Memorias de un astorgano (X): 'Las visitas de la imprenta' (y cuarta parte)
![[Img #61043]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/9948_combate-astorga.jpg)
(...)
En 1930 la cuestión social se habia recrudecido y el Centro Obrero, que se llamaba ya la Casa del Pueblo, tenía muchísimos afiliados y el malestar en la clase obrera iba en aumento; el sueldo era escaso y los precios de los alimentos y el resto estaban muy altos. Hubo algunas pequeñas huelgas y el pueblo vio con disgusto el descaro con que la policía defendía a los patronos y atropellaba a los obreros, y lo que era más triste, vio que ningún religioso, ni fraile ni sacerdote, salía en defensa de los derechos legítimos de los obreros, sino que predicaban mansedumbre y obediencia, y habiendo ricos y pobres, la rebelión era condenable. Muchos se hicieron antirreligiosos.
Las artes gráficas en Astorga tenían bastante importancia. Existían seis imprentas con casi un centenar de operarios, cuatro eran litografías, tres periódicos trisemanales, y la Casa Sierra y don José Ortiz tenían máquinas offset de último modelo. Trasladándose los talleres de Ortiz para Madrid y empezando una gran competencia con las artes gráficas de Barcelona, Madrid y Valencia, decayeron verticalmente. Yo había tenido algunos puestos directivos en la sección tipográfica y pasada una huelga que tuvimos, se había creado la Agrupación Socialista y me nombraron secretario. Tenía como presidente a un conductor ferroviario, el señor Herrero, que fue insustituible y fue reelegido siempre, y quizás fuera la persona más honrada y más noble que haya conocido en mi vida. Tenía un sentido común práctico, que nadie lo igualaba en las juntas (como Besteiro en las Cortes), solía paliar sabiamente las discusiones, logrando fácilmente ceñirse al asunto tratado. Toda mi vida tendré el sentimiento de saber que fue vilmente asesinado posteriormente.
![[Img #61044]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/322_escanear0006.jpg)
A todo esto, yo, conciliador, expuse mi opinión de llamar a los del sindicato amarillo, que se habían reconstruido otra vez, y unirnos en la lucha, pues habiendo hablado con algunos ellos, encontré favorable acogida. ¡Buena la hice! No sólo fue rechazada la propuesta sino que se me llamó traidor y hubiera sido expulsado de no haber sido por el señor Herrero y otros elementos moderados que, achacando a mi buena intención la propuesta, quedó estabilizada, no sin recelos por parte de algunos. Entonces en Astorga y en toda España, principalmente en las grandes ciudades, los republicanos con otros elementos, ante el malestar obrero, movilizaron sus fuerzas y se decía que se iban a celebrar elecciones municipales. La Casa del Pueblo estaba compuesta únicamente por obreros y en una junta general se acordó nombrar algún candidato por si podíamos tener representación en el Ayuntamiento, aunque nada más fuera uno. En la segunda junta se acordó nombrar tres y se procedió a imprimir propaganda y las candidaturas, y. uno de ellos fui yo. Las candidaturas estaban tituladas así:
HUMBERTO MORO LUCAS
ISIDORO DURAN SUAREZ
MANUEL GERVASI SIERRA
Sin actos de propaganda ni mucho menos, ni más que las reuniones y entusiasmo de los reunidos, nadie confiaba en el triunfo y que serían para un recuento de la opinión ciudadana, y perdimos, efectivamente, pero fue una sorpresa enorme, pues perdimos por escaso número de votos por lo que, si nos hubiéramos movido, sobre todo en los barrios, quizás y casi seguro que hubiésemos salido concejales los tres.
Nuestros oponentes ya no eran ni conservadores ni liberales sino simplemente burgueses y empresarios, fraguada la candidatura en la Cámara de Comercio. Se daba el caso de que en ella figuraba mi tío y patrón, Domingo Sierra, pero ni él ni yo discutimos jamás de política. Triunfada la política, estas elecciones fueron anuladas y algún tiempo después se celebraron otras que dieron el triunfo a las izquierdas, pero no total, pues entraron varias personas de la derecha de las anteriores elecciones. Hay que aclarar que en la República entraron en la Agrupación Socialista unos cuantos intelectuales, entre ellos varios ambulantes de correos que iban a dar mucho juego en la política astorgana: Miguel Carro, del pueblo; Luis Holgado, casado con una astorgana; y Luis Villaseco, escritor profundo y de mucha envergadura. Se acordó nombrar concejal a Isidoro Durán Suárez, como representante y a mí y a Humberto de directivos en la Casa del Pueblo. Pese a la obstrucción derechista la labor fue fructífera, creándose el Instituto, la Escuela de Trabajo y se edificó la Muralla. Miguel Carro tenía grandes conocimientos pero era ingenuo y cándido como un niño, sin malicia de mundo, lo que le sobraba a Luis Holgado, que concejal con él, en las sesiones daba unas contestaciones rápidas y rotundas, satíricas y punzantes que desconcertaban al contrario, porque no tenían vuelta de hoja.
