Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 05 de Noviembre de 2022

El burdo elogio de lo artificial

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Me lo comentaba hace días un amigo, quizá con la exagerada impostura de querer llevar lo dramático a comedia. Muy serio, pronosticaba que las derivas de esta sociedad nos acercan peligrosamente al meteorito destructor. Me quedé con esta última palabra como alegoría de una redención apocalíptica para ponernos de nuevo en el sitio que debe correspondernos como seres racionales.

 

Mucha pesadumbre provocan las ocurrencias que salen de las bocas de personas que tenemos o se las dan de inteligentes. El disparate movilizador de conciencias ya no es recurso exclusivo de lo visual; está entrando hasta en la cocina de nuestros oídos. Es un apabullamiento a doble sentido, por lo tanto, doble peligro. Tenemos que oír y aceptar, porque lo impone el nuevo evangelio de la laicidad devenida a religión, que clásicos de la literatura son vetados en las bibliotecas por las descripciones de una época que en costumbres no comulga con las que deben ser las nuestras. El perfecto atajo de la ignorancia supina. Habrá que rendirse a la terminología que con abracadabras insensatos abren la covacha de los sinsentidos dialécticos más perniciosos. Se asiste a una civilización atroz en la que domina el posado corporal sobre el ingenio mental. Releyendo la historia se desvelan en esta época puntos en común con los ocasos y caídas de imperios y civilizaciones que marcaron la andadura del mundo.

 

Si hoy una palabra me pone especialmente nervioso es ARTIFICIAL, máxime cuando se conecta como calificativo de otra que aúna el mayor tesoro concedido al ser humano: INTELIGENCIA. Solo con dos palabras acabamos de montar un soberbio disparate. La inteligencia, como emblema de la razón, es dádiva de la naturaleza, concepto antónimo de este adjetivo, como tal neutro, pero ahora odioso o tenebroso. Los doctores de la RAE, que limpian, pulen y dan esplendor, enmarcan el término, en una de sus acepciones, como algo falso.

 

El juego de palabras actúa en el teatro de los trampantojos. Inteligencia artificial mezcla sin pudor una verdad con una falsedad, y con esta contradicción terminológica, casi científica, se abre el futuro de la humanidad, presentado como una utopía, cuando a poco que se escarbe, lo que reluce es la monumental distopía del sometimiento del hombre a la máquina o a la divinidad prefabricada del algoritmo.

 

Ahora se comprende el nuevo orden de prioridades en estos tiempos de zozobras. Redes sociales alienantes para que la persona abdique de su inteligencia o capacidad de pensar. Sorbido el seso, la manipulación es coser y cantar. Cadenas de televisión abducidas por el espectáculo grosero de una programación sin atisbo para movilizar el cerebro, únicamente los instintos, sin olvidar la permanente difusión de los mensajes del miedo y las falsas responsabilidades. Una canalización de información inasumible por infinitos vericuetos que hace imposible descifrar las verdades y el rigor, y, de paso, potenciar las mentiras. Todo mezclado conforma un monumental despiste.

 

Me viene a la memoria aquel libro gráfico llamado ¿Dónde está Wally? Era un ejercicio visual de localizar a este personaje mimetizado entre una marabunta ingente de personas. Muchos, creo, lo recordarán. El tal Wally, un esbozo del friki, bien podría ser, en estos momentos, una metáfora de lo verdadero y lo auténtico escondido entre la masa amorfa de las solemnes trolas. Todo esto es el embrión de la inteligencia artificial, a la espera de ese nuevo mesías, el metaverso, que ya se nos anuncia desde el nuevo Olimpo de los dioses de esta insidia. Mira por donde, ese clasicismo mitológico que tanto les escuece, el de la inteligencia natural del saber aprendido y experimentado, revierte hacia ellos mismos como pura farsa.

 

Es verdad que la escala de valores de mi generación está muerta o, cuando menos, agoniza. Estamos en una transición entre desaparición y aparición que no termina de consolidar. Un tiempo en vacío, ideal para que los aprendices de brujo y de los falsos profetas prosperen con sus charlatanerías de futuros edénicos e inmutables. Sí o sí es la alternativa sin escapatoria a su mensaje de oscuridades, estas sí, reales, no artificiales.

 

Que la inteligencia natural o real que todavía posa en nuestros sentimientos no borre  la verdad irrefutable de una flor y su fragancia, aunque sea efímera, pero ese momento queda para toda la vida. Son días estos que recordamos a los que se nos han ido. Les llevamos a sus tumbas flores que en dos días marchitarán, pero nos queda ese homenaje lleno de verdad. Lo mismo que hacemos con una mujer a la que conquistar o con una dama a la que dignificar. Aquí, en sencillos actos de la existencia, no cuadran las artificiosidades.

 

La inteligencia o es y será natural o real, o no será. Si se hace artificial, nadie dude de que sea manejada por alguien o por algo. Sin intelecto seremos esclavos.  

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