Metròpolis. (Una tarde de lluvia cualquiera de finales del año 2022)
![[Img #61423]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2022/890_metropolis_cartel_original.jpg)
Hoy le dedicado un rato al cine de culto viendo Metrópolis. Elegí el largometraje que se supone que es el más completo hasta la fecha. Como ya sabréis se perdieron más de veinticinco minutos de esta película y muchos detalles y hasta hace apenas quince años no se recuperó parte de la cinta, aunque se cree que no toda. Esta joya del cine está grabada en blanco y negro, es cine mudo o drama mímico y fue llevada a la gran pantalla por el vienés Fritz Lang en 1927.
Me fue imposible interpretar en una sola visualización todo el planteamiento reflexivo que expone y, como buena amante de los libros, busqué su versión escrita. Al Igual que otros muchos metrajes a este también lo precedió su obra literaria en 1925 y ya os adelanto que si no la habéis leído es una tarea pendiente y necesaria para hallar un completo entendimiento. La autora, Thea Von Harbou, era la esposa del director y la guionista del filme, pero quedó relegada a un segundo plano al poner su talento al servicio de Hitler. Aunque ya divorciada de Fritz Lang y casada en secreto, en contra de la ideología nazi, con un periodista y estudiante indio declaró que únicamente se había anexionado al régimen para ayudar a la comunidad hindú. Antes, había promovido activamente la legalización del aborto y defendido los derechos de la mujer.
No sé si puedo entender su adhesión al régimen. Tampoco sé si siempre hay elección: “Todos aquellos rostros se volvían lentamente hacia mí. Y entonces los vi: no eran viejos ni jóvenes; no había en ellos dolor ni gozo.” ‘¿Qué queréis?’, pregunté. Y uno contestó: ‘Estamos esperando, señor Fredersen’. ‘¿A qué?’, insistí. ‘Estamos esperando a que alguien venga y nos diga adónde debemos ir’”.
En Metrópolis, la clase obrera habita el subsuelo al tiempo que el peso de todo el engranaje económico recae sobre ellos y los convierte en seres que la precariedad y la esclavitud ha deshumanizado. Soportan el peso del mundo sin más recompensa que un triste salario y la esperanza de que suene la campana pasadas diez horas para hacer el cambio de turno mientras la Gran Máquina pide alimento y algunos son devorados por ella.
El filme posee un trasfondo marcadamente filosófico y religioso con el que a día de hoy aún podemos identificar nuestra sociedad. La intención de la obra era situarnos en el año 2026 lo que para aquel entonces resultaba algo muy futurista.
El mundo es una rueda que gira y gira y repite una vez tras otra las mismas historias hasta la extenuación. Tenemos la capacidad de inventar, de crear, pero no la de aprender, la de cambiar. Seguimos siendo implacables unos con otros, todos con uno, uno con todos, y todos nuevamente contra la materia sobre la que nos asentamos. Creamos y destruimos líderes según cuál sea nuestra condición. Los líderes que aborrecemos crean con sus propias manos los nuevos prototipos que anhelamos, les dan un baño y los dejan resplandecientes para que creamos que son algo nuevo, distinto y después… después los hacen fracasar para que como borregos volvamos decepcionados al rebaño.
Y mientras, todo lo que conocemos se extingue: “…de las cenizas grises se alzó, con alas temblorosas e indeciblemente bellas, un pájaro de plumas cuajadas de luz. Lanzó un grito de dolor. Jamás pájaro alguno había llorado de modo tan angustioso. Voló sobre las cenizas de la Tierra en ruinas; voló más y más alto, sin saber dónde posarse”.
Estos extractos de la novela Metrópolis nos dejan una definida síntesis de todas las figuraciones tangibles, metafísicas, sociales, políticas y religiosas que abarca. Y, aunque la película plasma y mezcla de forma impecable el relato histórico y bíblico con la visión futurista de una ciudad fragmentada entre el proletariado y los patronos; yo, como lectora, abogo sin duda alguna por el libro. Escruto el objeto y a su autora en la travesía hacia temas como la represión, la desigualdad social y la revolución, que concluye en la obra con un soplo de esperanza a la reconciliación entre las distintas clases: “El mediador entre el cerebro y la mano ha de ser el corazón”.
Pero, sobre todo, recomiendo previamente el libro, porque hay rasgos, palabras, emociones o señales imposibles de recrear en imágenes. Porque hay historias cuyos matices se van tejiendo en nuestro interior de manera única mientras leemos.
