Hoy es día de Reyes
![[Img #61698]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2023/5108_18-dsc_6010.jpg)
Hoy es día de Reyes. Estoy en Madrid. Ya no es como antes. Hacía muchos años que no venía a Madrid. Desde hace tiempo que me ha dado pereza. Cuando me instalé en el pueblecito de Nistal, a cuatro kilómetros de Astorga, hace ya más de 20 años, tenía la necesidad de venir a Madrid cada quince días, necesitaba venir a Madrid, ver escaparates, comprar mi vestuario, ver a mis amigos, y sobre todo pisar Madrid, pasear por sus calles y no dejar de ir a la Cuesta de Moyano todas las mañanas a hincharme a compra libros. Con el tiempo, y poco a poco, me fue dando pereza venir a la capital, sus ruidos, su polución, su intenso tráfico…, me aturdían y necesitaba los dos primeros días para restablecer ese aturdimiento. Le fui encontrando menos gracia pasear por la ciudad.
Me entristecía el no ver a los amigos, claro, y el perder la oportunidad de ir a la Cuesta de Moyano a rebuscar entre las montañas de libros apilados en las mesas y poder encontrar joyitas (por joyitas entiendo libros insólitos, raros, curiosos…), aunque bien mirado hasta me vino bien no encontrarme con la posibilidad de comprar libros porque mi biblioteca rebosa y he tenido que extender sus tentáculos por diversas habitaciones. Pero mi inclinación hacia ellos es superior a la cuestión/preocupación del espacio que ocupan, y no puedo frenar el impulso de llevarme a casa todo lo que me parece interesante, y eso suele ser bastante. Todas las mañanas las pasaba en Moyano e iba a primera hora para que nadie me pisara los libros que podrían interesarme. Era como un reto con el supuesto resto de los aficionados a los libros, e iba con un carrito de la compra para poder llenarlo de libros en lugar de verduras y frutas. Un vicio, un verdadero vicio. A los amigos los mantengo en la distancia, wasap facilita mucho.
Poco a poco me fui haciendo mujer rural. Vivir en el campo tiene otro punto, otro ritmo mucho menos estresante que el de la capital, pero también muy absorbente. El día a día tiene muchas pequeñas ocupaciones y variantes: pasear con el perro a primera hora de la mañana para poder ver la salida del sol, cortar leña de los árboles secos de la finca para las chimeneas, encender las chimeneas, atender a el caballo, contemplar el fantástico colorido de las puestas de sol, recoger hojas, podar las glicinias, sentarse al brillante sol invernal para reforzar la vitamina D de nuestro cuerpo, leer, escribir…. En el mundo rural el día siempre queda corto, pero las ocupaciones en este mundo son de una naturaleza sencilla, básica, sostenible. El sentirme mujer rural quiere decir sentirme empática con la naturaleza, quiere decir que cada día lo vivo diferente porque cada día es distinto, es distinta la luz, distinto el verde del campo, distintas las hojas de los árboles, distintos los pájaros que se acercan a comer lo que encuentren, distintos los zorros y los jabalíes y los corzos que se aproximan a la pradera y distintos los pequeños problemas del día a día.
Sí, a medida que iba empatizando con el entorno rural Madrid dejó de serme tan atractiva. Los libros podía comprarlos por internet, no era lo mismo, claro, pero cubría mis ansiedades. Mi vestidor, que a pesar de sentirme mujer rural no había dejado de interesarme el tenerlo bien equipado, podía resolverlo en la capital del reino más cercano, del reino de León. Descubrí León y me enamoró. León es una ciudad magnifica; es pequeña (en comparación con Madrid) por lo que es muy accesible para caminar por ella con sosiego y tranquilidad, eso la hace muy amable; es muy bonita porque ha conservado un cierto espíritu ancestral; tiene todos los servicios necesarios y a todos accedes con mucha facilidad; y, además, se respira un aire limpio ¿para qué más? Con León satisfago mis necesidades menos rurales, más sofisticadas, y ya no necesito Madrid.
Pero hoy estoy en Madrid, como digo. Hacía años que no venía y, como es natural, la he encontrado cambiada. Mucha calle peatonal, muchas cafeterías y restaurantes, resultado de la conversión de antiguos comercios de barrio reciclados para la restauración con tono de diseño y calidad; muchos magníficos edificios reconvertidos en hoteles, mucho comercio ‘pijo’, y mucho personal variopinto por las calles. A Madrid se la está exprimiendo turísticamente y está perdiendo el sabor de sus barrios, o ya lo ha perdido. Esto está pasando en todas las ciudades del mundo porque han descubierto que el turismo es una buenísima fuente de ingresos y todas están transformando el espíritu autóctono de la ciudad en parque turístico. Qué pena, qué desolación. La globalización acaba con la originalidad.
