Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 17 de Diciembre de 2022

Señor feudal

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La participación de España en el Mundial de Catar no se ha salido de nuestra historia futbolística, pese a que portemos una estrella de campeones en la casaca. Excepción hecha de esa proeza en la edición sudafricana de 2010, a destacar un cuarto puesto en 1950, total, ayer. Esas son las credenciales, porque, aunque solo hayamos faltado a siete citas de fase final, en el resto de los veintidós Mundiales celebrados, no hemos pasado de cuartos, tras fases clasificatorias con el agua al cuello.

 

Aún así, no hay edición mundialista en la que, clasificados, no nos pongamos la aureola de favoritos, pese a que el elenco de seleccionados ofrezca pocas garantías de respuesta frente a otros combinados con plantillas mucho más experimentadas y jugadores que marcan diferencias. Nuestro equipo en Catar pudiera tener mucha proyección de futuro, pero escasa de presente. No poseo el dato, pero creo que no hay equipo campeón del mundo con una edad media por debajo de los 25-26 años. Un Mundial de Futbol es una conjunción de muchos pequeños detalles que solo saben solventarlos, para estar entre los mejores, los veteranos.

 

Para más inri, en el partido inaugural, España goleó 7-0 a Costa Rica, y ya poco menos que pedíamos la entrega por adelantado de la copa y que el resto siguiera jugando para optar al subcampeonato. Dos selecciones, Japón y Marruecos, sin peso específico en el currículo futbolero, nos bajaron los humos de inmediato. Eso sí, los enviados especiales de los medios de comunicación y los tertulianos deportivos, hasta la constatación final del desastre, siguieron con la matraca de las posibilidades infinitas de España. Me pregunto si lo hacían convencidos o si era un ardid para sostener audiencias, cada vez más escépticas respecto a las posibilidades reales de nuestros jugadores.

 

En el Mundial de Catar, se ha detectado otra disfunción. A falta de un jugador referencia en el equipo, se aureoló al entrenador. Una estrategia que dejaba al descubierto una carencia psicológica sobradamente cubierta en otras selecciones bien referenciadas por su futbolista franquicia. De los cuatro semifinalistas, tres tienen hombres de campo perfectamente identificados como tales, mientras la cuarta juega con el factor sorpresa del humilde, engrandecido a cada paso dado.

 

Luis Enrique, el ya ex seleccionador, adoptó el rol del señor feudal con todos los derechos de pernada que le concedía ser el amo absoluto de la fortaleza y de las tierras. Ha ejercido de estrella mediática; ha ninguneado a los medios de comunicación con la soberbia del que sabe, pero tiene que negarlo, que va con lo puesto; ha actuado como el más exacto en la ciencia poderosamente inexacta que es el fútbol; ha desdeñado el siempre necesario plan B, porque creía ser el único dueño de la poción mágica de los campeones. Vivió  sus días de Catar, como un elegido para la gloria.

 

Para cualquier seleccionador español (y creo que de todo país que concurse) efectuar su trabajo en una fase final de Campeonato del Mundo, es un potro de tortura. Va a ser durante un mes el compatriota más vigilado por la sociedad, muy por encima, incluso, de los líderes políticos. Va a ser el hombre de cada día y de cada noche para millones de ciudadanos, máxime cuando en todo español hay un seleccionador y, por tanto, ciento de miles de posibles alineaciones. Contando, además, lo propensos que somos a personalizar el fracaso y a colectivizar el triunfo. Luis Enrique divinizó su función. Subió y subió sin parar impulsado por la polémica de sus métodos y desplantes. Ignoró dejar a cubierto la retaguardia de su condición de hombre, y cuando empezó a caer, lo hizo sin paracaídas. Verificado el protocolo del a rey muerto, rey puesto, empieza a ser, desgraciadamente, leña del árbol caído.

 

Los que le defienden esgrimen la revancha de su pasado culé, tras la espantada del Santiago Bernabéu, cuya grada, hay que reconocerlo, nunca le quiso. Para ambas aficiones es la doble imagen del converso en cuanto al fanatismo de admiración y de odio. Como madridista que soy, no voy a acusarle por no haber elegido muchos jugadores de mi equipo; sencillamente, poco tiene donde elegir, cuando en la plantilla merengue, apenas hay cinco compatriotas y, con todo, se ha llevado a dos. Objetivamente, el Barça tiene mucho más plantel donde escoger y, creo, además, que lo hizo bien, salvo el detalle de alguna razón de parentesco, que por estos lares  levantan las ampollas del nepotismo.

 

Como entrenador del Barcelona maduró como hombre de futbol. Fue sensato con los méritos y deméritos de su escuadra. Reconoció sin ambages las derrotas y no le oí escudarse en razones fuera de lo que acaecía en el terreno de juego, en las que tanto se escudan otros colegas o directivos. Sus primeros pasos como seleccionador ilusionaron, y gustó la apuesta por la juventud, quizás ilusoria en la continuidad con otros mimbres que no alcanzaban a igualar lo que hizo el equipo campeón del mundo y, dos veces consecutivas, de Europa entre 2008 y 2012.  

 

Luis Enrique se transformó en Catar, o a lo peor fue él mismo desvestido de disfraces o  posados. El sigue dale que dale a que volvería hacer lo mismo, y con los mismos nombres. Si vistos los malos resultados, no rectificas, que cada uno saque conclusiones…El latín, lengua muerta, es único para desnudar comportamientos. En Luis Enrique abunda ahora mucha excusatio non petita….

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