22 del 12 del 2022
![[Img #61534]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2022/1134_2-dsc_0163.jpg)
Hoy es el día de la lotería, con un número fantástico para cualquier tipo de cábala. Tradicionalmente este día daba paso al comienzo de la Navidad, no a principios de diciembre, ni a mitad de noviembre, como se les ocurre ahora a todos los ayuntamientos y a todos los comercios. Sí, ya sabemos que el comercio es lo que mueve la economía de un país, y que el espíritu navideño es interesante acoplarlo a las necesidades económicas del país. Pero someternos a ese ‘espíritu navideño’ un mes y medio antes de que lleguen los días señalados es demasiado y al final acabamos todos hasta la coronilla de tanta ‘Navidad, Navidad, dulce Navidad’.
Una pena, no me ha tocado nada. Bueno, claro, en realidad era de suponer que no me tocara porque no había comprado ningún décimo. Todos los años compro alguno, y nunca me toca, este año no he comprado y… tampoco me ha tocado. Así es la vida, mi vida, compre o no compre nunca me toca.
Y este año mis fiestas navideñas también han empezado un poco antes de lo previsto, la familia ha llegado temprano, el día 20, para celebrar aquí el día 21, día del cumpleaños de mi nieto Ayú. Seis años. A él le parece que son muchos años y se considera el hombre más grande del mundo, y el número 6 el más mágico. Qué ingenuidad a esas edades, y qué felicidad también. Este acontecimiento es el primer año que se une a las fiestas navideñas para celebrar todo de corrido, así que ha propiciado una reunión familiar mayor que la habitual.
Como suele ser frecuente en la familia la decisión se ha tomado a última hora y con ello surge el baile de quien viene, quien no viene, cuando viene, cómo viene… Hay que poner ambiente navideño antes de que lleguen. Mi espíritu navideño siempre es un poco tardío, se despierta en el último momento, casi con el cordero en la mesa. Pero este año he tenido que forzar mi inclinación festiva a poner el árbol de Navidad antes de los cánticos de San Ildefonso.
Colocar el árbol es el primer acontecimiento. ¡Dónde lo ponemos? Aquí, allí. ¿Dónde lo pusimos el año pasado? No, primero hay que poner el baúl en otro lado. Vale, ayúdame. El árbol te ha quedado ladeado. No, no está ladeado, yo lo veo recto. No, no, ponte desde este lado, desde aquí se ve ladeado, tienes que empujarle un poco para este lado. Así está bien. No, no está bien. Pues yo lo dejo así.
¿Has encontrado las cajas de la decoración? Sí, pero no encuentro las luces. Tienen que estar todas las cajas juntas. Pues no las he encontrado. Qué raro ¿no guardamos el año pasado arriba del altillo todas las cajas? Creo que dijimos que como el tiempo corre tan rápido en seguida iban a llegar las siguientes Navidades, y no las subimos al altillo. Cómo va a ser, pues entonces tienen que estar en el cuarto del billar…, y… ahí estarán las velas rojas.
Por fin aparecen todos los elementos decorativos del árbol, y madre e hijo nos ponemos a la tarea de ir poniendo las luces, las bolas rojas, las bolas doradas, las campanitas también doradas… Tras varias horas. ¡Ha quedado estupendo! Podemos respirar tranquilos. Los niños mañana se van a quedar encantados. Y Efectivamente, el árbol decorado y lleno de lucecitas que se encienden y se apagan, enfrente de la puerta de entrada de la casa, da una impresión muy navideña, hogareña y festiva. Los niños/nietos, al entrar, quedan francamente impresionados y encantados. Algunas cosas hemos dejado para que coloquen ellos y se sientan partícipes. Y con los niños entró la alegría y la algarabía.
