Fatales coincidencias
![[Img #61096]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/4036_andres-dsc_0412g.jpg)
Víctor Hugo, el gran escritor romántico, era hijo del general francés Leopold Hugo, al servicio del intruso puesto en el trono de España por Napoleón. Si el padre vivió y sufrió los avatares de la guerra, el hijo admiró a España en la paz; mirándonos, eso sí, por encima del hombro. Muy francés. Aunque se sentía cercano a lo español por haber vivido aquí de niño, junto a sus padres y hermanos. Volvería en la madurez a pasar el verano de 1843 en una hermosa casa de Pasajes de San Juan, antes de continuar viaje a Pamplona y los Pirineos para admirar aquellos paisajes que activaban el sentimiento de la naturaleza, tan vivo en los románticos. Desde el lado francés, de Pau a Cauterets, escribía sobre la marcha, “Se siente la vecindad de España”. Quedaba cerca Lourdes, puerta del Alto Pirineo, hasta donde llegara en 1755 la sacudida del terremoto de Lisboa, que sobresaltó los corazones y la conciencia de Europa. Inmensos valles y castillos asolados activan su inspiración, “Nada más emocionante que las ruinas del hombre mezcladas con las ruinas de la naturaleza”. Y aquel sentimiento de la naturaleza le hace confesar, “Vengo del mar y estoy en la montaña… Las montañas y el mar hablan al mismo lado del espíritu”. El 23 de agosto, subiendo al lago de Gaube, cruza puentes de troncos, torrentes, bosques, y se siente sobrecogido ante el espectáculo imponente del paisaje. Escucha el murmullo de los regatos y vive en el silencio del alba la maravilla extraordinaria de la creación. Entre la bruma y la lluvia descubre el agua verde, glacial, del lago rodeado de montes y peñascos. Y cerca del agua se queda contemplando el túmulo de mármol erigido en memoria de la pareja de ingleses ahogados allí el 20 de septiembre de 1842; William Henri Pattison, de 31 años, y Sarah Frences, de 26, llevaban un mes casados.
Escribe esto el 24 de agosto. Y tan solo unos días más tarde, el 4 de septiembre, Leopoldine, la hija amada, y su esposo Charles Vacquerie, se ahogaban en las aguas del Sena al volcar la barca en la que paseaban. Leopoldine tenía 19 años, estaba embarazada y hacía poco más de seis meses que se habían casado. Pasaban sus vacaciones en Villequier, y allí queda aún su sepultura.
Aquella tarde en el lago, mientras el escritor se entretenía recogiendo cinerarias en el roquedo, sobre las aguas gélidas, mortales, se resbaló y a punto estuvo de caer. Y al descender, en Gavarnie, anotó, “Todo esto es vivo, arrebatador, feliz, exquisito”.
Luego conocería la tremenda noticia por los periódicos y se sumió en un silencio desolado. Qué inadvertidos vamos, qué descuidados, cuando el destino nos la tiene ya guardada.
![[Img #61096]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2022/4036_andres-dsc_0412g.jpg)
Víctor Hugo, el gran escritor romántico, era hijo del general francés Leopold Hugo, al servicio del intruso puesto en el trono de España por Napoleón. Si el padre vivió y sufrió los avatares de la guerra, el hijo admiró a España en la paz; mirándonos, eso sí, por encima del hombro. Muy francés. Aunque se sentía cercano a lo español por haber vivido aquí de niño, junto a sus padres y hermanos. Volvería en la madurez a pasar el verano de 1843 en una hermosa casa de Pasajes de San Juan, antes de continuar viaje a Pamplona y los Pirineos para admirar aquellos paisajes que activaban el sentimiento de la naturaleza, tan vivo en los románticos. Desde el lado francés, de Pau a Cauterets, escribía sobre la marcha, “Se siente la vecindad de España”. Quedaba cerca Lourdes, puerta del Alto Pirineo, hasta donde llegara en 1755 la sacudida del terremoto de Lisboa, que sobresaltó los corazones y la conciencia de Europa. Inmensos valles y castillos asolados activan su inspiración, “Nada más emocionante que las ruinas del hombre mezcladas con las ruinas de la naturaleza”. Y aquel sentimiento de la naturaleza le hace confesar, “Vengo del mar y estoy en la montaña… Las montañas y el mar hablan al mismo lado del espíritu”. El 23 de agosto, subiendo al lago de Gaube, cruza puentes de troncos, torrentes, bosques, y se siente sobrecogido ante el espectáculo imponente del paisaje. Escucha el murmullo de los regatos y vive en el silencio del alba la maravilla extraordinaria de la creación. Entre la bruma y la lluvia descubre el agua verde, glacial, del lago rodeado de montes y peñascos. Y cerca del agua se queda contemplando el túmulo de mármol erigido en memoria de la pareja de ingleses ahogados allí el 20 de septiembre de 1842; William Henri Pattison, de 31 años, y Sarah Frences, de 26, llevaban un mes casados.
Escribe esto el 24 de agosto. Y tan solo unos días más tarde, el 4 de septiembre, Leopoldine, la hija amada, y su esposo Charles Vacquerie, se ahogaban en las aguas del Sena al volcar la barca en la que paseaban. Leopoldine tenía 19 años, estaba embarazada y hacía poco más de seis meses que se habían casado. Pasaban sus vacaciones en Villequier, y allí queda aún su sepultura.
Aquella tarde en el lago, mientras el escritor se entretenía recogiendo cinerarias en el roquedo, sobre las aguas gélidas, mortales, se resbaló y a punto estuvo de caer. Y al descender, en Gavarnie, anotó, “Todo esto es vivo, arrebatador, feliz, exquisito”.
Luego conocería la tremenda noticia por los periódicos y se sumió en un silencio desolado. Qué inadvertidos vamos, qué descuidados, cuando el destino nos la tiene ya guardada.