![[Img #61042]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/9279_cult-obr-pic-dos-1.jpg)
En este tiempo, yo fui nombrado presidente de la Casa del Pueblo teniendo que intervenir en varios litigios entre obreros y patronos, que buenos y malos, pues de todo había entre unos y otros, creo que acerté en el juicio sobre premio y castigo creándome enemistades de algunos porque la razón me imponía el sancionar al obrero y la absolución del patrón en algunos casos. A partir de entonces sentí cierta desilusión y tuve disgustos al ver incremento de extremistas fanáticos, volviendo a recordar que yo había dicho que en el sindicato amarillo había personas que quizás se unieran a nuestras reivindicaciones, pues no estaban reñidas por cuestiones espirituales si en las materias coincidíamos. De entonces se me considera el ala moderada de Indalecio Prieto, en contra de la extremista de Largo Caballero, que era la que imperaba.
Por entonces ya me había casado y voy a reseñar aquí, para mis descendientes, la terminación de mis amoríos de la juventud. Desde muy joven observé que todos nosotros, por la educación recibida, teníamos muy arraigados el concepto del honor y respeto a la mujer, considerando ese extremo en la hermana y en la madre solamente, y al resto sin virtudes de ninguna clase más que como objetos de placer. Así sucedía que si uno se metía con la hermana del otro, surgía el pundonor y la tragedia. Es decir, que alabando a las mujeres familiares y en público a las mujeres honradas y vituperando a la mujer pública, comprobé que éramos unos grandes hipócritas, pues en su fuero interno deseaban que se volvieran muchas prostitutas para saciar sus vicios y no encontrándolas deshonraban a la primera que cuadrara, dejándolas abandonadas después o recibiendo una puñalada del familiar más próximo.
![[Img #61046]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/819_escanear0008.jpg)
En aquella sociedad falsa e hipócrita sucedían cosas horribles. En unas fiestas estuvo con nosotros un joven de Bembibre, que al marcharse fue acompañado por otro de Astorga que conocía gente de ese pueblo. En un baile el joven astorgano bailó todo el tiempo con una chica que resultó ser la hermana del de Bembibre y al preguntarle cómo la conocía, el otro ignorando el parentesco e incautamente le confesó que estaba chiflada por él y que hacía de ella lo que le daba la gana. A la noche le dio una paliza grande a su hermana con el consentimiento de los padres y lo repitió varias veces, de tal forma que un día enloquecida fue y se arrojó al Boeza, ahogándose. Y el caso chusco fue que a los tres años ese defensor del honor deshonró a otra muchacha que sería tan respetable para su familia como lo fue su hermana para él.
Yo conocí a ‘tenorios’ que andaban a la caza de las hembras como chacales, sin respetar la situación ni la inocencia y una vez casados y con hijas no permitían ni las más leve insinuación que pudiera empañar la inmaculada pureza de ellas.
Así que, educado en ese ambiente, puedo decir que yo no fui ni mejor ni peor que los demás y tuve ratos de felicidad y disgustos gordos, hasta que me enamoré de verdad encontrando la media naranja a gusto y fidelidad de ambos, cumpliendo muy pronto 50 años de matrimonio. Se llamaba Virginia.
Formábamos una pareja extraña, me llevaba lo menos 10 centímetros de estatura y, aunque pocas veces ponía tacones, la diferencia era grande. La conocí en el Centro Obrero, en una cooperativa que entonces existía y estaba de dependienta. La aparición mía en el Barrio de Santa Clara, que es donde vivía, acompañándola, fue al principio cosa de risa y de sorpresa. A la familia de la madre la llamaban ‘los Largos’ y ella, como sus hijos, eran altos. En casa estaban dos hermanos solteros, uno de ellos pasaba de 1,80 de estatura y el otro, más joven, poco menos; su madre era como ella y otra hermana que vivía cerca, igual.