Globos, muchos globos, una gran alfombra de globos y globos colgando de guirnaldas. Los niños juegan a las palas con los globos, los globos danzan en el aire pero también por el suelo, y de vez en cuando ¡plaf! pisan un globo, adrede o no adrede, y el susto obliga a una pequeña reprimenda de algún mayor cercano mientras los niños se ríen. La nieta mayor ya casi tiene ocho años, y como son ocho años de los de ahora, no los de antes, pues a ella lo que más le interesa es subir a mi cuarto a ponerse mis zapatos de tacón, los más altos, y los vestidos de brilli, brilli, mientras que el hermano ataca con espadas. Yo la freno, ella insiste, el hermano chincha, la prima pequeña interviene, él chilla, la mayor se revuelve, la pequeña acompaña en el alboroto. Una madre quiere ir a pasear con ellos por el campo para quitarles un poco de en medio. El abuelo ofrece unas galletas riquísimas que ha traído. La madre le dice que luego, que ahora se están poniendo las botas para salir al campo. Los niños dejan las botas a la llamada del abuelo. La abuela aparece diciendo que la comida ya casi está y que no es momento de pasear. Un padre de las criaturas recomienda al abuelo guardar las galletas para después, entonces el abuelo descorcha un excelente vino que ha traído para tomar con un excelente jamón y unos embutidos de ciervo que también ha traído. El niño llama a la abuela para que juegue con él, la abuela está trajinando en la cocina y le dice que no puede, el niño insiste, la abuela deja la cocina para darle satisfacción al niño. Aparece un padre sorprendido por la escena abuela/nieto ya que creía a la abuela rematando la comida, y protesta por la hora. La abuela se compromete a resolver rápido. El padre se pone a tocar al piano. Los niños, descalzos porque no han llegado a ponerse las botas para salir al campo y porque les encanta estar descalzos, se van corriendo a tocar también las teclas del piano. Plaf, plaf plaf, varios globos son pisado y el estruendo es grande. El pianista protesta, la abuela protesta. El abuelo sigue sacando ‘delicateses’ que ha traído de Madrid. La madre paseante, desesperada, se ha ido a pasear sola en vista de que nada avanza. La niña ha conseguido que la abuela le regale unas botas suyas con algo de tacón que ha encontrado en un cuarto, ya no se las quita, y ha hecho panda con los primos para subir a los desvanes a ver qué encuentran. A la abuela le ganan las circunstancias y sale de la cocina para saborear los deliciosos aperitivos que ha traído el abuelo. Alguien protesta porque nadie ha metido leña en la chimenea y siempre la tiene que meter él. El del cumpleaños no quiere comer solo quiere la tarta y los regalos.
Por fin se consigue, aunque tarde, sentar a todos a la mesa para comer. Se armonizan los ánimos ante la rica comida. El entusiasmo familiar se espolea y tras los postres se arrancan a cantar villancicos: “Ande, ande, ande, la marimorena…” Aunque faltan dos días el espíritu de la Nochebuena ha ido entrando en la familia. La abuela, con media sonrisa entre feliz y preocupada, piensa si resistirá todas las fiestas a este ritmo.
O témpora o mores
Hoy es el día de la lotería, con un número fantástico para cualquier tipo de cábala. Tradicionalmente este día daba paso al comienzo de la Navidad, no a principios de diciembre, ni a mitad de noviembre, como se les ocurre ahora a todos los ayuntamientos y a todos los comercios. Sí, ya sabemos que el comercio es lo que mueve la economía de un país, y que el espíritu navideño es interesante acoplarlo a las necesidades económicas del país. Pero someternos a ese ‘espíritu navideño’ un mes y medio antes de que lleguen los días señalados es demasiado y al final acabamos todos hasta la coronilla de tanta ‘Navidad, Navidad, dulce Navidad’.
Una pena, no me ha tocado nada. Bueno, claro, en realidad era de suponer que no me tocara porque no había comprado ningún décimo. Todos los años compro alguno, y nunca me toca, este año no he comprado y… tampoco me ha tocado. Así es la vida, mi vida, compre o no compre nunca me toca.
Y este año mis fiestas navideñas también han empezado un poco antes de lo previsto, la familia ha llegado temprano, el día 20, para celebrar aquí el día 21, día del cumpleaños de mi nieto Ayú. Seis años. A él le parece que son muchos años y se considera el hombre más grande del mundo, y el número 6 el más mágico. Qué ingenuidad a esas edades, y qué felicidad también. Este acontecimiento es el primer año que se une a las fiestas navideñas para celebrar todo de corrido, así que ha propiciado una reunión familiar mayor que la habitual.
Como suele ser frecuente en la familia la decisión se ha tomado a última hora y con ello surge el baile de quien viene, quien no viene, cuando viene, cómo viene… Hay que poner ambiente navideño antes de que lleguen. Mi espíritu navideño siempre es un poco tardío, se despierta en el último momento, casi con el cordero en la mesa. Pero este año he tenido que forzar mi inclinación festiva a poner el árbol de Navidad antes de los cánticos de San Ildefonso.
Colocar el árbol es el primer acontecimiento. ¡Dónde lo ponemos? Aquí, allí. ¿Dónde lo pusimos el año pasado? No, primero hay que poner el baúl en otro lado. Vale, ayúdame. El árbol te ha quedado ladeado. No, no está ladeado, yo lo veo recto. No, no, ponte desde este lado, desde aquí se ve ladeado, tienes que empujarle un poco para este lado. Así está bien. No, no está bien. Pues yo lo dejo así.
