Las amistades peligrosas
![[Img #61884]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2023/8220_1-angel-dsc_6077.jpg)
De los lejanos tiempos de la enseñanza del catecismo guardo el empeño religioso de alejarnos de las llamadas malas compañías. No era solo precaución de un manual de moralidad católica; también, aviso constante de padres y familiares. Una amistad peligrosa es la boca de acceso al infierno en vida. Amigo es una palabra que se traduce por tesoro, pero revirada a la maldad hace la existencia imposible. Sus cadenas atan para siempre. Incluso desenmascarado el falsario deja huellas imborrables de miseria. Es mil veces más peligrosa que la contraria de enemigo. A éste se le tiene localizado y se le ve venir. El mal amigo es la simbología de la puñalada por la espalda.
Ha dado la casualidad de que tengo entre mis manos la lectura de una novela que esboza esta introducción: Las relaciones peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos (en el cine conocida como Las amistades peligrosas, y en el original, Dangerous liaisons). Narra una ficción camuflada de la realidad que emerge cuando colisionan el candor y la astucia, el egoísmo y el altruismo, la ferocidad y la mansedumbre. Escrita en modo epistolar, y con el lenguaje del barroquismo que impregnó el siglo XVIII, la historia discurre entre cartas cruzadas por personajes que enfrentan la beldad y la fealdad de una época en la prerrevolucionaria Francia, con el retrato de una sociedad carcomida por sus excesos y abocada al estajanovismo de la guillotina en los años que siguieron. Sigue el rastro de las teorías de Rousseau sobre el hombre contaminado por las lacras sociales. Y se fundamenta únicamente en frívolos juegos amorosos de sociedad con el monto sobre la mesa de los sentimientos humanos tomados a chacota.
Esta novela, trasladada al tiempo presente, encierra argumentos para actualizarla en el contexto de la política española y de las confabulaciones entre partidos. Pero en este escenario no hay superficialidades posibles. La prenda del envite es el bienestar de una nación y la única regla de actuación debe ser el sentido común.
España ha vivido años de relativa calma en los santuarios de los poderes ejecutivo y legislativo. Los resultados electorales promovían mayorías suficientes, incluso absolutas, que trazaban la ciencia política con rectas nítidas, como las vías de un tren que se creía imposible descarrilar. El debate político se deslizaba entre amigos y adversarios sin matices, o lo que es lo mismo, Gobierno y Oposición, la levadura que infla el pan crujiente de la democracia.
La crisis económica de 2008, la Gran Recesión, trastocó las reglas. Las urnas dejaron de producir grupos dominantes para convertirse en mayorías minoritarias necesitadas de la aritmética de las coaliciones. Por este arco empezaron a entrar las amistades peligrosas, y en el batiburrillo subsiguiente, nadie sabe quién es amigo, quién enemigo. y quién, simplemente, conocido o coincidente. No resulta extraño, pues, que la lógica de las controversias políticas se asemejen a una irracional pelea barriobajera de lenguaraces con la húmeda en plan navaja cachicuerna.
Manuel Fraga, en los tiempos ya omitidos de la Transición, dijo que la política hace extraños compañeros de cama. El líder conservador gallego, con ese tono propio de su tierra de decir sin decir del todo, acababa de presentar en sociedad al demonio del franquismo, Santiago Carrillo; él (Fraga, naturalmente), un cachorro del Régimen. Ahora, uno se santigua viendo como esa cama que todos imaginamos como lecho de intimidades, es una especie de tálamo orgiástico, en el que voces, como en el chiste, piden ¡¡organización!! ¡¡organización!!
Los últimos meses de la actualidad política han estado marcados por decisiones y leyes que a cualquier observador sin etiquetas de militancia, le parecen la consecuencia lógica de los trapicheos inevitables en las amistades peligrosas, de la aceptación de chantajes por un puñado de votos. Esto no es un do ut des. Se parece más a compras de silencios.
Que el gobierno de un partido como el PSOE, que ha respetado escrupulosamente en el pasado la unidad de España, con sus diversidades, esté hoy sometido, tras pacto de legislatura, a unas siglas entregadas a la causa soberanista, lleva de primera mano a la conclusión de que no hay más estrategia que detentar el poder a cambio de un plato de lentejas. Que no engañen con el espejismo de que así controla y domina el afán independentista. No les ha arrancado ni un mínimo compromiso de abdicar de esas pretensiones. Como en una partida de naipes, juegan con gestos y guiños; pero, por las cartas en la mano, se intuye que van de farol.