Es de suponer el efecto que les causaría yo que parecía un pigmeo entre ellos, pero era familia seria y formal y les extrañaba tal compañía, y mi suegra sé que decía cuando me veía ir “allí viene el atrasao”, cosa bien significativa con respecto a mi talla. Algunas vecinas incultas, a la madre y hermana le cotilleaban sobre la ridícula pareja que hacíamos, pero nosotros cada vez estábamos más contentos de estar juntos y procurábamos estar así todas las horas que podíamos.
Está reconocido de que la gente de hoy día, los jóvenes, alcanzan más talla y por entonces predominaban las mujeres de baja estatura, no sé si debido a la falta de ejercicio y estar la mayor parte del tiempo sentadas, y solían tener mucho pecho y mucho trasero. Mi novia, por el contrario, era alta, esbelta, poco pecho, morena y de pelo ondulado y guapa como se ve en el tipo de hoy día a muchas jóvenes. Me casé con ella y en la extrañeza de algunos, una vez en León, ya casados, al pasar delante de una terraza donde habla unos cuantos hombres, uno de ellos en alta voz me dijo: “Oye chaval, pero qué vas a hacer tu con esa hembra’’. Nos miramos y nos echamos a reír siguiendo alegres el camino. Yo continuaba pareciendo un niño.
Me aceptó la familia agradablemente y me fui con ellos de tal manera que, por declaraciones de mis cuñados, les parece que soy su hermano de toda la vida; los sobrinos que me agregué me han querido con locura y referente a mi suegra, basta el saber que el día de la fiesta convidaba a toda la familia, hijos, yernos, nueras y nietos, y antes de nadie me apartaba a mí dándome los manjares de mi predilección y al reprenderla cariñosamente un hijo porque hacía tal cosa, que él era más hijo que yo, le respondía riendo: “Calla, calla, que él es mejor que tu” y se aceptaba el hecho en broma y en armonía. Tuve una bendita suegra y a última hora, viéndose vieja, quiso venir para nuestra casa y con nosotros falleció.
Yo trabajaba en la imprenta y en casa confeccionaba bolsas, ayudado por la familia, para la Cascarilla de Cacao, que Ángel García (hermano de mi tía Alina, esposa de don Domingo Sierra) tenía como negocio con Eutimio River Valbuena, y posteriormente hice otra clase de bolsas para los establecimientos y abarcando también otras grandes de merienda para los hospedajes, y ello me hacía vivir económicamente sin apuros, logrando un fondo que pudiera mitigar las malas situaciones que en lo sucesivo pudieran venir, como por desgracia sucedió por culpa de la política con mi prisión más adelante, que no tuve que depender de nadie, solventando todas las dificultades que económicamente surgieron.
![[Img #61045]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/2831_escanear0007.jpg)
Pero donde logré más rendimiento en la confección de las bolsas fué algún tiempo después, desde el año 41 al 56, con las bolsitas para el azúcar de los cafés que, habiendo desaparecido el azúcar de cuadrillo, se echaba unos gramos en una bolsita adecuada al contenido del café.
Todos los cafés de Astorga y los bares fueron clientes míos y en nuestra casa confeccionamos millones de bolsas que sirvieron también a industriales forasteros. Ello me obligó a trabajar intensamente, pero me sirvió para echar los cimientos firmes de mi posición familiar que permitió dar carrera a mis dos hijas, de forma que las encauzaran por derroteros más desahogados que su progenitor y teniendo la dicha de ver que dotadas de inteligencia, alcanzaban la meta en un ambiente culto proporcionándonos felicidad.
Desaparecidas las circunstancias de la falta de azúcar de cuadrillo, reaparecieron las fábricas de estuches azucareros, desaparecieron las bolsas, aunque posteriormente han vuelto algunas veces a reaparecer, timbradas con anuncios y yo encontré otro mercado en productos farmacéuticos, con un fármaco para quitar el dolor llamado ‘Donal’ que confeccioné hasta hace muy pocos años, en que mi jubilación y mis años pedían el descanso adecuado.
Mi mujer es juiciosa, sensata y de mucho sentido, y tengo que agradecer mi buena suerte pues aparte de las penalidades de la guerra, entre ella y yo, no hemos tenido disgustos y nada más que la pena de que contrajo una enfermedad de alteración de la glándula tiroides que la hace mermar todos los años unos milímetros, como si se quisieran igualar nuestros cuerpos en la ancianidad, y aunque no somos iguales, poco nos falta, pues ahora ya no llamamos la atención como antes con la desigualdad.
