El fuego de Otoño
![[Img #61094]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/2665_1mercedes-dsc_0390gg.jpg)
Qué placer me produce el Otoño, con su cálida luz dorada parece que quisiera suavizarnos la entrada en el invierno despidiéndose con dulzura. Los árboles se van despojando de sus vestiduras que arrojan al desaire como lo hace una gran diva al llegar a sus aposentos; es como si ofrecieran intencionadamente sus desnudeces para que la tenue luz invernal pueda llegarnos mejor a través de sus esqueletos. Las hojas alfombran los suelos esperando que los infinitos microorganismos de la naturaleza las vayan deshaciendo hasta llegar a integrase con la tierra. El olor a humedad de tierra, de hoja, de setas, de microorganismos…, ofrecen una tranquila sensación de vida, de pequeña vida, de vida recogida, de vida ensimismada, de alegría sosegada, nada que ver con su antítesis estacional, la Primavera, llena de cantos, de potencia de renacer, de alegría vehemente y apasionada. Dos estaciones tan opuestas y tan llenas de vida y felicidad.
Me gusta el Otoño, es muy cómplice con mi espíritu. Cual hacendosa hormiga salgo al bosque a proveerme de leña para la chimenea. Me gusta buscar las ramas secas y los troncos caídos, e irlos cortando con la motosierra. Me gusta cortar con la motosierra. Lleno una carretilla en cada salida. Una carretilla que gracias a los avances tecnológicos no tengo que hacer esfuerzos para llevarla cargada porque es eléctrica; aprieto un botón y va sola, tan sólo la tengo que dirigir; un verdadero invento para mis necesidades. Una carretilla llena de leña me da para tres días más o menos. Este autoabastecimiento me proporciona una sensación de autosuficiencia, de libertad y de sostenibilidad (eso tan clamado últimamente), además hace sentirme empática con la naturaleza.
Qué anuncian que viene el frío, o las lluvias…, pues rápidamente me pongo en marcha para hacer acopio de leña. Leña imprescindible para el calorcito del hogar. Con el tiempo voy distinguiendo las variedades de maderas y aprendiendo su rendimiento calorífico. El chopo hace llama pero se consume muy rápido, el aliso prende bien y dura algo más, el fresno también prende bien…, pero para que dure más el calorcito es necesario que se vaya acumulando una buena brasa y para ello es imprescindible ir metiendo en la chimenea, entre las llamas ajenas, algo de encina. La combinación es perfecta: la llama / la brasa, lo inmediato / lo lento, lo efímero / lo duradero. El calor inmediato que da la llama y su vistoso fulgor no es suficiente para conseguir un fuego perfecto hay que añadirle una buena brasa de fondo para que el fuego dure y el calor perdure. Así como el fuego así son las cosas en la vida.
Y hablando de las cosas de la vida hemos asistido últimamente como grandes noticias de esta sociedad nuestra a varios fuegos amorosos, encendidos y publicitados a bombo y platillo, y apagados de golpe y porrazo. Como el fuego del chopo. No le habían echado encina amorosa, se quedaron sin brasas y se apagó el fuego. No creo que sea difícil saber de quién hablo porque curiosamente han sido tema de preocupación nacional. Bueno, siguen siendo, porque se resisten a que llegue el frío a su alrededor y continúan dándole al fuelle para ver si se aviva algo, si no ya el fuego tratan por lo menos que se aviven los rescoldillos del rencor. Esto me da mucha vergüenza ajena. Sobre todo en el caso del juez y la modelo (por llamarla de alguna manera). Ella le está sacando buenos dividendos a su ‘erre que erre’ con el tema del desamor que va adecuando a sus necesidades.
Impresionante cómo las televisiones contratan a este tipo de personajes para que cuenten y cuenten, aunque sea inventado; no, si es inventado mejor, porque puede haber réplica y contrarréplica, y polémica y todo el mundo con la boca abierta y mucha audiencia en vilo con los avatares de las vidas ajenas, y… ¡la banca siempre gana! Fuegos que se apagan pero que se le saca mucho partido a sus cenizas. Por cierto las cenizas son un buen abono para las plantas, y la tierra en general, pero me temo que es mal abono para la sociedad que se abotarga, se atonta con las cenizas ajenas.
Y los que no nos atontamos con las ascuas sociales nos atontamos con los fuegos políticos. Esos sí que atontan, atontan porque parece que nunca tienen un buen rescoldo de brasas, sino que nos deslumbran con llamaradas de luz y color, que brillan mucho y duran poco, enseguida se apagan. Estos brillos nos marean, nos transmiten mentiras, nos embaucan, nos presionan, nos amedrentan… Nos meten tanto miedo en el cuerpo entre presiones fiscales, presiones normativas, presiones sanitarias, presiones económicas, presiones con sanciones, presiones judiciales, presiones, presiones, presiones…, que acabamos cegados, entendiendo poco de tanto, mareados.
