Catalina Tamayo
Sábado, 03 de Diciembre de 2022

Paradoja

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“Este era el aspecto malo de la vida social. La gente hablaba demasiado. Y tenía tiempo para pensar. Entonces, eliminaron los porches. Y también los jardines. Ya no más jardines donde poder acomodarse. Ya no más mecedoras. Resultan demasiado cómodas. Lo que conviene es que la gente se levante y ande por ahí.”

(Ray Bradbury. Fahrenheit 451)

 

Paradoja: el signo de los nuevos tiempos. La paradoja se ha instalado en nuestra vida. Sobre todo en nuestra vida pública. Sí, el principio de no contradicción ha quedado obsoleto. Ya no rige.

     

Se gobierna España con los que no quieren ser españoles y se quieren ir de España; si alguno comete el delito de sedición y además dice que lo volverá a hacer, entonces, primero, se le indulta y, después, se suprime del código penal este delito de sedición; se aprueba una ley para proteger a las mujeres y muchos delincuentes condenados por delitos sexuales ven sus penas rebajadas; se pretende hacer una ley sobre el maltrato animal que castigue tanto la violencia contra los animales como la violencia contra las personas; se promete algo, incluso se repite la promesa hasta cinco veces –lo vimos y lo escuchamos todos los españoles en la televisión– y no se cumple; se perpetra con nocturnidad una traición a España y a los españoles, pero se dice que es progresismo. Una demanda de Europa.

    

Y no pasa nada. No hay rubor. Además, en la calle, nadie se extraña, y menos aún se alarma o se rasga las vestiduras. Cada cual está a lo suyo. Está, pese a la inflación desorbitada, en el fútbol, en el cine, de vinos o cenando en algún restaurante de moda. Divirtiéndose. Como ya ocurrió también en otro tiempo de desastres.

     

Pero si a alguien le da por pensar y señala estas contradicciones, este sin sentido, este no poder ser, este atropello a la razón, entonces se le llama fascista y se le excluye socialmente. Ya ni se le habla. No es de los nuestros. Es uno de esos fascistas a los que hay que parar.

     

Entonces, ante este temor, ese alguien que ha tenido la torpeza de pensar por su cuenta, de reconocer lo evidente, de identificar los eufemismos y las hipérboles, los disfraces, de no tragar, se arredra: calla y acepta esto como normal.

     

Lo normal es creer al gobierno y a sus acólitos independentistas porque solo ellos son demócratas y progresistas. Los verdaderos libertadores. Los buenos. En cambio, los demás, esos que no hacen más que poner palos en la rueda del progreso, son fascistas, machistas y xenófobos. Mala gente. Lo peor de lo peor.

    

Esta es la doctrina, el dogma, que como dogma no se discute, se cree ciegamente. El dogma de la nueva religión. Porque, sí, ha nacido una nueva religión, se acaba de fundar una nueva fe, y quien no crea pecará e irá al infierno, y pobre de él, porque arderá en las llamas del estigma y de la exclusión.

 

 

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