Ángel Alonso Carracedo
Viernes, 09 de Diciembre de 2022

La pastora intrépida

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En Astorga, todos dicen que se van los jóvenes y no regresan. Eso es una sangría para el futuro de cualquier localidad. Por ello, encontrarse ante uno que se queda, y lo hace con la voluntad de emprender un negocio, es, a la vez, estar frente a un personaje y una intrepidez. Necesitados estamos, menores y mayores, de conocer su receta de la vida. Porque en ese valor de ley se guardan lecciones muy provechosas para tomar la temperatura al porvenir. Tenemos la vista cansada y el ánimo dolorido de pasear por la ciudad y, donde antaño hubo una tienda, un bar, un hostal, próspero o entrañable, ver hoy la orla fúnebre de un se alquila o se vende, herrumbrada por el orín corrosivo del largo tiempo desocupados, es una patada en el bajo vientre de los sentimientos.

 

Quiero contar en esta galería la historia de una mujer joven. Datos de DNI aparte, ella transporta la lozanía en el espíritu de su discurso, en sus empeños y en el amor sincero a una Astorga que no quiere ver empequeñecida por el éxodo de la generación del relevo. Se llama y, por tanto es, Silvia Pérez Iglesias. Personaje de verdad, en la más amplia acepción del término, una protagonista de la épica de la vida, cuando ésta envida a órdago.

 

Su aventura, una tienda pequeña,  coqueta, llamativa, decorada al modo fashion que bien nos puede trasladar a la calle Serrano, de Madrid, a la rue Fouche, de París, o al cosmopolitismo del Nothing Hill londinense. Puesta con ese gusto de persona sensible a los efectos gratificantes de la vista. Y está en Astorga, en el meollo del eje monumental, frente a la iglesia de San Bartolo (un prodigio de asimetría arquitectónica que queda un poco olvidada ante la excelencia de sustantivos domésticos como catedral o palacio). Este local luminoso se llama 'La oveja feliz' ¿Entienden ahora el por qué de ese titular 'La pastora intrépida'?

 

 

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Es fácil deducir que, con ese nombre directo al corazón del ganado lanar, la lana sea el motivo central, y más concretamente, la de oveja merina que, a juicio de Silvia, “es uno de los productos estrella de esta zona. He buscado verdaderos artesanos españoles en su tratamiento. Este es el motor de mi iniciativa”.  

 

Silvia es una ametralladora de palabras. Está tan convencida de su proyecto, que toda esa expresividad solo hilvana ideas a escape libre, que parecen, solo parecen atropelladas, pero que en realidad son entusiasmo sin disimulo. En esa locuacidad se deja ver una mujer a la que le brillan de orgullo los ojos por los pasos, a veces vacilantes, a veces seguros, de sus ideas y de sus planes. He tenido que escribir rápido, con la premura del taquígrafo que no soy, en la toma de notas para no perder el sentido auténtico de este mensaje.

 

 

Comienzos en el arte

 

Sin embargo, arranca dubitativa, a la pregunta de ¿Quién es Silvia? “Pues no lo sé – replica -. Estoy en constante cambio y aprendizaje. Solo tengo dos grandes objetivos: ser feliz y tener un caballo” (risas).

 

Nació en Alemania. Hija de emigrantes. “Muy orgullosa de serlo –continúa -. Nunca me prohibieron nada. Me dejaron total libertad y respetaron mis decisiones”.

 

Antes de su incursión en el comercio. Silvia revela que fue higienista dental, aunque esa dedicación fue producto de uno de esos azares de la vida. “Tuve antes vocación artística. Trabajé en cerámica, pero me di cuenta que para la hija de un obrero es difícil triunfar en este campo por los recursos económicos que demanda. Mi padre me ayudó e intentó hacerlo por encima de lo que pudo. Como higienista dental trabajé treinta años, la mayoría en León. Ahí conocí a mi pareja y empezó mi vinculación con Astorga”.

 

Ya en Astorga empieza a madurar la idea de 'La oveja feliz'. “Se trataba – dice Silvia - de dar a conocer lo que había en los alrededores y buscar un negocio para ponerlo en valor. Me concentré en algo que no hubiera en la ciudad. En la tienda, todo lo que hay tiene nombre y apellidos, algo que para mí es de un valor fundamental”.

 

 

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La tienda opera desde hace cuatro años, porque Silvia incluye el que estuvo dándole vueltas al proyecto. Las vertientes del negocio no se circunscribían exclusivamente a la lana, que sí es el producto básico.

 

“Aquí –indica – hay más trabajo, como dar con artesanos de garantía por toda España. Busco siempre gente que aporta algo distinto al producto. Ahora estoy en un tipo de lana de muy alta calidad, la Añina Regina Merino, y en una zapatilla elaborada con lana merina, caña de azúcar y piel de ovino, sostenible al cien por cien”.

 

 

Seducción por la tradición lanera de Val de San Lorenzo

 

Silvia Pérez Iglesias (no olvidarse de la identidad completa) confiesa que no tenía conocimiento alguno de las lanas. “Me encantaban las del Val de San Lorenzo, pero percibí que por aquí pasaban inadvertidas. Fue como un flechazo. Soy de esa gente que le gusta tener mantas en el sofá. En Gran Bretaña e Irlanda, la lana se venera, y aquí olvidamos que tenemos la mejor lana del mundo: la merina”.