Lo malo es que esta política de ‘fuegos fatuos’ no es estacionaria, no tiene tres meses de vida para desaparecer hasta otro año, como el Otoño. La política nos envuelve mañana tarde y noche todos los días del año. No nos da respiro ni nos hace felices. Arde y arde su fuego sin descanso porque se la alimenta de continuo y su alimento es como de chopo, mucha llamarada, mucho fogonazo pero poca consistencia, si no se la alimenta de continuo se apaga. No hay rescoldo, no hay brasas, no hay consistencia. Hoy es así y mañana puede ser asá, sin problemas ni pudores. Cada cual brilla a su antojo sin tener en cuenta que hay que calentar a la población. Sólo se calientan ellos, los políticos, que son los únicos que están cerca de las llamas. ¡Y los demás, pues que se envuelvan en una manta! Y ahí vamos todos aguantando, cada cual con nuestra vela (llama sí, pero pequeña).
En fin. Yo me quedo disfrutando del Otoño, con su olor a tierra húmeda y fértil, abonada y ya rotulada; con sus colores de tantos matices de rojos, amarillos y verdes; con sus secos sabores de avellanas, nueces y almendras; con la generosidad de su luz y su silencio; con la recogida de los membrillos caídos entre la yerba; con esa dulce temperatura que da el aire ya fresco que acompaña al suave calorcito del Sol otoñal; y con el alegre fuego que me proporciona su madera seca que cada día me calienta con buena llama y buen rescoldo.
En otro tiempo también el Otoño me llevaba a la cocina, y entre ollas, frutas y azúcar me pasaba horas haciendo mermeladas para el año. Siempre me daba un poco de pereza empezar pero luego me “metía en faena” y acababa sintiéndome una alquimista o una especie de bruja medieval entre pucheros, cucharas de madera, tarros, mezclas y probaturas. Y digo “en otro tiempo” porque rellené tantos tarros que a pesar de que hace años que no hago mermeladas sigo teniendo la despensa llena de mermeladas. Sí que fui una hormiga hacendosa de Otoño, ahora soy un poco más cigarra.
O témpora o mores
![[Img #61094]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/2665_1mercedes-dsc_0390gg.jpg)
Qué placer me produce el Otoño, con su cálida luz dorada parece que quisiera suavizarnos la entrada en el invierno despidiéndose con dulzura. Los árboles se van despojando de sus vestiduras que arrojan al desaire como lo hace una gran diva al llegar a sus aposentos; es como si ofrecieran intencionadamente sus desnudeces para que la tenue luz invernal pueda llegarnos mejor a través de sus esqueletos. Las hojas alfombran los suelos esperando que los infinitos microorganismos de la naturaleza las vayan deshaciendo hasta llegar a integrase con la tierra. El olor a humedad de tierra, de hoja, de setas, de microorganismos…, ofrecen una tranquila sensación de vida, de pequeña vida, de vida recogida, de vida ensimismada, de alegría sosegada, nada que ver con su antítesis estacional, la Primavera, llena de cantos, de potencia de renacer, de alegría vehemente y apasionada. Dos estaciones tan opuestas y tan llenas de vida y felicidad.
Me gusta el Otoño, es muy cómplice con mi espíritu. Cual hacendosa hormiga salgo al bosque a proveerme de leña para la chimenea. Me gusta buscar las ramas secas y los troncos caídos, e irlos cortando con la motosierra. Me gusta cortar con la motosierra. Lleno una carretilla en cada salida. Una carretilla que gracias a los avances tecnológicos no tengo que hacer esfuerzos para llevarla cargada porque es eléctrica; aprieto un botón y va sola, tan sólo la tengo que dirigir; un verdadero invento para mis necesidades. Una carretilla llena de leña me da para tres días más o menos. Este autoabastecimiento me proporciona una sensación de autosuficiencia, de libertad y de sostenibilidad (eso tan clamado últimamente), además hace sentirme empática con la naturaleza.
Qué anuncian que viene el frío, o las lluvias…, pues rápidamente me pongo en marcha para hacer acopio de leña. Leña imprescindible para el calorcito del hogar. Con el tiempo voy distinguiendo las variedades de maderas y aprendiendo su rendimiento calorífico. El chopo hace llama pero se consume muy rápido, el aliso prende bien y dura algo más, el fresno también prende bien…, pero para que dure más el calorcito es necesario que se vaya acumulando una buena brasa y para ello es imprescindible ir metiendo en la chimenea, entre las llamas ajenas, algo de encina. La combinación es perfecta: la llama / la brasa, lo inmediato / lo lento, lo efímero / lo duradero. El calor inmediato que da la llama y su vistoso fulgor no es suficiente para conseguir un fuego perfecto hay que añadirle una buena brasa de fondo para que el fuego dure y el calor perdure. Así como el fuego así son las cosas en la vida.
