Isabel Llanos
Sábado, 14 de Enero de 2023

En estos tiempos que corren

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La configuración de los valores personales, esa pequeña horma que nos ponen de pequeñitos con todo el cariño y la buena intención para permitirnos caminar por este complicado mundo con la cabeza bien alta y el corazón henchido de bondad, que construyen la percepción de nuestro particular universo, a veces se erige como la losa más pesada, como la cruz más penitente, como el ancla oxidada y tediosa que no permite avanzar. No nos deja seguir hacia delante porque nos detiene el mejor invento de control social ¡y el más barato!: la conciencia.

 

Que no digo yo que no fuese bueno tenerla y tal en un mundo que también se ajustase a los otros parámetros instaurados: las coordenadas del bien y el mal, y del brillante y seguro triunfo del primero sobre el segundo que nos cosieron a la piel (y al alma, siguiendo la paráfrasis) y que nos mantiene en una esperanza ingenua y lastimosa ante los ojos de los que se pasan por su respectivo apéndice nasal tanta norma candorosa, y se dedican a aplicar aquellas que mejor les vienen para medrar ellos y los suyos. Y tampoco contienen la carcajada ante el sentencioso convencimiento del ingenuo “seguro que no pueden dormir”. Y vaya si pueden. Dormir, y comer bien, y divertirse. Y no, no tienen ninguno de los síntomas que acompañan a los “limpios de corazón” ante cualquier traspaso de sus autoimpuestas líneas rojas: cerrazón en la boca del estómago y visitas recurrentes al lavabo para ‘descomer’ por uno o ambos de los orificios naturales habitualmente usados para este fin.

 

Pues aquí estoy yo. De nuevo. Discutiendo con mi madre y reprochándole tanta formación y conformación de conciencia. ¡Menuda herramienta me diste! Apañada me ha dejado. “Sí, hija, sí. ¡Ay, si lo hubiera sabido!”. Si lo hubieras sabido, querida mía, si lo hubieras sabido, hubieses hecho exactamente lo mismo. Porque es cierto que el contexto social y educativo es un condicionante, pero la biología del corazón (y la del alma) viene de serie. No queda otra que asumirlo.

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