Eloy Rubio Carro
Domingo, 01 de Enero de 2023

El rescate de la mirada sobre las cosas de Andrés Martínez Oria

Andrés Martínez Oria. Las cosas de aquí (Dibujos de Sendo); Ediciones El Criticón / Editorial Akrón. Astorga, 2022

 

 

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Resulta complicado comentar ‘Las cosas de aquí’ de Andrés Martínez Oria, después de leído su breve prólogo, sin caer en la simplificación o en la repetición. En el prólogo se nos confiesan las deudas con César González Ruano por su 'Libro de los objetos perdidos y encontrados’, con Francis Ponge en ‘De parte de las cosas’ y a Soetsu Yanagi por ‘La belleza del objeto cotidiano'.

 

Pero por ello mismo resulta fácil, facilitador, comentar ‘Las cosas de aquí’ a partir de algunas declaraciones realizadas en el prólogo: “Tenemos que tomar partido por las cosas porque ellas han estado siempre de nuestra parte. Nos han acompañado desde el primer momento y estarán ahí hasta el final.” Aludiendo a Neruda dice también que “(…) las cosas, si se miran bien, tienen su alma; y se trata de rescatar ese alma cautiva de las cosas. Aunque en realidad la poesía más que en las cosas, está en la mirada".

 

Declara también Andrés: “Esto lo he escrito para descubrirme a mí mismo la belleza de las cosas, y sobre todo, lo que pueden llevar dentro". Y citando a Pessoa, dice: “Y lo más importante de todo, cada cosa que fue nuestra se convierte en nosotros, y en ellas quedaremos cuando no estemos aquí". 

 

Descubre el desvalimiento de las cosas al abandono de sus dueños, el ‘ubi sunt’ referido a un tiempo a los humanos y a las cosas. Siguiendo a Ortega, señala la doble vertiente de cada cosa, en su ‘ser en sí’ y en su ‘ser para alguien’, y destaca la posibilidad de revelación de ese mundo propio, no apropiado, desde las cosas, como si ellas en lo que tienen de nosotros, por habérselo insuflado, nos sirvieran de espejo, “como si se nos transmitiera a través de lo elemental una nueva epifanía (…) el sacudimiento que en un momento preciso tiene lugar en nosotros al contemplarlas. Porque nos recuerdan algo o nos descubren aquello en lo que no habíamos caído y se nos muestran de pronto plenas de significado".

 

Así que el misterio irrevelado de lo que las cosas son permanece inaccesible por la intromisión de quien las observa o ha vivido, ese principio de indeterminación que paradójicamente puede hacernos estar vivos y muertos al mismo tiempo…

 

En una nota antecedente a la primera entrada advierte: ”(…) le di a Sendo en 2018 una copia encuadernada y él(…) añadió los dibujos que fue pergeñando a medida que leía (…) Hoy tienen para mí un valor espiritual sin límite (…). Quizá al lector también le ayuden a acercarse a la intención de la palabra y se quede con la idea de un libro con tiro por dos amigos que se querían".

 

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Luego del comentario del prólogo de Martínez Oria queda claro que lo que pueda venir será una serie de breves consideraciones acerca de ‘sus’ objetos cotidianos, de esa especie de océano protoplasmático que parece vivo. Esos objetos aparecen en la edición que comentamos dibujados por su gran amigo Sendo. 

 

Aunque las entradas son 109, en realidad son infinitas, pues están hiperreferidas, hipervinculadas por la luz común de quién las considera y piensa. Por eso en esa infinidad de realidades los temas son siempre los mismos, fundamentalmente el paso del tiempo y su detención subjetiva por la muerte. ¿Cosas de antes y cosas de después? 

 

Pero hay otros asuntos que surgen vinculados a este tan esencial del paso del tiempo y que tienen que ver con los modos de pasar. Tal sería el del arte como mediador eternizante de lo efímero, un intento de esenciar la maravilla al margen del tiempo. Otro sería la durabilidad de las cosas que las vuelve mensajeras de su propia historia. Y en todo ello el juego de distanciamiento y aproximación desde las cosas a las vivencias del autor o a la inversa.

 

No cabe duda de que toda evocación tiene tanto de uno mismo que sin pretender ocultación, con frecuencia contiene algún elemento dificultoso, críptico. Por contra permite abrirse a otras evocaciones a quien leyere.

 

Llegar al alma de la evocación desde el lado del alma de un objeto es entrar en resonancia con uno mismo. De pronto la disonancia por ese yo extendido encontrado entre las cosas provoca la tremenda melancolía dúplice de las cosas perdidas, del mundo perdido; o desde el lado de las cosas, la orfandad que les acaece a la pérdida del propietario y tal vez de su propiedad más acusada. 

 

Bastaría con el comentario de las tres o cuatro primeras entradas del libro para entrever la tupida red que se articula en torno al nódulo central del escritor. 

 

‘Hoja de higuera’ y resuena de pronto Walt Whitman. ¿Es este mi roce?, que hace vibrar en mí una nueva identidad. ¿Es posible pensar las cosas sin quien que las piense? ¿Es posible la belleza sin esa apreciación? Esa apreciación que el escritor parece identificar con la esencia de la cosa no es más que una relación entre cosa y cosa pensante (una emoción). Una emoción antropomórfica que atribuye sentimientos de retorno a las cosas; a un ‘Pimiento rojo’ atribulado, separado, preterido, marginado, que por ello dilata más la mirada y agudiza y lo individualiza, y en ello encuentra el latigazo de belleza, el "significado de profundo abandono”. Esta mirada sobre las cosas se reconoce como mirada sobre sí mismo, ese sí mismo construido socialmente en ’Ropa blanca’ o en ‘Peine’: “mientras nos vemos en los espejos siempre engañosos y pensamos no somos esos.” Lo mismo habría que pensar sobre lo que evocan las cosas: que no son ellas. “Todas las verdades aguardan en todas las cosas”, añade Walt Whitman, la cosa es para quién.

