Domingo, 01 de Diciembre de 2013

La desconocida Escuela Agronómica de Nogales

José Cabañas (*)

El cisterciense y desamortizado Real Monasterio de Santa María de Nogales era adquirido a la altura de 1835 por el bañezano Eugenio García y Gutiérrez, procurador de los tribunales, comisionado del Banco Agrícola Peninsular y encargado de su agencia en La Bañeza, empedernido traficante de bienes de la desamortización, que compraba para revenderlos, quien se habría valido de malas artes y de la necesidad de los labradores del pueblo de San Esteban de Nogales tras dos años de malas cosechas para añadirle muchas tierras “por un puñado de dinero y hogazas de pan”. Anticlerical, según lo pintan en el Abadologio del monasterio, habría destruido la iglesia (“los nidos para que no volvieran los pájaros”) y saqueado las tumbas de los ilustres personajes enterrados en el convento. 
 
En la que entonces seguía siendo hacienda del potentado bañezano se estableció en 1852 una Escuela Agronómica fundada por ambos y bajo la dirección de José de Hidalgo Tablada, catedrático de Agricultura, director de la Asociación General de Labradores, inventor de algunas máquinas aratorias, y entre otros muchos y meritorios cargos director y propietario de la revista El Agrónomo, y se hizo “para formar en ella agricultores que dirijan en su tierra las operaciones del campo con arreglo a las leyes de las ciencias”, empresa en la que sus dos socios se aventuran sin subvención alguna del Estado. 

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           Ruinas del  Monasterio de Santa María de Nogales en el año 2003.

Asentada en el coto redondo de Nogales, que cuenta aún con buenas habitaciones, extensos graneros, excelentes cuadras, y las oficinas precisas para la explotación que se establece, además de disponer en sus inmediaciones y cercados por grandes y sólidos tapiales de un molino harinero de dos piedras movidas por un amplio canal derivado del adyacente río Eria, y dos huertas, a las que se añaden tierras de secano, monte y prados ajenos a la cerca, se da en sus saludables predios enseñanza primaria y religiosa acompañadas por una instrucción sólida y moral y por la práctica como principal estudio, se dice en su Reglamento, que dispone los grados de primaria elemental, agricultura práctica (en la que se forman capataces o mayordomos), y agricultura teórico-práctica superior (que forja ingenieros agrícolas), aunque por el momento imparte solo los dos primeros. La Escuela imita las que en abundancia existen ya en países como Bélgica, Rusia y Francia, y pretende desarrollar la riqueza agrícola del país brindando sus servicios sobre todo a los hijos de los labradores de mediana fortuna; también a los adultos que deseen perfeccionar sus usos campesinos, y a los artesanos (carreteros y herreros, por ejemplo) de los oficios cercanos y precisos al agrícola. Se prevé hacer públicos los resultados de tan ambicioso proyecto en Los Anales de la Escuela Agronómica de Nogales, que se difundirán por entregas trimestrales. 

Dispone el Reglamento, además de la enumeración de los abundantes y modernos medios y herramientas con los que cuentan los alumnos, una distribución minuciosamente rigurosa y metódica del tiempo que éstos habrán de dedicar a formarse según sea en el invierno o en verano. Recoge también las diversas condiciones de estancia y de retribución según los grados de enseñanza y la clase de asistencia. Desde los ocho años para el primer nivel y los 14 para el segundo acceden los internos a la Escuela (en cursos que duran desde el 1 de noviembre al 30 de septiembre), y desde los 22 años los que con su trabajo en ella se pagan los estudios y alimentos, en una suerte de “acceso para mayores” que les permite, según sea su nivel, agregarse a uno u otro grado. Existe también un taller de construcción de máquinas agrarias para instrucción de los alumnos, y las precisas al establecimiento, en el que en un tercer nivel de formación se instruyen durante cuatro años quienes saldrán maestros en herrería y carreteros.

Además de unos estipendios modestos y “previstos para facilitar la instrucción agrícola a los hijos de labradores de todas las fortunas”, se beca a uno de cada veinte alumnos del primer grado para el segundo, y se admiten como “externos y por un módico devengo a los hijos de las familias pobres de los alrededores de la Escuela en el radio de una legua”. Se reglamenta también y con detalle el régimen de vida del internado, las modalidades de enseñanza y los tipos de trabajos prácticos que cada una conlleva, y los exámenes, el tiempo, el orden, la distribución y las materias de estudio según los años que se cursan, y se pone la Escuela Agronómica creada y los positivos frutos que de ella se esperan a disposición del Gobierno, de las Juntas de agricultura y de las sociedades económicas y los particulares, y a las Juntas de beneficencia se ofrece “para educar a los jóvenes desvalidos que les remitan”. 

Loable y meritorio empeño progresista e ilustrado el emprendido entonces por estos dos adelantados en la feraz campiña de Nogales, en el noroeste de las tierras bañezanas, del cual desconocemos el alcance, la trayectoria y la dimensión que pudo tener en los años que siguieron. Tan solo disponemos de evidencias en algunas de las numerosas obras y tratados posteriores del erudito agrónomo que la dirigía de que al menos en 1853, un año después de ser creada, aquella avanzada Granja Escuela de Nogales funcionaba y daba provechosos rendimientos, lo que ya no ocurría en 1879, cuando por las deudas contraídas por el propietario Eugenio García y Gutiérrez (al participar en la construcción del ferrocarril de Andalucía) el monasterio y las fincas sobre las que se estableció fueron embargados por Enrique Surrentinez, de Lorca (Murcia). 

(*) Del libro “LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA” (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas – Valduerna, Valdería, vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras localidades provinciales -León y Astorga- de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens) por José Cabañas González.


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