“¿Dónde están los hombres, padre, cuyas manos levantaron esta ciudad? ¿A qué mundo pertenecen?”
Hoy le dedicado un rato al cine de culto viendo Metrópolis. Elegí el largometraje que se supone que es el más completo hasta la fecha. Como ya sabréis se perdieron más de veinticinco minutos de esta película y muchos detalles y hasta hace apenas quince años no se recuperó parte de la cinta, aunque se cree que no toda. Esta joya del cine está grabada en blanco y negro, es cine mudo o drama mímico y fue llevada a la gran pantalla por el vienés Fritz Lang en 1927.
Me fue imposible interpretar en una sola visualización todo el planteamiento reflexivo que expone y, como buena amante de los libros, busqué su versión escrita. Al Igual que otros muchos metrajes a este también lo precedió su obra literaria en 1925 y ya os adelanto que si no la habéis leído es una tarea pendiente y necesaria para hallar un completo entendimiento. La autora, Thea Von Harbou, era la esposa del director y la guionista del filme, pero quedó relegada a un segundo plano al poner su talento al servicio de Hitler. Aunque ya divorciada de Fritz Lang y casada en secreto, en contra de la ideología nazi, con un periodista y estudiante indio declaró que únicamente se había anexionado al régimen para ayudar a la comunidad hindú. Antes, había promovido activamente la legalización del aborto y defendido los derechos de la mujer.
No sé si puedo entender su adhesión al régimen. Tampoco sé si siempre hay elección: “Todos aquellos rostros se volvían lentamente hacia mí. Y entonces los vi: no eran viejos ni jóvenes; no había en ellos dolor ni gozo.” ‘¿Qué queréis?’, pregunté. Y uno contestó: ‘Estamos esperando, señor Fredersen’. ‘¿A qué?’, insistí. ‘Estamos esperando a que alguien venga y nos diga adónde debemos ir’”.
En Metrópolis, la clase obrera habita el subsuelo al tiempo que el peso de todo el engranaje económico recae sobre ellos y los convierte en seres que la precariedad y la esclavitud ha deshumanizado. Soportan el peso del mundo sin más recompensa que un triste salario y la esperanza de que suene la campana pasadas diez horas para hacer el cambio de turno mientras la Gran Máquina pide alimento y algunos son devorados por ella.
El filme posee un trasfondo marcadamente filosófico y religioso con el que a día de hoy aún podemos identificar nuestra sociedad. La intención de la obra era situarnos en el año 2026 lo que para aquel entonces resultaba algo muy futurista.
El mundo es una rueda que gira y gira y repite una vez tras otra las mismas historias hasta la extenuación. Tenemos la capacidad de inventar, de crear, pero no la de aprender, la de cambiar. Seguimos siendo implacables unos con otros, todos con uno, uno con todos, y todos nuevamente contra la materia sobre la que nos asentamos. Creamos y destruimos líderes según cuál sea nuestra condición. Los líderes que aborrecemos crean con sus propias manos los nuevos prototipos que anhelamos, les dan un baño y los dejan resplandecientes para que creamos que son algo nuevo, distinto y después… después los hacen fracasar para que como borregos volvamos decepcionados al rebaño.
Y mientras, todo lo que conocemos se extingue: “…de las cenizas grises se alzó, con alas temblorosas e indeciblemente bellas, un pájaro de plumas cuajadas de luz. Lanzó un grito de dolor. Jamás pájaro alguno había llorado de modo tan angustioso. Voló sobre las cenizas de la Tierra en ruinas; voló más y más alto, sin saber dónde posarse”.
Estos extractos de la novela Metrópolis nos dejan una definida síntesis de todas las figuraciones tangibles, metafísicas, sociales, políticas y religiosas que abarca. Y, aunque la película plasma y mezcla de forma impecable el relato histórico y bíblico con la visión futurista de una ciudad fragmentada entre el proletariado y los patronos; yo, como lectora, abogo sin duda alguna por el libro. Escruto el objeto y a su autora en la travesía hacia temas como la represión, la desigualdad social y la revolución, que concluye en la obra con un soplo de esperanza a la reconciliación entre las distintas clases: “El mediador entre el cerebro y la mano ha de ser el corazón”.
Pero, sobre todo, recomiendo previamente el libro, porque hay rasgos, palabras, emociones o señales imposibles de recrear en imágenes. Porque hay historias cuyos matices se van tejiendo en nuestro interior de manera única mientras leemos.
“¿Dónde están los hombres, padre, cuyas manos levantaron esta ciudad? ¿A qué mundo pertenecen?”