Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 05 de Noviembre de 2022

La paideia

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Hoy me parece muy interesante transmitir lo que me acaba de contar mi amigo Pániker. Este amigo que me parece muy sabio, y que sin duda lo es, lo tengo siempre cerca. Es de esos amigos que podríamos llamarle ‘de bolsillo’, como el pañuelo de ‘mocos’ (entrecomillo la palabra porque es de esos vocablos que me cuestan mencionar, como ‘culo’, aunque esta me cuesta menos que otras como ‘mear’, esta sí que no puedo con ella, ni decir, ni escuchar, me produce un gran rechazo; hay otras muchas palabras no relacionadas con el cuerpo que también me dan escalofrío como por ejemplo ‘jolines’; pero todo esto es otra historia que deriva mi propósito narrativo).

 

Decía que Pániker es mi amigo ‘de bolsillo’ porque siempre lo tengo cerca, si no en el  bolsillo propiamente dicho, porque es demasiado grande, sí en la mesilla de noche, en la mesa del desayuno, en la mesita del sillón, en la mesa del jardín…, lo voy transportando  porque en cualquier momento echo mano de sus páginas para leer alguna de sus interesantes consideraciones, o cavilaciones, que siempre me sirven para reflexionar, recapacitar, o recrearme en ver mis pensamientos expuestos con sus palabras. Es muy buen amigo sí, siempre aprendo algo con él,

 

Tengo otros buenos amigos, claro, pero éstos más de toda la vida. Unos muy queridos son, por ejemplo, León Tolstoi y Vladímir Nabokov, con los que he pasado muchas y muchas horas disfrutando de ellos, pero esos no son ‘de bolsillo’, de conversaciones cortas, son de grandes coloquios, por lo que implican sillón, chimenea y largas horas por delante, algo que cada vez, curiosamente, tengo menos, a las horas me refiero.

 

No sé si la Tierra gira más rápido sobre su eje y se come minutos de las horas, y las hace más chicas, o si soy yo que me como las horas sin darme cuenta, pero lo cierto es que apenas tomo conciencia del día ya llega la noche (no digamos ahora con el cambio de horario), apenas pasa el verano y ya estamos en Navidades, y apenas pasan las Navidades ya está llegando la Semana Santa, y así, estamos en verano en un pis pas y de nuevo otro año más a sumar en nuestro calendario de vida. “Un sin vivir”.

 

A lo que voy. Este amigo Pániker es Salvador, no su hermano Raimundo, es filósofo como el hermano pero es diferente a su hermano. Salvador sobre todo es un estupendo observador y analista de la vida. Esta mañana mientras tomaba mi taza de té en el desayuno he leído esto que decía sobre la educación que me ha parecido muy interesante compartirlo, porque creo que sería magnífico si sus palabras se tuvieran en cuenta.

 

Salvador comenta en una hoja de su Diario de anciano averiado cómo un día cualquiera de octubre se cruza por la calle, en Barcelona donde él vive, con un grupo de jóvenes adolescentes que salen del colegio, y cómo estos chicos le producen una “impresión penosa y deprimente”. Ellos “desprenden un aire de animales torpes y como adormilados, como cerrados en sí mismos”.  Ellas “parecen más desinhibidas, algunas presumidas; parece que no hay más que una exclusiva preocupación de agradar; o sea dependencia”. Considera que estos jóvenes se mueven más por mimetismo que por vida, vida real. “De qué hablan” se pregunta Pániker quien “juraría que apenas saben hablar pensamientos propios mediante conceptos coherentes”. Y es entonces cuando se cuestiona qué les enseñan, o qué no les enseñan, en el colegio.

 

“A esta edad, cuando el cerebro es como una esponja porosa, la primera tarea pedagógica debería ser el fomento de la curiosidad intelectual. La curiosidad en general. Maravillarse frente a la vida.”