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![[Img #61043]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/9948_combate-astorga.jpg)
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En 1930 la cuestión social se habia recrudecido y el Centro Obrero, que se llamaba ya la Casa del Pueblo, tenía muchísimos afiliados y el malestar en la clase obrera iba en aumento; el sueldo era escaso y los precios de los alimentos y el resto estaban muy altos. Hubo algunas pequeñas huelgas y el pueblo vio con disgusto el descaro con que la policía defendía a los patronos y atropellaba a los obreros, y lo que era más triste, vio que ningún religioso, ni fraile ni sacerdote, salía en defensa de los derechos legítimos de los obreros, sino que predicaban mansedumbre y obediencia, y habiendo ricos y pobres, la rebelión era condenable. Muchos se hicieron antirreligiosos.
Las artes gráficas en Astorga tenían bastante importancia. Existían seis imprentas con casi un centenar de operarios, cuatro eran litografías, tres periódicos trisemanales, y la Casa Sierra y don José Ortiz tenían máquinas offset de último modelo. Trasladándose los talleres de Ortiz para Madrid y empezando una gran competencia con las artes gráficas de Barcelona, Madrid y Valencia, decayeron verticalmente. Yo había tenido algunos puestos directivos en la sección tipográfica y pasada una huelga que tuvimos, se había creado la Agrupación Socialista y me nombraron secretario. Tenía como presidente a un conductor ferroviario, el señor Herrero, que fue insustituible y fue reelegido siempre, y quizás fuera la persona más honrada y más noble que haya conocido en mi vida. Tenía un sentido común práctico, que nadie lo igualaba en las juntas (como Besteiro en las Cortes), solía paliar sabiamente las discusiones, logrando fácilmente ceñirse al asunto tratado. Toda mi vida tendré el sentimiento de saber que fue vilmente asesinado posteriormente.
![[Img #61044]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/322_escanear0006.jpg)
A todo esto, yo, conciliador, expuse mi opinión de llamar a los del sindicato amarillo, que se habían reconstruido otra vez, y unirnos en la lucha, pues habiendo hablado con algunos ellos, encontré favorable acogida. ¡Buena la hice! No sólo fue rechazada la propuesta sino que se me llamó traidor y hubiera sido expulsado de no haber sido por el señor Herrero y otros elementos moderados que, achacando a mi buena intención la propuesta, quedó estabilizada, no sin recelos por parte de algunos. Entonces en Astorga y en toda España, principalmente en las grandes ciudades, los republicanos con otros elementos, ante el malestar obrero, movilizaron sus fuerzas y se decía que se iban a celebrar elecciones municipales. La Casa del Pueblo estaba compuesta únicamente por obreros y en una junta general se acordó nombrar algún candidato por si podíamos tener representación en el Ayuntamiento, aunque nada más fuera uno. En la segunda junta se acordó nombrar tres y se procedió a imprimir propaganda y las candidaturas, y. uno de ellos fui yo. Las candidaturas estaban tituladas así:
HUMBERTO MORO LUCAS
ISIDORO DURAN SUAREZ
MANUEL GERVASI SIERRA
Sin actos de propaganda ni mucho menos, ni más que las reuniones y entusiasmo de los reunidos, nadie confiaba en el triunfo y que serían para un recuento de la opinión ciudadana, y perdimos, efectivamente, pero fue una sorpresa enorme, pues perdimos por escaso número de votos por lo que, si nos hubiéramos movido, sobre todo en los barrios, quizás y casi seguro que hubiésemos salido concejales los tres.
Nuestros oponentes ya no eran ni conservadores ni liberales sino simplemente burgueses y empresarios, fraguada la candidatura en la Cámara de Comercio. Se daba el caso de que en ella figuraba mi tío y patrón, Domingo Sierra, pero ni él ni yo discutimos jamás de política. Triunfada la política, estas elecciones fueron anuladas y algún tiempo después se celebraron otras que dieron el triunfo a las izquierdas, pero no total, pues entraron varias personas de la derecha de las anteriores elecciones. Hay que aclarar que en la República entraron en la Agrupación Socialista unos cuantos intelectuales, entre ellos varios ambulantes de correos que iban a dar mucho juego en la política astorgana: Miguel Carro, del pueblo; Luis Holgado, casado con una astorgana; y Luis Villaseco, escritor profundo y de mucha envergadura. Se acordó nombrar concejal a Isidoro Durán Suárez, como representante y a mí y a Humberto de directivos en la Casa del Pueblo. Pese a la obstrucción derechista la labor fue fructífera, creándose el Instituto, la Escuela de Trabajo y se edificó la Muralla. Miguel Carro tenía grandes conocimientos pero era ingenuo y cándido como un niño, sin malicia de mundo, lo que le sobraba a Luis Holgado, que concejal con él, en las sesiones daba unas contestaciones rápidas y rotundas, satíricas y punzantes que desconcertaban al contrario, porque no tenían vuelta de hoja.
