta que solía ser cara y utensilio de lujo. Aparte algunas veces hicieron razias contra los lobos; pero las incursiones en el Teleno fueron tantas que exterminaron por completo a los jabalíes que abundaban.
En época de veda, por ansia de pegar tiros, pedían permiso para matar a los grajos o choyas, que sobre todo en la Torre Vieja existían a millares. Entonces había dos clases de pájaros rapaces, unos blancos y otros negros; los negros son las choyas actuales, los blancos eran gaviluchos, que disputaban a las choyas el sitio del hospedaje y aunque andaban juntos en bandadas (algunas veces, otras no), sabían de luchas entre sí. Lo cierto es que los blancos desaparecieron, bien por su marcha o por que en las luchas los exterminaron.
En una tarde mataban cientos que eran cogidos del suelo por gente pobre, que decían que eran muy duras, pero que cociéndolas bien sabían buenas. También iban algunas veces a la Torre pues también abundaban y hacían un daño grande en las tierras sembradas circundantes. La Torre era un edificio cuadrado, de unos 18 metros de altura que unos decían fue mezquita y otros sinagoga; habían desaparecido todas las dependencias interiores, teniendo algunas vigas atravesadas; en muros, de más de un metro de espesor, interiormente lleno de agujeros, estaba infestado de pajarracos. El sitio era frente al Bar Correos y cogía la casa del Banco de Crédito Exterior y Muebles Lois, la exposición de Teo, la lujosa de la Zamorana y las dos de la vuelta incluyendo la de Florentino, el de las gaseosas.
Antes de seguir adelante, quiero dejar señalado aquí las impresiones que me dejaron la conmemoración del Centenario de los Sitios de Astorga, que fue cuando se puso la estatua del León y el Águila en la Plaza del Obispo Alcolea. Pusieron también ia cascada-fuente que estuvo muchos años en la Alameda Alonso Criado y encima de ella el templete de la música, provisionalmente.
El día de la conmemoración —entonces era alcalde don Federico Alonso Garrote— soltaron muchas palomas y vino el Regimiento de Burgos, con guarnición en León (no todo, sino unas compañías) y recorrieron las calles circundantes de las murallas y las conservadas de aquellos tiempos, como la de la Culebra, Santiago, de la Cruz, etcétera. En el atrio de la Catedral disparaban salvas desde la pared de Santa Marta a la de la Catedral y volviendo a ésta tiraban a la otra y así unas cuantas veces y nosotros, entre las piernas de los soldados, cogíamos las casquillos y algún empujón, bofetón o puntapié, según cuadrara.
Detrás del Templo mayor, camino del cementerio, don Santiago Domínguez (el abuelo del actual funerario) que era conocido por el ‘ti Santiagote’, era el encargado de tirar los cohetes bombas en las procesiones y en las fiestas. Ponía unos morteros debajo de tierra y con una mecha de metro y medio aproximadamente. Cuando la prendía salíamos disparados corriendo, pues cuando explotaba lanzaba tierra y piedras para los lados, pero sobre todo metía un estruendo que temblaba la tierra y decían que era similar a los bombardeos de las tropas francesas contra Pedro Mato. Nosotros ayudábamos a hacer el hoyo y los trabajos.
Creo recordar que en la Plaza Mayor, al lado del Cantón se puso una fuente de vino y hubo borracheras a destajo. Hubo desfile de carrozas y una simulada al castillo de los marqueses de Astorga.
A los 13 años estaba yo trabajando en las obras por los tejados, ayudando a poner los canalones para las bajadas de aguas, estañando y poniendo cristales en las casas particulares, unos meses hasta que fui a trabajar con un quincallero joven con el cual agarrado por un asa y él por otra, llevábamos una cesta plana de metro y medio de larga por unos ochenta centímetros de ancha, e íbamos pregonando por las calles la mercancía, que consistía en puntillas, betún y cordones, ropa interior de mujer y artículos propios hoy de una mercería. Seguramente existen hoy personas que recuerden a aquel quincallero que se hizo popular en la ciudad y que estuvo aquí bastante tiempo (en los años 1913 y 1914) pregonando a grandes voces diciendo poco más o menos lo siguiente: “Gangueronas, monos al trote, que dejáis quemar el puchero en la lumbre por charlar y no salís a comprar lo que os conviene, puntillas, bragas sujetadores, etcétera”. A pesar de parecer un insulto, el anuncio tenía éxito en los barrios y una nube de mujeres salía a su encuentro, ya que tenia ‘ángel’ para las mujeres, por su simpatía.
Solía terminar por las tardes parándose en casa de ‘la Gregoria’, en la calle del Cristo, que era una casa de prostitución y yo entraba con él. No piense nadie que presencié actos deshonestos o que oyera blasfemar o decir palabrotas; me trataban como a un hijo más y una vez notó alguna reconvención, de una a otra, por si hizo o quería hacer algo que no estuviera bien delante de mí. Me querían todas y me metían en la cocina y me daban golosinas a porfía, ‘la Gregoria’, ‘la Gitana’, ‘la Andaluza’ y ‘la Asturiana’. Tenían instintos maternales y les hacía gracia y desarrollaban su ternura hacia aquél chiquillo, pues representaba menos años por estar poco desarrollado, que podían ellas acariciar sin pensamientos libidinosos. Una de ellas, ‘la Asturiana’, alta y fuerte, me acaparaba y mandándome sentar en sus rodillas, me besaba y me abrazaba y casi siempre lloraba, lo que hacía que las demás me separaran y lo más extraño era que todas trataban de consolarla. En mi interior preveía alguna tragedia incomprensible para mí. Lo que sí me chocaba y no se recataban el hacerlo, era el verlas fumar. Los martes, con un tablero parecido al que en los cines llevan los botones venciendo caramelos, iba yo por el mercado vendiendo cordones, betunes y artículos de mercería, propiedad del quincallero.
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