Como decía, hoy es día de Reyes, y yo recuerdo que en la mañana del día de Reyes las calles no empezaban a tener vida hasta casi el medio día. Entonces se veía a las familias con los niños encantados con sus juguetes nuevos, estrenando los juguetes por las calles con gran júbilo. Pero hoy me ha sorprendido el no encontrar ese espíritu infantil de alborozo en las calles. He paseado durante más de dos horas por el centro de la ciudad; me he encontrado más gente de la que podía imaginarme, y tan sólo un niño andaba jugando con un coche teledirigido. ¿No es la mañana de Reyes? ¿La mañana de los niños felices y contentos con sus regalos? No he encontrado ese espíritu en las calles. Había gente, sí, pero esa gente de la que no se sabe si va a alguna parte o da vueltas, como yo, echando la mañana a pasear sin más; pero niños con juguetes sólo uno.
Creo que en esto me he quedado colgada del pasado, sólo en esto, creo que sólo en esto. Constato cómo han cambiado los tiempos y Papá Noel ha cogido tanto protagonismo que por mucho que los ayuntamientos mantengan la tradición de pasear a los Reyes Magos en sus carrozas el día 5 y tiren caramelos con fuerza de balines desde las alturas para que los niños, y padres, se precipiten a los suelos a acaparar la mayor cantidad de esos caramelos, estos Reyes han perdido fuerza. Bueno, si lo pensamos, igual que ‘los otros’. Parece que las cuestiones reales ya no conmueven, ni en enero, ni en febrero, ni a lo largo del año; la sociedad se ha vuelto más práctica, más realista, menos fantasiosa.
Y así como nuestro Rey perdió su trono, así estos Reyes que vienen de Oriente lo van perdiendo año tras año. Qué le vamos a hacer. Son tiempos desmitificadores. Una pena porque la fantasía es buena para acompañar la vida; siempre hasta cierto punto, nunca hay que exagerar. Nos quedamos sin Rey y nos quedaremos sin Reyes Magos. Estos magos tienen más gracia, la verdad, que aquel Rey de todos los días, por muy campechano que fuera, pero parece que van a acabar igual de destronados.
Otros tiempos, otras costumbres; unas peores y otras mejores. Tendremos que hacer caso a Bruce Lee cuando decía “Be water, my friend” (“sé como el agua, amigo mío”), que viene a decir que lo mejor que puedes hacer es adaptarte a las distintas ‘formas’ que te van sucediendo en la vida, como hace el agua, que se adapta a todos las formas diferentes de los recipientes en donde la metan. Es decir, que lo mejor es ser dúctil y flexible en los distintos acontecimientos de nuestra vida. Es un muy buen consejo este de Bruce Lee para no quebrarnos, porque lo rígido es propenso a quebrarse y lo dúctil y flexible no.
Disfruto estos días de un Madrid evolucionado (me gusta menos pero me he adaptado como el agua).
O témpora o mores
Hoy es día de Reyes. Estoy en Madrid. Ya no es como antes. Hacía muchos años que no venía a Madrid. Desde hace tiempo que me ha dado pereza. Cuando me instalé en el pueblecito de Nistal, a cuatro kilómetros de Astorga, hace ya más de 20 años, tenía la necesidad de venir a Madrid cada quince días, necesitaba venir a Madrid, ver escaparates, comprar mi vestuario, ver a mis amigos, y sobre todo pisar Madrid, pasear por sus calles y no dejar de ir a la Cuesta de Moyano todas las mañanas a hincharme a compra libros. Con el tiempo, y poco a poco, me fue dando pereza venir a la capital, sus ruidos, su polución, su intenso tráfico…, me aturdían y necesitaba los dos primeros días para restablecer ese aturdimiento. Le fui encontrando menos gracia pasear por la ciudad.
Me entristecía el no ver a los amigos, claro, y el perder la oportunidad de ir a la Cuesta de Moyano a rebuscar entre las montañas de libros apilados en las mesas y poder encontrar joyitas (por joyitas entiendo libros insólitos, raros, curiosos…), aunque bien mirado hasta me vino bien no encontrarme con la posibilidad de comprar libros porque mi biblioteca rebosa y he tenido que extender sus tentáculos por diversas habitaciones. Pero mi inclinación hacia ellos es superior a la cuestión/preocupación del espacio que ocupan, y no puedo frenar el impulso de llevarme a casa todo lo que me parece interesante, y eso suele ser bastante. Todas las mañanas las pasaba en Moyano e iba a primera hora para que nadie me pisara los libros que podrían interesarme. Era como un reto con el supuesto resto de los aficionados a los libros, e iba con un carrito de la compra para poder llenarlo de libros en lugar de verduras y frutas. Un vicio, un verdadero vicio. A los amigos los mantengo en la distancia, wasap facilita mucho.
Poco a poco me fui haciendo mujer rural. Vivir en el campo tiene otro punto, otro ritmo mucho menos estresante que el de la capital, pero también muy absorbente. El día a día tiene muchas pequeñas ocupaciones y variantes: pasear con el perro a primera hora de la mañana para poder ver la salida del sol, cortar leña de los árboles secos de la finca para las chimeneas, encender las chimeneas, atender a el caballo, contemplar el fantástico colorido de las puestas de sol, recoger hojas, podar las glicinias, sentarse al brillante sol invernal para reforzar la vitamina D de nuestro cuerpo, leer, escribir…. En el mundo rural el día siempre queda corto, pero las ocupaciones en este mundo son de una naturaleza sencilla, básica, sostenible. El sentirme mujer rural quiere decir sentirme empática con la naturaleza, quiere decir que cada día lo vivo diferente porque cada día es distinto, es distinta la luz, distinto el verde del campo, distintas las hojas de los árboles, distintos los pájaros que se acercan a comer lo que encuentren, distintos los zorros y los jabalíes y los corzos que se aproximan a la pradera y distintos los pequeños problemas del día a día.
