Sol Gómez Arteaga
Sábado, 17 de Diciembre de 2022

Balance y gratitud

 

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Vamos por la vida deprisa, sin prestar demasiada atención a cuanto nos rodea, corredores de fondo de una carrera de obstáculos hacia una meta en la que no sabemos muy bien qué vamos a encontrar ni si encontraremos algo. En esta marcha nuestra, personal, intransferible, hay momentos en los que paramos, hacemos un alto en el camino, nos damos un respiro. Como ahora, que el año se hace viejo y entre el ruido de fondo, celebraciones atropelladas, espumillón, villancicos que resuenan a lo lejos, hacemos balance, memoria.

 

En lo creativo para mí ha sido un año de experiencias, de tanteos, de aprendizaje, de conocer personas nuevas, también de reencontrarme con otras a las que no veía desde hace más de tres décadas. Un año de pequeños avances -dos pasos hacia adelante uno atrás- en el camino de los sueños que se hacen a mano, sin permiso, sin grandes aspavientos o pretensiones, que se hacen, en definitiva, por el puro deseo de hacer. Cada vez estoy más convencida de que lo creativo es la válvula de escape que nos redime de un exceso de realidad. Lo creativo es ese mundo paralelo -útero, refugio- que nos aísla, salvaguarda, protege de la intemperie de la vida.

 

En lo laboral ha sido un año intenso. Un año en el que he tenido la sensación de que se adhirieran a mi piel muchas vidas. Trabajo con personas en el campo de la salud mental y aunque siempre he presumido de saber escuchar, ha habido momentos en los que me he sentido desbordada, en los que me ha costado desconectar, separar trabajo de no que no lo era. Entonces he deseado más que nunca regentar un kiosko de helados y que mi única responsabilidad fuera ofrecer cucuruchos de nata y fresa, o pistacho, o mandarina o tutti frutti o… a clientes deseosos de calmar su sed en tardes interminables de calor. Y quien dice regentar un kiosko de helados dice vender carne detrás de un mostrador y saber diferenciar el solomillo de la cadera, la aguja o la babilla. O vender condones, qué se yo, a hombres libidinosos y/o fogosas mujeres: “¿De qué talla los quiere? ¿xs, s, m, l, xl, xxl?” -si es que los condones tienen talla como las camisetas-. No. No es fácil a veces trabajar con el sufrimiento humano y el fracaso. Por fortuna, entendí que no todos los días son iguales, que siempre que llueve escampa y que, de momento, amanece, que no es poco. También que hay gente que no tiene a quien soltarle toda la carga acumulada de dolor, y aprovecha y lo suelta y se suelta cuando encuentra un espacio de confianza y acogida.

 

En lo familiar, en lo íntimo, me quedo con pequeños detalles: presencia, dádiva, mirada cómplice, sonrisa de los míos que siempre están, aunque a veces, demasiada ocupada en mis afanes, siento que yo no estoy para ellos. Ni a su altura. En casa somos ‘p’adentro’: parcos en palabras, pudorosos en demostraciones de afecto, a imagen y semejanza de la tierra “de ternura honda” que nos vio nacer. Pero estamos y lo sabemos y nos sostenemos, es decir, nos damos aliento cuando las fuerzas flaquean.  

 

En este año que termina es momento también para apreciar y reconocer el apoyo de cuantas personas han formado parte de él, personas que no voy a nombrar pues la ristra es larga y ellas saben quiénes son.

 

Agradecer, dice el refranero, es de sabios y de bien nacidos, y también dice que el que no agradece no merece y que solo un exceso es recomendable: el de la gratitud.

 

Gratitud a cuantas personas han dicho sí a mis requerimientos y luego han preguntado, en eso consiste otra palabra que me encanta por su sentido antiguo: la hospitalidad. En la antigua Grecia primero se acogía al huésped, se le daba baño, comida, se le ayudaba a recuperar fuerzas, luego se le preguntaba.

 

Así que gracias por darme cabida, habitación, abrigo en vuestros corazones.

 

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