Catalina Tamayo
Sábado, 22 de Octubre de 2022

El beso

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“Ayer  te besé en los labios.

Te besé en los labios.…

Fue un beso corto…

El tiempo

después de dártelo

no lo quise para nada

ya, para nada

lo había querido antes.”

(Pedro Salinas)

 

Esta vez no me dio un abrazo, me dio un beso. Un beso también corto, como un relámpago, pero suave, cálido, profundo, muy hondo. Fue un beso lento, sin apresuramientos, lleno de eternidad. Un beso simple, nada entrecortado, limpio del todo, directo. Silencioso y ciego. Algo loco, la verdad. Algo irreverente, también, por qué no decirlo. Uno de esos besos que se sienten no en las uñas de los pies sino en el bajo vientre y despierta a las mariposas negras, ancestrales, que de pronto comienzan a aletear enloquecidas y no hay manera de ahuyentarlas. De que se vayan a otro cuerpo, a otra alma, a turbar otro corazón. Ese beso me hizo dar un salto mortal y me llevó volando hacia lo desconocido, hacia lo insospechado, hacia una vida nueva; una vida con más vida. Vida de verdad. Un beso que te enciende. Un beso llamarada que apenas dura pero abrasa. Que te deja incandescente, ardiendo por los cuatro costados, consumido. Un beso que no podría darse sin esos labios, sin esa boca, sin ese aliento. Sin ese latigazo de la sangre en las venas. Sin esa contracción del rostro. Sin ese olor de la piel. Sin el deseo contenido. Recibir un beso así, de cuando en cuando, hace que uno piense que después de todo, de tanto, esta vida merece la pena ser vivida, y dan ganas de vivir para siempre. De no morir nunca. De no parar de besar. De pecar. De pecar constantemente.

 

 

 

 

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