Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 10 de Diciembre de 2022

El reencuentro

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Él tenía tantas ganas de triunfar en el mundo de los negocios, como ella de triunfar en el mundo de los sentimientos. Él quería comerse el mundo y le tragó a ella. Ella era muy ingenua.

Ella vivía en el mundo de los sentidos y él en el mundo racional, ambos situados en los extremos, fundamentalistas de sus mundos, imposible la no fricción. El mundo de la razón y el mundo de los sentimientos ¡difícil equilibrio!

 

Touché. Sucedió como había considerado posible. Temor contemplado, temor complacido.

 

Ella podía haber aprovechado la situación de poder que se le presentaba, como tantas otras veces le había sucedido y nunca aprovechado, y haber alargado mucho más ese momento fundamental, mágico e histórico del reencuentro. Un momento en el que podía  regocijare ante la posición favorable en la que se encontraba y que podía disfrutar. Era su sutil momento de desquite. Lo pensó. Le tentó.

Él llegaba con su turbación del reencuentro y  el desconcierto ante a unos espacios que no controla porque no conoce.

 

Ella espera con pleno conocimiento del terreno, atrincherada en su palazzo.

Él, con unas cuantas horas de viaje de coche, acalorado, sudado y cansado.

 

Ella, duchada, impecablemente vestida, descansada y recibidora, con el pelo al viento.

Él llega caminando  por la vereda con paso algo inseguro y se acerca vacilante a la puerta.

 

Ella se asoma al balcón del piso superior, justamente encima de la puerta.

Él mira hacia arriba.

 

Ella observa desde arriba. Le tiene abajo, forzando el cuello para poder mirarla. Desde las alturas domina la situación. Saluda con la mano primero y luego unas palabras atentas, y hasta cariñosas, pero sin efusiones, dichas con cierta laxitud.

Él contesta escueto, no le da para mucho más la posición contorsionada de su cuello.

 

Ella aprovecha para disfrutar un poco de la escena consciente de la situación de desventaja en la que se encuentra él, y entabla una intrascendente conversación como si fuera el tema más transcendente del momento.

Él, excesivamente incómodo con el cuello retorcido acierta a balbucear pocas palabras.

 

Ella alarga el momento. Está disfrutando y quiere saborearlo.

Él comienza a contrariarse e impacientarse.

 

Ella hace como que no se da cuenta y sigue todavía un ratito más, con alegría, hasta llegado el momento que considera ‘suficiente’ y suelta un “ahora bajo” con cierta viveza, como si toda la escena se desarrollara con la mayor naturalidad y espontaneidad.

Y se dio el encuentro con un azoramiento disfrazado de naturalidad. Ese encuentro que hasta hacía tres días no le había movido ni un ápice de emoción pero que ahora le iba creciendo cierta ligera emoción. Se empezaron a hablar con un cálido desapego que poco a poco fue cogiendo calor y cercanía.

 

Ella apuntó en su diario:

Ayer se fue de madrugada muy alterado. Habló y habló durante tres o cuatro horas de sus avances personales, la verdad es que no me acuerdo muy bien lo que dijo pero habló largo de sí mismo y habló de la comunicación y me confesó su sentimiento de incertidumbre, de impotencia y sobre todo de desconfianza, y por lo tanto de duda, ante mi reserva, esa cierta reserva que percibe en mí y que le impide el acceso total o el conocimiento total de mí. Me guardo alguna baza y le da vértigo. Yo le digo que es precaución, defensa; que yo siempre abogué y perseguí la comunicación plena, por lo tanto en mi búsqueda de recibir está mi posición de dar.

 

No me dio tiempo a decirle que mi estómago hacía tiempo que dejó de hacer el vacío al oír su nombre y la sangre dejó de helarse en mis venas al pensarle. Que, en muchos años, esa etapa de mi vida con él de protagonista, ha estado inhabilitada para el recuerdo. Una historia que nunca existió porque el dolor la transformó en ‘la nada’, en el vacío, en la brecha del antes y después de mi vida. Como un remiendo en una tela donde ha desaparecido el trozo roto y sólo queda la costura que cada vez se va mimetizando más con la tela hasta que llega el momento en que aunque esté ya no se ve.

 

Iba a apuntar en el cuaderno mis consideraciones, que son muchas y creo que muy acertadas, sobre su egoísmo y egotismo tan infantil y sobre su incansable análisis atropellado de los demás y de sí mismo, sin calado, pero eran las 7h. de la mañana y no daban para más mis fuerzas.

 

Él es manipulador de la realidad y yo soy observadora de la realidad, la posición es muy diferente como diferente es el resultado.

 

Finalmente he aprendido algo de su lenguaje y supongo que él algo del mío, así podremos comunicarnos mejor a partir de ahora, entendernos es ya otro problema.

 

O témpora o mores

 

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