Isabel Llanos
Sábado, 28 de Enero de 2023

El cuarto de los juguetes

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Buscar las palabras. Buscar las palabras en un baúl. En un baúl muy hondo. Y húmedo. Hondo y húmedo como los pozos de piedra musgosa que yacen, abandonados, en los jardines inermes y deshabitados de los cuentos góticos. Uno se asoma dentro a ver que ve, y la oscuridad profunda le hace burla con su negro osco. Un poco más amable es a veces el eco, que da pistas si uno lanza una piedra, pero no se puede recoger el agua: no hay caldero, ni soga, ni cadena. Solo quedarse hipnotizado, sin saber por qué, mirando dentro del agujero profundo como si, haciendo un esfuerzo o entrecerrando los ojos, pudiese ver un resquicio de su alma.

 

Mi hoja es blanca, pero tiene la misma oscuridad. Esa oscuridad de la negación del deseo. Busco las palabras en un ambiente igual de inhóspito, y recibo la misma indiferencia. Necesito vida para verterla, pero se me están agotando las provisiones y, con ellas, la energía. El ancla involuntaria que me tiene sujeta en esta casa desde hace ya diecisiete días, me empieza a pasar factura y mi mente replica la misma jugarreta que me hizo en los días del confinamiento: no pensar, no sentir, que los días se asemejen a uno solo repetido en infinito para perder, así, la noción del tiempo. Practicar la anhedonia, como uno de mis primeros psicólogos dijo que yo hacía cuando le expliqué que, para llegar a cumplir todas mis obligaciones autoimpuestas sin sufrir por desear estar disfrutando del sol, de un café o de unas risas con amigos, había aprendido a bloquear cualquier deseo. Si no tenía deseos, no sufría por no poderlos satisfacer. Nadie me había explicado la facilidad con la que la represión de los instintos: de un pastel, de ir al cine, de tirarse en la hierba… se prendía en la costumbre, como si fuese un anzuelo de tres puntas, y de la posterior dificultad para liberarse del hábito.

 

Estos días estoy leyendo el “Moriremos mirando” del ‘paisanín’ Alberto García-Alix. Habla de su cuarto de los juguetes, como aquel lugar personal en el que las piezas encajan con mucho placer. Mi cuarto de los juguetes, con mis palabras mudas estos días, con las paredes recién encaladas que suenan a hueco… parece tan inhóspito como una habitación de hospital. Y me cuidan, sé que estos días me cuidan, pero mis respiraciones se vuelven bocanadas superficiales para salvar la asfixia: no tengo aire, no tengo espacio, no tengo… soledad. Y he aquí a mi juguete clave en ese cuartito, el que me permite estar conmigo y escarbarme para compartirme, y entenderme compartiéndome. Y veo que me falta ese poquito de medicación. En su dosis justa valdría, pero la tolerancia que ya tengo, derivada por la costumbre, requiere, aún, un poco más. Así que apenas logro escaparme en las noches insomnes, como esta, en las que la calma aparente de un mundo casi mudo me acoge y me libera de la pierna escayolada para correr en libertad por las fantasías de las letras.

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