 

“La segunda tarea pedagógica, junto a la apertura y la curiosidad, sería inculcarles un sentimiento de seguridad ontológica, de confianza en la realidad. Una cierta prolongación de la infancia. El mundo como hogar. Estar en el mundo con el cerebro abierto, sin necesidad de drogas y huidas que compensen la inseguridad y la ansiedad tan propias de esa edad.”

 

Y finalmente, con la curiosidad y la seguridad, aprender a aprender.

 

Y lo resumen en tres cuestiones: curiosidad, seguridad y creatividad.

 

“La adolescencia es un gran rito de iniciación encaminado a transformar a los niños en adultos. Esos ritos de iniciación comportaban, antiguamente, pruebas muy duras. Con el tiempo se transformaron en una especie de ‘auto descubrimiento’ dirigido por la ‘educación’. La adolescencia, esa edad tan vulnerable y hormonal, requiere pues una enérgica y delicada paideia (transmisión de valores y saberes).”

 

Los generalmente mal diseñados adultos arrancan de una adolescencia deplorable. Y ésta es la razón por la que un profesor de bachillerato es mucho más importante que un profesor de universidad. Y por la que un maestro de enseñanza secundaria debería gozar de mayor prestigio, e incluso estar mejor remunerado, que uno de universidad. En fin. Para un adolescente el mundo es un lugar tan incitante como peligroso. El equilibrio del animal humano es siempre problemático. Esta tarde, a la salida de un colegio, me he topado con el síntoma de un mal diseño educativo.”

 

Todo esto tan interesante me contaba mi amigo ‘de bolsillo’ Pániker durante el desayuno y me ha parecido tremendamente instructivo. No parece tan complicado el análisis de la necesidad educativa ni llegar a la conclusión a la que llega Salvador, tan sólo hay que ponerle intención y un poco de cabeza a la cuestión. ¿Por qué está tan mal la educación escolar en este país? ¿Hay detrás una intención de deformar o de formar analfabetos funcionales, o simplemente es cuestión de desidia y desinterés? ¿En qué piensan los políticos cuando hacen las leyes de enseñanza? ¿Y los maestros y profesores cuando se hacen maestros y profesores? De todo hay en la viña del Señor pero más abunda el sentido de funcionario que de educador. Me sorprende, y me altera, cuando oigo que el peso de la discusión educativa está en ‘con cuántos suspensos van a poder pasar de curso’, y no en cómo hay que modificar los métodos de enseñanza para que los alumnos se interesen en las materias y avancen en su educación con éxito e ilusión, que sería el razonamiento más lógico y más positivo. Pero, tristemente, los responsables de la educación parece que miran a la baja para satisfacer al mal alumno. ¿A dónde se quiere llegar?

 

¿Cuánto mediocre hay por el mundo? Muchísimos, demasiados. Y lo peor es que hay una gran cantidad de ellos que están en puestos de mando. Y ¿cómo han llegado hasta ahí? Pues siendo muy simpáticos, o muy amigos o muy parientes. Y estos, a su vez, procuran rodearse de otros personajes que sean inferiores a ellos en potencia intelectual y moral para que no les hagan sombra o ‘les pisen’ el puesto. Y a su vez estos segundos de otros terceros todavía menos válidos por aquello de preservar el puesto ante la posibilidad de cualquier competencia. Y así llegamos a pirámides de mando llenas de arriba abajo de mediocres de diferentes escalas.

 

La educación de este país tiene necesidad de un cambio radical. Pero visto, y temido, cómo va derivando ‘a menos’ todo lo relacionado con la estructura educativa y cultural (además de otros muchos campos, como el de la sanidad, por ejemplo) es difícil pensar que vaya a cambiar algo a no ser que se produzca un big-bang social que destruya, acabe con todos los ‘vicios sociales’ y se empiece de cero a considerar la educación de los jóvenes como el mayor valor para un sobresaliente futuro del país. 

 

A mi amigo Pániker le doy toda la razón.

 

O témpora o mores

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