Y hablando de las cosas de la vida hemos asistido últimamente como grandes noticias de esta sociedad nuestra a varios fuegos amorosos, encendidos y publicitados a bombo y platillo, y apagados de golpe y porrazo. Como el fuego del chopo. No le habían echado encina amorosa, se quedaron sin brasas y se apagó el fuego. No creo que sea difícil saber de quién hablo porque curiosamente han sido tema de preocupación nacional. Bueno, siguen siendo, porque se resisten a que llegue el frío a su alrededor y continúan dándole al fuelle para ver si se aviva algo, si no ya el fuego tratan por lo menos que se aviven los rescoldillos del rencor. Esto me da mucha vergüenza ajena. Sobre todo en el caso del juez y la modelo (por llamarla de alguna manera). Ella le está sacando buenos dividendos a su ‘erre que erre’ con el tema del desamor que va adecuando a sus necesidades.
Impresionante cómo las televisiones contratan a este tipo de personajes para que cuenten y cuenten, aunque sea inventado; no, si es inventado mejor, porque puede haber réplica y contrarréplica, y polémica y todo el mundo con la boca abierta y mucha audiencia en vilo con los avatares de las vidas ajenas, y… ¡la banca siempre gana! Fuegos que se apagan pero que se le saca mucho partido a sus cenizas. Por cierto las cenizas son un buen abono para las plantas, y la tierra en general, pero me temo que es mal abono para la sociedad que se abotarga, se atonta con las cenizas ajenas.
Y los que no nos atontamos con las ascuas sociales nos atontamos con los fuegos políticos. Esos sí que atontan, atontan porque parece que nunca tienen un buen rescoldo de brasas, sino que nos deslumbran con llamaradas de luz y color, que brillan mucho y duran poco, enseguida se apagan. Estos brillos nos marean, nos transmiten mentiras, nos embaucan, nos presionan, nos amedrentan… Nos meten tanto miedo en el cuerpo entre presiones fiscales, presiones normativas, presiones sanitarias, presiones económicas, presiones con sanciones, presiones judiciales, presiones, presiones, presiones…, que acabamos cegados, entendiendo poco de tanto, mareados.
Lo malo es que esta política de ‘fuegos fatuos’ no es estacionaria, no tiene tres meses de vida para desaparecer hasta otro año, como el Otoño. La política nos envuelve mañana tarde y noche todos los días del año. No nos da respiro ni nos hace felices. Arde y arde su fuego sin descanso porque se la alimenta de continuo y su alimento es como de chopo, mucha llamarada, mucho fogonazo pero poca consistencia, si no se la alimenta de continuo se apaga. No hay rescoldo, no hay brasas, no hay consistencia. Hoy es así y mañana puede ser asá, sin problemas ni pudores. Cada cual brilla a su antojo sin tener en cuenta que hay que calentar a la población. Sólo se calientan ellos, los políticos, que son los únicos que están cerca de las llamas. ¡Y los demás, pues que se envuelvan en una manta! Y ahí vamos todos aguantando, cada cual con nuestra vela (llama sí, pero pequeña).
En fin. Yo me quedo disfrutando del Otoño, con su olor a tierra húmeda y fértil, abonada y ya rotulada; con sus colores de tantos matices de rojos, amarillos y verdes; con sus secos sabores de avellanas, nueces y almendras; con la generosidad de su luz y su silencio; con la recogida de los membrillos caídos entre la yerba; con esa dulce temperatura que da el aire ya fresco que acompaña al suave calorcito del Sol otoñal; y con el alegre fuego que me proporciona su madera seca que cada día me calienta con buena llama y buen rescoldo.
En otro tiempo también el Otoño me llevaba a la cocina, y entre ollas, frutas y azúcar me pasaba horas haciendo mermeladas para el año. Siempre me daba un poco de pereza empezar pero luego me “metía en faena” y acababa sintiéndome una alquimista o una especie de bruja medieval entre pucheros, cucharas de madera, tarros, mezclas y probaturas. Y digo “en otro tiempo” porque rellené tantos tarros que a pesar de que hace años que no hago mermeladas sigo teniendo la despensa llena de mermeladas. Sí que fui una hormiga hacendosa de Otoño, ahora soy un poco más cigarra.
O témpora o mores