Sí, a medida que iba empatizando con el entorno rural Madrid dejó de serme tan atractiva. Los libros podía comprarlos por internet, no era lo mismo, claro, pero cubría mis ansiedades. Mi vestidor, que a pesar de sentirme mujer rural no había dejado de interesarme el tenerlo bien equipado, podía resolverlo en la capital del reino más cercano, del reino de León. Descubrí León y me enamoró. León es una ciudad magnifica; es pequeña (en comparación con Madrid) por lo que es muy accesible para caminar por ella con sosiego y tranquilidad, eso la hace muy amable; es muy bonita porque ha conservado un cierto espíritu ancestral; tiene todos los servicios necesarios y a todos accedes con mucha facilidad; y, además, se respira un aire limpio ¿para qué más? Con León satisfago mis necesidades menos rurales, más sofisticadas, y ya no necesito Madrid.
Pero hoy estoy en Madrid, como digo. Hacía años que no venía y, como es natural, la he encontrado cambiada. Mucha calle peatonal, muchas cafeterías y restaurantes, resultado de la conversión de antiguos comercios de barrio reciclados para la restauración con tono de diseño y calidad; muchos magníficos edificios reconvertidos en hoteles, mucho comercio ‘pijo’, y mucho personal variopinto por las calles. A Madrid se la está exprimiendo turísticamente y está perdiendo el sabor de sus barrios, o ya lo ha perdido. Esto está pasando en todas las ciudades del mundo porque han descubierto que el turismo es una buenísima fuente de ingresos y todas están transformando el espíritu autóctono de la ciudad en parque turístico. Qué pena, qué desolación. La globalización acaba con la originalidad.
Como decía, hoy es día de Reyes, y yo recuerdo que en la mañana del día de Reyes las calles no empezaban a tener vida hasta casi el medio día. Entonces se veía a las familias con los niños encantados con sus juguetes nuevos, estrenando los juguetes por las calles con gran júbilo. Pero hoy me ha sorprendido el no encontrar ese espíritu infantil de alborozo en las calles. He paseado durante más de dos horas por el centro de la ciudad; me he encontrado más gente de la que podía imaginarme, y tan sólo un niño andaba jugando con un coche teledirigido. ¿No es la mañana de Reyes? ¿La mañana de los niños felices y contentos con sus regalos? No he encontrado ese espíritu en las calles. Había gente, sí, pero esa gente de la que no se sabe si va a alguna parte o da vueltas, como yo, echando la mañana a pasear sin más; pero niños con juguetes sólo uno.
Creo que en esto me he quedado colgada del pasado, sólo en esto, creo que sólo en esto. Constato cómo han cambiado los tiempos y Papá Noel ha cogido tanto protagonismo que por mucho que los ayuntamientos mantengan la tradición de pasear a los Reyes Magos en sus carrozas el día 5 y tiren caramelos con fuerza de balines desde las alturas para que los niños, y padres, se precipiten a los suelos a acaparar la mayor cantidad de esos caramelos, estos Reyes han perdido fuerza. Bueno, si lo pensamos, igual que ‘los otros’. Parece que las cuestiones reales ya no conmueven, ni en enero, ni en febrero, ni a lo largo del año; la sociedad se ha vuelto más práctica, más realista, menos fantasiosa.
Y así como nuestro Rey perdió su trono, así estos Reyes que vienen de Oriente lo van perdiendo año tras año. Qué le vamos a hacer. Son tiempos desmitificadores. Una pena porque la fantasía es buena para acompañar la vida; siempre hasta cierto punto, nunca hay que exagerar. Nos quedamos sin Rey y nos quedaremos sin Reyes Magos. Estos magos tienen más gracia, la verdad, que aquel Rey de todos los días, por muy campechano que fuera, pero parece que van a acabar igual de destronados.
Otros tiempos, otras costumbres; unas peores y otras mejores. Tendremos que hacer caso a Bruce Lee cuando decía “Be water, my friend” (“sé como el agua, amigo mío”), que viene a decir que lo mejor que puedes hacer es adaptarte a las distintas ‘formas’ que te van sucediendo en la vida, como hace el agua, que se adapta a todos las formas diferentes de los recipientes en donde la metan. Es decir, que lo mejor es ser dúctil y flexible en los distintos acontecimientos de nuestra vida. Es un muy buen consejo este de Bruce Lee para no quebrarnos, porque lo rígido es propenso a quebrarse y lo dúctil y flexible no.
Disfruto estos días de un Madrid evolucionado (me gusta menos pero me he adaptado como el agua).
O témpora o mores