Aidan Mcnamara
Sábado, 19 de Noviembre de 2022

Ocho mil millones y ‘erfurbo’

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El mundo de la estadística suele tener mala reputación. A menudo se le acusa de distorsión y de selección sesgada.

 

Se nos dice con cinismo entendible que las cifras son elaboradas por grupos de interés de una u otra ideología. Muchas veces, las interpretaciones de la estadística son ridículas, porque falta un mayor contexto o porque este no se toma en consideración.

 

Las estadísticas a menudo se convierten en eslóganes u otras formas de propaganda. Sunny Spain, por ejemplo, en los folletos de las agencias de viajes más allá de las fronteras de España, como si España no tuviera otras costas, otros climas.

 

O el eslogan del neoliberalismo light: no hay prosperidad sin crecimiento..., como si la distribución equitativa a nivel mundial no fuera un factor o como si el trabajo sindicalizado ya no tuviera un valor moral.

 

Sin embargo, algunas estadísticas son fiables: Finlandia tiene más lagos que Portugal; la fruta se estropea más rápido que la Coca-Cola; la ciudad de Wuhan tiene más población que la cuarta parte de Polonia. Y aunque sólo estoy escribiendo mi opinión, algunos tipos de investigación son más rigurosos que otros.

 

En el mundo posmoderno en el que muchas convicciones ya se consideran excesivamente moralistas, es difícil restablecer la soberanía de los hechos, dado que los marcos personales de su interpretación ya reciben el mismo privilegio y, de hecho, publicidad (Twitter) que los marcos tradicionalmente sostenidos por las universidades e instituciones y otras sedes académicas nacionales o internacionales (ONU/UNESCO).

 

En una democracia consolidada, el éxito se mide por los avances cívicos, independientemente de los turnos parlamentarios. Evidentemente, los políticos y sus asesores en economía son importantes, pero la educación filosófica también lo es.

 

En mi caso -está claro que una anécdota ni hace una estadística ni es contemplada por ella- he notado una paradoja (que no lo es) maravillosa de cara al calentamiento global y al entorno diario: cuanto más culto me noto, menos basura consumo. Esto puede ser un dilema para los que abogan por el crecimiento sin marcos éticos claros, ya que no necesito ocho mil tipos de pasta de dientes… u ochocientos concursos deportivos.

 

Por otra parte, veo en mi barrio a jóvenes enamorados de todas las orientaciones… desde el arte corporal hasta el lenguaje sensual. Desprende mucha paz tras siglos de estupidez. La paz se puede medir de manera desinteresada y ¿quién no la quiere? Ejem… los que tienen acciones en la industria militar.

 

Para las próximas elecciones (las que sean) pregúntense sobre sus conocimientos de la economía y los derechos humanos de Qatar y sobre si sus representantes en ciernes y los representantes institucionales entienden el concepto de huella de carbono. Ya somos ocho mil millones. Por lo tanto, espero que estadísticamente haya más personas preparadas (incluso en Estados Unidos) que sepan evaluar el futuro con criterios sólidos, sin banderas sentimentales o egoísmos banales. ¿Black Friday? Nunca mejor dicho.

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