¿Has encontrado las cajas de la decoración? Sí, pero no encuentro las luces. Tienen que estar todas las cajas juntas. Pues no las he encontrado. Qué raro ¿no guardamos el año pasado arriba del altillo todas las cajas? Creo que dijimos que como el tiempo corre tan rápido en seguida iban a llegar las siguientes Navidades, y no las subimos al altillo. Cómo va a ser, pues entonces tienen que estar en el cuarto del billar…, y… ahí estarán las velas rojas.
Por fin aparecen todos los elementos decorativos del árbol, y madre e hijo nos ponemos a la tarea de ir poniendo las luces, las bolas rojas, las bolas doradas, las campanitas también doradas… Tras varias horas. ¡Ha quedado estupendo! Podemos respirar tranquilos. Los niños mañana se van a quedar encantados. Y Efectivamente, el árbol decorado y lleno de lucecitas que se encienden y se apagan, enfrente de la puerta de entrada de la casa, da una impresión muy navideña, hogareña y festiva. Los niños/nietos, al entrar, quedan francamente impresionados y encantados. Algunas cosas hemos dejado para que coloquen ellos y se sientan partícipes. Y con los niños entró la alegría y la algarabía.
Globos, muchos globos, una gran alfombra de globos y globos colgando de guirnaldas. Los niños juegan a las palas con los globos, los globos danzan en el aire pero también por el suelo, y de vez en cuando ¡plaf! pisan un globo, adrede o no adrede, y el susto obliga a una pequeña reprimenda de algún mayor cercano mientras los niños se ríen. La nieta mayor ya casi tiene ocho años, y como son ocho años de los de ahora, no los de antes, pues a ella lo que más le interesa es subir a mi cuarto a ponerse mis zapatos de tacón, los más altos, y los vestidos de brilli, brilli, mientras que el hermano ataca con espadas. Yo la freno, ella insiste, el hermano chincha, la prima pequeña interviene, él chilla, la mayor se revuelve, la pequeña acompaña en el alboroto. Una madre quiere ir a pasear con ellos por el campo para quitarles un poco de en medio. El abuelo ofrece unas galletas riquísimas que ha traído. La madre le dice que luego, que ahora se están poniendo las botas para salir al campo. Los niños dejan las botas a la llamada del abuelo. La abuela aparece diciendo que la comida ya casi está y que no es momento de pasear. Un padre de las criaturas recomienda al abuelo guardar las galletas para después, entonces el abuelo descorcha un excelente vino que ha traído para tomar con un excelente jamón y unos embutidos de ciervo que también ha traído. El niño llama a la abuela para que juegue con él, la abuela está trajinando en la cocina y le dice que no puede, el niño insiste, la abuela deja la cocina para darle satisfacción al niño. Aparece un padre sorprendido por la escena abuela/nieto ya que creía a la abuela rematando la comida, y protesta por la hora. La abuela se compromete a resolver rápido. El padre se pone a tocar al piano. Los niños, descalzos porque no han llegado a ponerse las botas para salir al campo y porque les encanta estar descalzos, se van corriendo a tocar también las teclas del piano. Plaf, plaf plaf, varios globos son pisado y el estruendo es grande. El pianista protesta, la abuela protesta. El abuelo sigue sacando ‘delicateses’ que ha traído de Madrid. La madre paseante, desesperada, se ha ido a pasear sola en vista de que nada avanza. La niña ha conseguido que la abuela le regale unas botas suyas con algo de tacón que ha encontrado en un cuarto, ya no se las quita, y ha hecho panda con los primos para subir a los desvanes a ver qué encuentran. A la abuela le ganan las circunstancias y sale de la cocina para saborear los deliciosos aperitivos que ha traído el abuelo. Alguien protesta porque nadie ha metido leña en la chimenea y siempre la tiene que meter él. El del cumpleaños no quiere comer solo quiere la tarta y los regalos.
Por fin se consigue, aunque tarde, sentar a todos a la mesa para comer. Se armonizan los ánimos ante la rica comida. El entusiasmo familiar se espolea y tras los postres se arrancan a cantar villancicos: “Ande, ande, ande, la marimorena…” Aunque faltan dos días el espíritu de la Nochebuena ha ido entrando en la familia. La abuela, con media sonrisa entre feliz y preocupada, piensa si resistirá todas las fiestas a este ritmo.
O témpora o mores