![[Img #61042]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/9279_cult-obr-pic-dos-1.jpg)
En este tiempo, yo fui nombrado presidente de la Casa del Pueblo teniendo que intervenir en varios litigios entre obreros y patronos, que buenos y malos, pues de todo había entre unos y otros, creo que acerté en el juicio sobre premio y castigo creándome enemistades de algunos porque la razón me imponía el sancionar al obrero y la absolución del patrón en algunos casos. A partir de entonces sentí cierta desilusión y tuve disgustos al ver incremento de extremistas fanáticos, volviendo a recordar que yo había dicho que en el sindicato amarillo había personas que quizás se unieran a nuestras reivindicaciones, pues no estaban reñidas por cuestiones espirituales si en las materias coincidíamos. De entonces se me considera el ala moderada de Indalecio Prieto, en contra de la extremista de Largo Caballero, que era la que imperaba.
Por entonces ya me había casado y voy a reseñar aquí, para mis descendientes, la terminación de mis amoríos de la juventud. Desde muy joven observé que todos nosotros, por la educación recibida, teníamos muy arraigados el concepto del honor y respeto a la mujer, considerando ese extremo en la hermana y en la madre solamente, y al resto sin virtudes de ninguna clase más que como objetos de placer. Así sucedía que si uno se metía con la hermana del otro, surgía el pundonor y la tragedia. Es decir, que alabando a las mujeres familiares y en público a las mujeres honradas y vituperando a la mujer pública, comprobé que éramos unos grandes hipócritas, pues en su fuero interno deseaban que se volvieran muchas prostitutas para saciar sus vicios y no encontrándolas deshonraban a la primera que cuadrara, dejándolas abandonadas después o recibiendo una puñalada del familiar más próximo.
![[Img #61046]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/819_escanear0008.jpg)
En aquella sociedad falsa e hipócrita sucedían cosas horribles. En unas fiestas estuvo con nosotros un joven de Bembibre, que al marcharse fue acompañado por otro de Astorga que conocía gente de ese pueblo. En un baile el joven astorgano bailó todo el tiempo con una chica que resultó ser la hermana del de Bembibre y al preguntarle cómo la conocía, el otro ignorando el parentesco e incautamente le confesó que estaba chiflada por él y que hacía de ella lo que le daba la gana. A la noche le dio una paliza grande a su hermana con el consentimiento de los padres y lo repitió varias veces, de tal forma que un día enloquecida fue y se arrojó al Boeza, ahogándose. Y el caso chusco fue que a los tres años ese defensor del honor deshonró a otra muchacha que sería tan respetable para su familia como lo fue su hermana para él.
Yo conocí a ‘tenorios’ que andaban a la caza de las hembras como chacales, sin respetar la situación ni la inocencia y una vez casados y con hijas no permitían ni las más leve insinuación que pudiera empañar la inmaculada pureza de ellas.
Así que, educado en ese ambiente, puedo decir que yo no fui ni mejor ni peor que los demás y tuve ratos de felicidad y disgustos gordos, hasta que me enamoré de verdad encontrando la media naranja a gusto y fidelidad de ambos, cumpliendo muy pronto 50 años de matrimonio. Se llamaba Virginia.
Formábamos una pareja extraña, me llevaba lo menos 10 centímetros de estatura y, aunque pocas veces ponía tacones, la diferencia era grande. La conocí en el Centro Obrero, en una cooperativa que entonces existía y estaba de dependienta. La aparición mía en el Barrio de Santa Clara, que es donde vivía, acompañándola, fue al principio cosa de risa y de sorpresa. A la familia de la madre la llamaban ‘los Largos’ y ella, como sus hijos, eran altos. En casa estaban dos hermanos solteros, uno de ellos pasaba de 1,80 de estatura y el otro, más joven, poco menos; su madre era como ella y otra hermana que vivía cerca, igual.