 

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En numerosas ocasiones los objetos se encuentran como huérfanos y sin sentido, pero con la posibilidad de recobrarlo cuando consiguen evocar las vidas de que fueron impregnados, a la espera en una especie de retícula neuronal líquida que puede ser activada. Esa activación se concreta en el desvelamiento real o imaginario de la historia de ese objeto o de la persona que lo contuvo, aunque a menudo siga indeterminada.

 

“Vaso que contuvo tanto vino, en que se pasaron tantos labios pensativos antes de regresar a la materia primitiva". 

 

De la ‘Silla’ dice: “Los muertos que la usaron, que ya se han ido, dejan el atardecer más solo. Lo visible hecho invisible".

 

De pronto, en ‘Perfume’, en viaje vertiginoso en el tiempo por la evocación de una esencia, la madre “regalándonos un inmenso consuelo y un gran dolor a la vez”.

 

También la ausencia propia es pensada desde los objetos que le evocan sus vivencias y que le dan vida pero que serán “humo también, como yo lo seré cuando se apaguen ellas". ‘Cerillas’. 

 

El objeto evocado puede surgir por el solo recuerdo del objeto; así en ‘Jarra’ se pregunta por una jarrita de pronto recordada. ¿Recordada por qué de pronto? ¿Dónde fue a parar? Al mismo lugar que el tiempo que se recuerda, al mismo tiempo que aquello que contuvo. 

 

Otro asunto es la mediación del arte como manera de eternizar lo efímero.

 

Parece que el arte en este aspecto fuera similar a la reincorporación de un objeto para una segunda vida, la adopción del mismo por una nueva persona, con un nuevo valor. Esto no diferenciaría al arte del valor de lo antiguo: Ejemplos en ‘Vaso I’, ‘Fósil’, ‘Lucerna’ o ‘Ungüentario’. Lo que sí aporta diferencia es que se haya hecho de ese objeto otra cosa, totalmente diferente, que se haya desplazado su materia a una nueva forma de existencia y de esencia. Esa nueva existencia contiene todo lo evocado por la cosa y consigue expresarlo en ausencia del objeto originario, es su propia voz conseguida.  Por eso una ‘Regadera y rastrillo’ “apoyados en la pared pueden adquirir de repente un valor que se escapa del pensamiento y no es fácil atrapar con palabras, porque viene cargado de recuerdos y connotaciones para las que no existen signos capaces de cifrarlos. Porque las cosas pueden tener la oportunidad de recobrar una segunda vida fuera de la suya propia nueva y más sugerente". Cuando esa imposibilidad expresiva sea lograda y pueda ir más allá de la vida tendríamos un artefacto de arte.

 

Es preciso destacar aquí ‘Estatua II’, un dibujo que representa a un caminante, peregrino, en la ladera de San Justo, que adquiere ahora una nueva intención y vida, pues nos recuerda a su constructor, Sendo, “(…) y señala el camino, que ya emprendido, alguna vez habremos de acabar”. También se encuentra aquí el único diálogo de todo el libro: “Ahí está vuestra madre arreglando otra vez la llave del agua -dice Sendo a sus hijos".

 

El arte se aborda en múltiples entradas: ‘Estatua I’, ‘Cuadrado’, ‘Cubo’ etcétera. En ellas se considera la relación de las figuras ideales con los artefactos que prosiguen sus modelos y que curiosamente, como en el caso del ‘Arca’, puede servir para guardar y preservar emociones y nostalgias.

 

Pero el tema más abarcador y que implica a todos los precedentes es el del tiempo y su pasar, y las diversas parsimonias de las cosas y personas y de sus vivencias. El tiempo pasa por todas las cosas y las impregna de múltiples maneras, pero la huella más consoladora y dolorosa a un tiempo es la del ‘ubi sunt’. 

 

En ‘Pondus de telar’, ese pondus 20 siglos después enlaza con el ahora. Dignificación de lo antiguo, doble vida de aquellos objetos, pero también evoca (y esto ya está fuera del objeto, por lo cual mejor sería decir que en él se evoca) esa ausencia de las manos que lo utilizaron “disueltas en el tiempo”. 

 

Las huellas de vida en los objetos se manifiestan también en ‘Banco’: “En él quedó de algún modo la huella de todos nosotros". Por eso la desaparición de ese banco, “pudriéndose al sol y al agua”, causa dolor, pues todavía tiene la virtud de remover las ausencias.

 

‘Tijeras’ enlaza con ‘Hilo’ y ‘Sandalias’: su huella en un ladrillo de un alfar astorgano hace 2000 años, o ese polvo adherido a la ciudad desde el siglo V que ya predijo, como lo hiciera Lucio, el agorero romano, la sombra de la memoria húmeda en que estamos. 

 

Y ‘El reloj’ como epítome de este tiempo a la fuga, este tiempo solo ya puede encontrarse en el pasado: “Contador de las horas que hieren hasta la que por fin nos matará” (…). “Movimiento eterno y paso de lo que todavía no es a lo que ya no es".  Esa angustia por detener el tiempo en su pasar se expresa en ‘Chafariz’: “fuente de la duradera juventud que solo existe en la leyenda".

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A estas alturas ya no quedaría sino rescatar a Sendo con este libro de tiempo recobrado y con un sentido super-subrayado en ‘Botas’, una referencia a las botas que pintó Rosendo García Ramos, unas botas “para andar el camino y llegar hasta el pórtico final que permite acariciar la gloria". Botas con ese valor multiplicado de realidad y fantasía, “botas para calzarlas y perderse en el infinito azul de los montes".

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