Las reglas del juego
![[Img #61823]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2023/2983_3-isabel-dsc_5354.jpg)
Tenía mi padre dos cuadritos en su despacho. Dos cuadritos breves, de marco negro y fino, apenas del tamaño de una cuartilla. Solo contenían texto. Dos verdades, una cada uno, que contemplaban con distancia a cuantos entraban a ese cuarto presidido por una imponente mesa de madera, de elaboradas patas talladas con seres híbridos de cabeza de dragón y cuerpo femenino de voluptuosos pechos rematado en una cola de serpiente. En el ascético despacho había también dos sillones tapizados en azul, y un armario castellano, de madera semejante a la de la mesa, que sostenía una impresionante estampa de Don Quijote y Sancho Panza a caballo frente a un paisaje manchego también delicadamente trabajado. En un rincón, encajada entre el armario y la ventana, una pequeña mesa metálica parecía hacer esfuerzos para sostener una vetusta máquina de escribir. Encima, un calendario con números gruesos en rojo y negro y, justo al lado, el primero de los cuadritos que rezaba “Los aduladores parecen amigos igual que los lobos parecen perros”. En la pared contraria, justo enfrente, estaba el segundo “Al amigo se le ayuda, al enemigo se le aplica la ley”.
Cuando yo le visitaba, de pequeña, penetrar en aquella habitación era un juego más. Cierto que mi padre, ya serio de por sí, lo era mucho más cuando vestía su uniforme y entonces no estaba para muchas carantoñas con sus hijos. Aún así, imagino que mis sensaciones distaban bastante de quienes se acercaban a la puerta que delimitaba este lugar y todavía más de aquellos a los que el destino le hacía traspasarla.
Con los años, las dos frases de aquellos cuadritos se me han tatuado en el alma como un mantra. La primera, la que costó tanto entender, la he aprendido a base de decepciones a la par que iba despidiendo la inocencia y aumentaba de edad. La segunda, aún me sirve de motor para afrontar las dificultades de la vida. Cierto que ahora la he tuneado para motivar a mis alumnos a que estudien y se impliquen, instándoles a que “para ganar la partida tienes que conocer las reglas del juego” y aunque, si bien muchas veces no son como nos gustaría, sino son las que hay, la clave está en la delicada precisión con la que las apliques. Y de momento, la táctica funciona.
Tenía mi padre dos cuadritos en su despacho. Dos cuadritos breves, de marco negro y fino, apenas del tamaño de una cuartilla. Solo contenían texto. Dos verdades, una cada uno, que contemplaban con distancia a cuantos entraban a ese cuarto presidido por una imponente mesa de madera, de elaboradas patas talladas con seres híbridos de cabeza de dragón y cuerpo femenino de voluptuosos pechos rematado en una cola de serpiente. En el ascético despacho había también dos sillones tapizados en azul, y un armario castellano, de madera semejante a la de la mesa, que sostenía una impresionante estampa de Don Quijote y Sancho Panza a caballo frente a un paisaje manchego también delicadamente trabajado. En un rincón, encajada entre el armario y la ventana, una pequeña mesa metálica parecía hacer esfuerzos para sostener una vetusta máquina de escribir. Encima, un calendario con números gruesos en rojo y negro y, justo al lado, el primero de los cuadritos que rezaba “Los aduladores parecen amigos igual que los lobos parecen perros”. En la pared contraria, justo enfrente, estaba el segundo “Al amigo se le ayuda, al enemigo se le aplica la ley”.
Cuando yo le visitaba, de pequeña, penetrar en aquella habitación era un juego más. Cierto que mi padre, ya serio de por sí, lo era mucho más cuando vestía su uniforme y entonces no estaba para muchas carantoñas con sus hijos. Aún así, imagino que mis sensaciones distaban bastante de quienes se acercaban a la puerta que delimitaba este lugar y todavía más de aquellos a los que el destino le hacía traspasarla.
Con los años, las dos frases de aquellos cuadritos se me han tatuado en el alma como un mantra. La primera, la que costó tanto entender, la he aprendido a base de decepciones a la par que iba despidiendo la inocencia y aumentaba de edad. La segunda, aún me sirve de motor para afrontar las dificultades de la vida. Cierto que ahora la he tuneado para motivar a mis alumnos a que estudien y se impliquen, instándoles a que “para ganar la partida tienes que conocer las reglas del juego” y aunque, si bien muchas veces no son como nos gustaría, sino son las que hay, la clave está en la delicada precisión con la que las apliques. Y de momento, la táctica funciona.