Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 22 de Octubre de 2022

El chavacano

 

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El otro día leía en la revista ACV un artículo sobre la palabra chabacano. Una palabra que rápidamente me llevó a mi madre. Sí, mi madre la empleaba para denunciar algo ordinario, grosero, vulgar. Una palabra que no recuerdo haberla vuelto a oír en muchísimo tiempo, quizás desde que desapareció mi madre. Por eso me interesó el artículo y resulta que resultó interesante. Lo escribe un tal A. Van den Brule A.

 

La historia se remonta a cuando los españoles surcaban los mares, algo antes de que a los ingleses, ansiosos y avariciosos de tierras y riquezas, les diera por imitarnos, abordarnos, y arrebatarnos nuestras posesiones. Me estoy refiriendo a principios del S.XVI, cuando España hizo ‘suyas’ la isla de Cuba (1511) y Filipinas (1544).

 

Filipinas era un gran archipiélago de muchas pequeñas, y no tan pequeñas, islas, unas 7.000, que España entonces se anexionó y las anexionó consiguiendo un solo gobierno para todas ellas. Se gobernaban desde México, ya que pillaban más cerca de la metrópoli por el lado del Pacífico que desde Madrid.

 

Los españoles llegaban a donde llegaran, se asentaban como podían, como les dejaban, o como lo conseguían, y después colonizaban. Algunas veces eran los propios colonizadores los que disputaban por la posesión material y espiritual del territorio, como en este caso de Filipinas, los Agustinos Recoletos y Jesuitas. Así, en 1635, se funda la ciudad de Zamboaga al sur de la isla de Mindanao. 

 

Van den Brule, afirma, con cierta seguridad, que es en esta pequeña ciudad y en esta zona de Filipinas de donde procede el ‘chabacano’, un lenguaje hispano-criollo, sin gramática ni escritura, que aglutinaba, y denominaba, a una variedad de diferentes etnias del lugar unidas por este lenguaje común. En origen, los autóctonos asimilaban como podían el vocabulario de los hacendados españoles, fuera por empatía o por miedo, imitaban las palabras de los granjeros y las transformaban en ‘palabros’. Consecuencia muy habitual en los lenguajes híbridos o criollos.

 

El chabacano es pues la denominación de un grupo autóctono -del sur de la isla de Mindanao, Filipinas- y su lenguaje. Una mezcla  entre un español mal hablado, “como un español roto”,  y los dialectos del lugar. Hay que tener en cuenta que los soldados nacionales que iban a aquellas tierras, y los pobladores en general, eran gentes sin estudios, prácticamente analfabetos, lo que propiciaba que en el intercambio léxico las  palabras de las distintas lenguas sufrieran una curiosa transformación.

 

Durante siglos el chabacano se consideró un idioma de siervos, grosero fonética y estructuralmente, y propio de gentes sin cultura. Con el tiempo alcanzaría un formato más ‘noble’, e incluso arrastraría al turismo a escuchar aquella mal llamada verborrea de una veloz dicción ininteligible. Ese extraño parloteo es probablemente una de los lenguajes mixtos o de amalgama más antiguos que se conocen en el marco de las colonizaciones.

 

Y en la Historia aparecen los ingleses ya americanizados, con una potentísima y modernísima flota de guerra que daba mil vueltas a la nuestra -ya cansada y deteriorada-, y que seguían con su ‘matraca’ de expansionarse por el mundo mundial y hacerse poderosos. Tenían dinero, mucho dinero, así que llevaban tiempo intentando comprarnos nuestras posesiones de ultramar. Consideraban que Cuba era una valiosa golosina, y realmente lo era, a la que de ninguna manera iban a renunciar; y como no estábamos por la labor de  vender, aunque el dinero nos hubiera venido estupendamente pues las arcas del reino estaban bastante menguadas, pues van y se inventan la estrategia del hundimiento del Maine y nos atacan y nos vencen. Y con esa victoria de Cavite, los ambiciosos norteamericanos, que ya apuntaban maneras, se quedan no sólo con la isla, sino también con nuestras últimas colonias: Puerto Rico, Filipinas y Guam; trámite orquestado bajo ‘el Tratado de Paris del 10 de diciembre de 1898’.

 

Desde luego jugaron sucio, y en ningún momento fueron considerados y agradecidos al apoyo que le dimos para conseguir la independencia de su casa su matriz -la Pérfida Albión- cien años antes. “Es de bien nacidos ser agradecidos” reza el refrán, pero los yanquis no lo fueron, ni lo son, ni creo que lo serán nunca; su filosofía de vida es otra “yo, mí, me, conmigo” at the first. Me viene a la cabeza ese dicho de “cría cuervos y te sacarán los ojos”, pues sí. No vendimos cuando nos ofrecían dinero y luego tuvimos que regalarla a la fuerza.

 

Con Filipinas pasó más de lo mismo. Lo que pasa que Filipinas nos pillaba un ‘poquito’ más lejos, por no decir al otro extremo del globo, sobre todo cuando México se independizó de la metrópoli (1821) y entonces había que gobernar el archipiélago desde Madrid. Allí teníamos más difícil el control y los norteamericanos, muy conscientes de la situación, aprovecharon ‘las rebajas de diciembre’ y ya que se quedaban con Cuba decidieron hacer ‘liquidación por fin de temporada’ y quedarse con el resto de nuestros ‘retales’. También pensaron que algo tenían que pagar y nos dieron 20 millones de dólares por las 7.000 islas, Puerto Rico y Guam. Algo realmente irrisorio.

 

En cuanto se instalaron en Filipinas los yanquis impusieron su idioma ‘a fuerza’ y, sorprendentemente, en cien años hicieron prácticamente desaparecer el español, idioma establecido en las islas desde trescientos años. Sin embargo, y a pesar de las influencias de los dialectos locales, en la zona suroeste de Mindanao el lenguaje coloquial sigue siendo desde entonces el chabacano.

 

Toda esta historia  pasó en el año 1898, llamado por los intelectuales el ‘desastre del 98’´. Año fatídico en el que perdimos nuestras colonias de Cuba y Filipinas que desde 1511 y 1544, respectivamente, eran ‘nuestras’.

 

Los yanquis se quedaron con ‘nuestras’ tierras y nosotros con ‘lo chabacano’. Así de ‘ventajosas’ fueron las negociaciones del Tratado de París y así han sido siempre nuestras negociaciones geopolíticas a lo largo de la Historia. Negociantes, negociantes, no parece que sea una característica representativa de nuestros políticos; así nos ha ido y nos va.

 

Y yo, a partir de ahora, la palabra ‘chabacano’, que la tenía olvidada, la introduciré en mi vocabulario, a pesar de ser tan poco graciosa y menos elegante, para hacer honor a aquellos pobres hombres que fueron, obligados, a conquistar aquellas lejanas islas y muchos se quedaron en ellas, no precisamente por gusto, sino porque les llegó su hora de pasar al otro mundo lejos del suyo. No, francamente no es un vocablo que transmita  aires exóticos de tierras de otros tiempos todavía vírgenes de una sociedad voraz, no, es una palabra que no  aporta un significado cortés pero tiene una ligera carga histórica/afectiva digna de no ser olvidada.

 

O témpora o mores

 

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