Es de suponer el efecto que les causaría yo que parecía un pigmeo entre ellos, pero era familia seria y formal y les extrañaba tal compañía, y mi suegra sé que decía cuando me veía ir “allí viene el atrasao”, cosa bien significativa con respecto a mi talla. Algunas vecinas incultas, a la madre y hermana le cotilleaban sobre la ridícula pareja que hacíamos, pero nosotros cada vez estábamos más contentos de estar juntos y procurábamos estar así todas las horas que podíamos.
Está reconocido de que la gente de hoy día, los jóvenes, alcanzan más talla y por entonces predominaban las mujeres de baja estatura, no sé si debido a la falta de ejercicio y estar la mayor parte del tiempo sentadas, y solían tener mucho pecho y mucho trasero. Mi novia, por el contrario, era alta, esbelta, poco pecho, morena y de pelo ondulado y guapa como se ve en el tipo de hoy día a muchas jóvenes. Me casé con ella y en la extrañeza de algunos, una vez en León, ya casados, al pasar delante de una terraza donde habla unos cuantos hombres, uno de ellos en alta voz me dijo: “Oye chaval, pero qué vas a hacer tu con esa hembra’’. Nos miramos y nos echamos a reír siguiendo alegres el camino. Yo continuaba pareciendo un niño.
Me aceptó la familia agradablemente y me fui con ellos de tal manera que, por declaraciones de mis cuñados, les parece que soy su hermano de toda la vida; los sobrinos que me agregué me han querido con locura y referente a mi suegra, basta el saber que el día de la fiesta convidaba a toda la familia, hijos, yernos, nueras y nietos, y antes de nadie me apartaba a mí dándome los manjares de mi predilección y al reprenderla cariñosamente un hijo porque hacía tal cosa, que él era más hijo que yo, le respondía riendo: “Calla, calla, que él es mejor que tu” y se aceptaba el hecho en broma y en armonía. Tuve una bendita suegra y a última hora, viéndose vieja, quiso venir para nuestra casa y con nosotros falleció.
Yo trabajaba en la imprenta y en casa confeccionaba bolsas, ayudado por la familia, para la Cascarilla de Cacao, que Ángel García (hermano de mi tía Alina, esposa de don Domingo Sierra) tenía como negocio con Eutimio River Valbuena, y posteriormente hice otra clase de bolsas para los establecimientos y abarcando también otras grandes de merienda para los hospedajes, y ello me hacía vivir económicamente sin apuros, logrando un fondo que pudiera mitigar las malas situaciones que en lo sucesivo pudieran venir, como por desgracia sucedió por culpa de la política con mi prisión más adelante, que no tuve que depender de nadie, solventando todas las dificultades que económicamente surgieron.
![[Img #61045]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/2831_escanear0007.jpg)
Pero donde logré más rendimiento en la confección de las bolsas fué algún tiempo después, desde el año 41 al 56, con las bolsitas para el azúcar de los cafés que, habiendo desaparecido el azúcar de cuadrillo, se echaba unos gramos en una bolsita adecuada al contenido del café.
Todos los cafés de Astorga y los bares fueron clientes míos y en nuestra casa confeccionamos millones de bolsas que sirvieron también a industriales forasteros. Ello me obligó a trabajar intensamente, pero me sirvió para echar los cimientos firmes de mi posición familiar que permitió dar carrera a mis dos hijas, de forma que las encauzaran por derroteros más desahogados que su progenitor y teniendo la dicha de ver que dotadas de inteligencia, alcanzaban la meta en un ambiente culto proporcionándonos felicidad.
Desaparecidas las circunstancias de la falta de azúcar de cuadrillo, reaparecieron las fábricas de estuches azucareros, desaparecieron las bolsas, aunque posteriormente han vuelto algunas veces a reaparecer, timbradas con anuncios y yo encontré otro mercado en productos farmacéuticos, con un fármaco para quitar el dolor llamado ‘Donal’ que confeccioné hasta hace muy pocos años, en que mi jubilación y mis años pedían el descanso adecuado.
Mi mujer es juiciosa, sensata y de mucho sentido, y tengo que agradecer mi buena suerte pues aparte de las penalidades de la guerra, entre ella y yo, no hemos tenido disgustos y nada más que la pena de que contrajo una enfermedad de alteración de la glándula tiroides que la hace mermar todos los años unos milímetros, como si se quisieran igualar nuestros cuerpos en la ancianidad, y aunque no somos iguales, poco nos falta, pues ahora ya no llamamos la atención como antes con la desigualdad.
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