No sé cómo
![[Img #60731]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2022/5572_carrizo.jpg)
“Para ti, que me quisiste tanto, que aún –estoy seguro– me quieres, pese haber caído ya la noche, esta noche tan negra, tan fría.”
I
He venido todo el camino pensando en ti. No te has ido de mi cabeza en ningún momento. Ni el paisaje, ni la radio, nada, me ha distraído de lo que te está pasando. Todo el camino doliéndome tu angustia, tu miedo, tu cansancio. Todo tu dolor. Ese dolor que te arrancaría con las manos, con las uñas, a zarpazos; con la boca, con los dientes, a mordiscos, a dentelladas. Con lo que fuera y como fuera.
Me dueles. ¡Cómo me dueles! Me gustaría sentarte en mis rodillas, como tú me sentabas en las tuyas cuando yo era pequeño, y acariciarte la cara. Besarte como tú me besabas. Decirte palabras cariñosas, esas mismas que tú siempre me decías. Consolarte. Y no sé cómo hacerlo. No sé cómo salvarte. No sé cómo llegar a ti para cogerte de la mano y sacarte de ese mal que te está matando. Que nos está matando.
Ayúdame. No cedas. Resiste. Dame la mano y deja que te lleve conmigo. Confía en mí. Abrázame, que lo vamos a lograr. Aún estamos a tiempo. A tiempo de salir a dar un paseo; de sentarnos en la acequia; de contarnos cosas; de recordar; de volver a reír. A tiempo de todo.
Venga, vamos, deja eso. Nos están esperando los días azules; los aviones cruzando el cielo; este tiempo de otoño que tanto te gusta; los últimos melocotones; las uvas de la parra; los higos; las manzanas, más sanas este año que nunca; toda la huerta; la puesta del sol; los primeros fríos; las estrellas; la luna; el silencio de la noche. Vamos, no te entretengas más. Nos aguarda la vida.
II
No he podido salvarte. Esta vez no. Esta vez el mal ha llegado más fuerte. Ha llegado poderoso y me ha vencido. Te di la mano y me la agarraste. Pensé que podría subirte. Pero no. Te escurrías. Tus dedos resbalaban por mis dedos. Te ibas. Yo apretaba los dientes. Tú también. Resultó inútil, te fuiste. Caías. Vi cómo te hundías en el abismo. Cómo te alejabas. Cada vez más distante, más pequeño, más borroso. Cuando quise darme cuenta, ya no estabas. Te habías ido completamente. ¡Fue tan rápido todo!
Y ahora no sé en dónde has caído. No sé desde dónde me miras. No sé de dónde me llega tu voz. Tu voz que ya no es tu voz. No sé cómo es ese mundo en el que estás. Dime cómo son las cosas allí. Dime cómo es el maíz, el trigo, el lúpulo. Dime cómo son las alubias. ¿Hay higueras? ¿Y parras? ¿Los cerezos tienen también, como los nuestros, la flor blanca? ¿Dan cerezas gordas? ¿O son menudas y malas? Dime, ¿hay huertas allí?
No, no me lo digas, que ya lo sé. No hay nada. Allí solo hay noche, y frío, y soledad. Ese es un mundo oscuro, casi negro, sin colores, sin luz. Un mundo feo. Feo y triste.
Pero no dejes de mirarme, aunque no alcances a verme. Háblame. Háblame de lo que sea. No dejes de decirme cosas. No dejes de tentar con tu mano mi cara. Aunque tu mano tampoco es ya tu mano, huele a tu mano; me huele a ti, a lo que tú eras. No te apagues todavía. No me dejes del todo.
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“Para ti, que me quisiste tanto, que aún –estoy seguro– me quieres, pese haber caído ya la noche, esta noche tan negra, tan fría.”
I
He venido todo el camino pensando en ti. No te has ido de mi cabeza en ningún momento. Ni el paisaje, ni la radio, nada, me ha distraído de lo que te está pasando. Todo el camino doliéndome tu angustia, tu miedo, tu cansancio. Todo tu dolor. Ese dolor que te arrancaría con las manos, con las uñas, a zarpazos; con la boca, con los dientes, a mordiscos, a dentelladas. Con lo que fuera y como fuera.
Me dueles. ¡Cómo me dueles! Me gustaría sentarte en mis rodillas, como tú me sentabas en las tuyas cuando yo era pequeño, y acariciarte la cara. Besarte como tú me besabas. Decirte palabras cariñosas, esas mismas que tú siempre me decías. Consolarte. Y no sé cómo hacerlo. No sé cómo salvarte. No sé cómo llegar a ti para cogerte de la mano y sacarte de ese mal que te está matando. Que nos está matando.
Ayúdame. No cedas. Resiste. Dame la mano y deja que te lleve conmigo. Confía en mí. Abrázame, que lo vamos a lograr. Aún estamos a tiempo. A tiempo de salir a dar un paseo; de sentarnos en la acequia; de contarnos cosas; de recordar; de volver a reír. A tiempo de todo.
Venga, vamos, deja eso. Nos están esperando los días azules; los aviones cruzando el cielo; este tiempo de otoño que tanto te gusta; los últimos melocotones; las uvas de la parra; los higos; las manzanas, más sanas este año que nunca; toda la huerta; la puesta del sol; los primeros fríos; las estrellas; la luna; el silencio de la noche. Vamos, no te entretengas más. Nos aguarda la vida.
II
No he podido salvarte. Esta vez no. Esta vez el mal ha llegado más fuerte. Ha llegado poderoso y me ha vencido. Te di la mano y me la agarraste. Pensé que podría subirte. Pero no. Te escurrías. Tus dedos resbalaban por mis dedos. Te ibas. Yo apretaba los dientes. Tú también. Resultó inútil, te fuiste. Caías. Vi cómo te hundías en el abismo. Cómo te alejabas. Cada vez más distante, más pequeño, más borroso. Cuando quise darme cuenta, ya no estabas. Te habías ido completamente. ¡Fue tan rápido todo!
Y ahora no sé en dónde has caído. No sé desde dónde me miras. No sé de dónde me llega tu voz. Tu voz que ya no es tu voz. No sé cómo es ese mundo en el que estás. Dime cómo son las cosas allí. Dime cómo es el maíz, el trigo, el lúpulo. Dime cómo son las alubias. ¿Hay higueras? ¿Y parras? ¿Los cerezos tienen también, como los nuestros, la flor blanca? ¿Dan cerezas gordas? ¿O son menudas y malas? Dime, ¿hay huertas allí?
No, no me lo digas, que ya lo sé. No hay nada. Allí solo hay noche, y frío, y soledad. Ese es un mundo oscuro, casi negro, sin colores, sin luz. Un mundo feo. Feo y triste.
Pero no dejes de mirarme, aunque no alcances a verme. Háblame. Háblame de lo que sea. No dejes de decirme cosas. No dejes de tentar con tu mano mi cara. Aunque tu mano tampoco es ya tu mano, huele a tu mano; me huele a ti, a lo que tú eras. No te apagues todavía. No me dejes del todo.