 

Sustenta la afirmación en el hecho de que el merino español procede del norte de África ”y trashuma – señala - hacia el norte de España en busca de pastos verdes. Es algo tan sencillo como la búsqueda de alimento, que es lo que confiere al pelo esa textura. Me gustaría que no se perdiera la manera de hilar y tejer de la forma tan peculiar que se hace aquí. Solo quedan dos ejemplos en España: el Val de San Lorenzo y Grazalema”.     

 

Silvia se sorprende por la tendencia de la gente a buscar cosas fuera de su entorno, olvidando lo que nos rodea. “Esa es la base del negocio y de este quehacer. La vida es mucho más sencilla, pero nos la complicamos lentamente. Hay que salir de la corriente de que esta crisis nos va a matar”.

 

Optimismo, queda claro, es su medicina. Tras cuatro años forjados en esa filosofía de lucha, reconoce que “el negocio va bien, pero es preciso conocer los diferentes matices de la estacionalidad. Me he centrado en un producto de calidad, sostenible y accesible para la mayoría. No tengo una firma que me diferencie del mundo. Mi objetivo es que la gente que entra en mi tienda se vaya satisfecha y con idea de volver”.

 

Pese a la sofisticación interna y externa de su comercio, Silvia no tiene empacho en reconocer que el producto estrella en venta son los calcetines, por supuesto, de lana merina que, según ella, fuera de España vienen a costar unos 20 euros “y aquí los vendemos a nueve”.

 

Preguntada si La oveja feliz es una tienda de clientela femenina, rápidamente zanja: “no; es unisex. Mi primer cliente fue un chico de Barcelona que hacía el Camino de Santiago y se llevó una ovejita. Pasa por aquí cada año y viene a ver la tienda. Eso es lo que hace que el local sea distinto y a mí me llena de alegría. Tengo una tienda pequeña en una ciudad pequeña y eso te queda siempre en el corazón”.

 

 

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De tendera a empresaria

 

Sí, hay madera de personaje y de protagonista de la historia de (sobre)vivir en tiempos difíciles  e inciertos y, por ello, se atreve con una oratoria empresarial más allá de los límites de 'La oveja feliz'. Tiene, como dardo en la diana, fija la idea de que “hay que potenciar el turismo. No puedes vivir del pasado permanentemente. Estamos obligados a renovar. Creo que Astorga es una ciudad que se vende mal. En temporadas bajas tenemos que fomentarla de otra manera. Por ejemplo, explotar las materias primas gastronómicas. En invierno no hay gente en la calle. La juventud se marcha y no vuelve. Hay que trabajar para que la gente nos dé las cinco estrellas. Ahí entramos todos. Tengo un negocio que abre los fines de semana. Es un esfuerzo que no necesito para vivir, pero considero que aporta un plus a la ciudad. A los visitantes no les gusta ver los comercios cerrados”.

 

“La ciudad se está apagando – prosigue como si la hubieran dado cuerda - . No es cuestión de quién nos gobierna, sino de una conciencia o un trabajo colectivo de los ciudadanos. Todos tenemos que arrimar el hombro".

 

Silvia ha dejado la impronta de un amor leal a Astorga. Y digo leal, porque a diferencia de fiel, no sigue los patrones de la aceptación de las circunstancias sin cierto espíritu crítico. “A mí me motiva sentirme bien con lo que hago. No solo es ganar dinero. Cuando un negocio está abierto es porque genera dinero. Llevo en Astorga el suficiente tiempo como para tomarle el pulso. La verdad es que hasta que no vives de lunes a lunes y de enero a enero no destripas el corazón”.

 

“La vida es pasión – ha vuelto a coger la onda reivindicativa de un carácter preparado para caer y siempre levantarse - . No me importa equivocarme. Me importa seguir y hacer lo que me dé la gana. La idea de 'La oveja feliz' fue exclusivamente mía. La mitad de mi cabeza limpiaba dientes y la otra mitad pensaba en el potencial de Astorga que nadie había tocado”.

 

Silvia hace su declaración de ¿amistad?, ¿amor?, cualquiera de las dos puede servir, a la ciudad que la ha adoptado. “Mi vejez – me cuenta con la mirada fija en un punto indeterminado – me gustaría vivirla en Astorga, pero los meses del frío procuraré salir hacia zonas más cálidas. Aquí me lo paso bien. Vivo bien y se vive muy bien. Eso es un valor añadido”.

 

Silvia Pérez Iglesias, con nombres y apellidos de nuevo, es una mujer sin edad, o, para ser más precisos, sin los años convencionales recogidos en el censo o los documentos identificativos. Los dígitos de su existencia vagan en abstracto por un cerebro que imagino en la acción continua e imparable de pensar, de arriesgar, de poner toda la carne en el asador por la aventura de vivir con el pulso acelerado de las creencias en uno mismo.  He conversado con una persona de magnífica rebeldía que usa palabras de entusiasmo, no de indignación o descalificación. No está dispuesta, a lo que parece, a gastar sus energías en cabreos improductivos. Quiere montar su caballo, el emblema de un triunfo. Astorga necesita de tipologías personales como la que nos esbozan Silvia y otros ejemplos de esta galería de personajes en una ciudad que, para su bien, tiene todavía balas en la recámara. Son el espejo grato del siempre incierto porvenir.

 

 

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