En la oposición, más de lo mismo. El PP que, con tanta acritud desacredita de continuo al PSOE por sus aliados contaminados, ya tiene en la comunidad de Castilla y León el ejemplo vivo de amistad peligrosa. Porfían en el amagar y no dar con un partido de extrema derecha, que le aleja de su discurso de conservadurismo moderno. Ese que le ha dado tan buenos resultados en Andalucía. Ahora no quiere repetir el lastre de la foto de Colón. Sabe que la aritmética de las urnas le impondrá un socio incómodo si llega al Ejecutivo. Los españoles ya sabemos, para nuestra desgracia, que gobernar en esas condiciones hipoteca mucho más que ilusiona.
El cenáculo de la política no es foro de amistades. Su día a día es un catálogo de conveniencias. Pero la opinión pública gusta de ver a su clase dirigente confraternizar al margen de ideologías. Si el espejo social es un lugar de encuentros y de polémicas educadas, la ciudadanía se contagiará de ese efecto balsámico.
Con (o contra, quién sabe) el bipartidismo del sencillo esquema Gobierno versus Oposición, vivíamos mejor.
De los lejanos tiempos de la enseñanza del catecismo guardo el empeño religioso de alejarnos de las llamadas malas compañías. No era solo precaución de un manual de moralidad católica; también, aviso constante de padres y familiares. Una amistad peligrosa es la boca de acceso al infierno en vida. Amigo es una palabra que se traduce por tesoro, pero revirada a la maldad hace la existencia imposible. Sus cadenas atan para siempre. Incluso desenmascarado el falsario deja huellas imborrables de miseria. Es mil veces más peligrosa que la contraria de enemigo. A éste se le tiene localizado y se le ve venir. El mal amigo es la simbología de la puñalada por la espalda.
Ha dado la casualidad de que tengo entre mis manos la lectura de una novela que esboza esta introducción: Las relaciones peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos (en el cine conocida como Las amistades peligrosas, y en el original, Dangerous liaisons). Narra una ficción camuflada de la realidad que emerge cuando colisionan el candor y la astucia, el egoísmo y el altruismo, la ferocidad y la mansedumbre. Escrita en modo epistolar, y con el lenguaje del barroquismo que impregnó el siglo XVIII, la historia discurre entre cartas cruzadas por personajes que enfrentan la beldad y la fealdad de una época en la prerrevolucionaria Francia, con el retrato de una sociedad carcomida por sus excesos y abocada al estajanovismo de la guillotina en los años que siguieron. Sigue el rastro de las teorías de Rousseau sobre el hombre contaminado por las lacras sociales. Y se fundamenta únicamente en frívolos juegos amorosos de sociedad con el monto sobre la mesa de los sentimientos humanos tomados a chacota.
Esta novela, trasladada al tiempo presente, encierra argumentos para actualizarla en el contexto de la política española y de las confabulaciones entre partidos. Pero en este escenario no hay superficialidades posibles. La prenda del envite es el bienestar de una nación y la única regla de actuación debe ser el sentido común.
España ha vivido años de relativa calma en los santuarios de los poderes ejecutivo y legislativo. Los resultados electorales promovían mayorías suficientes, incluso absolutas, que trazaban la ciencia política con rectas nítidas, como las vías de un tren que se creía imposible descarrilar. El debate político se deslizaba entre amigos y adversarios sin matices, o lo que es lo mismo, Gobierno y Oposición, la levadura que infla el pan crujiente de la democracia.
La crisis económica de 2008, la Gran Recesión, trastocó las reglas. Las urnas dejaron de producir grupos dominantes para convertirse en mayorías minoritarias necesitadas de la aritmética de las coaliciones. Por este arco empezaron a entrar las amistades peligrosas, y en el batiburrillo subsiguiente, nadie sabe quién es amigo, quién enemigo. y quién, simplemente, conocido o coincidente. No resulta extraño, pues, que la lógica de las controversias políticas se asemejen a una irracional pelea barriobajera de lenguaraces con la húmeda en plan navaja cachicuerna.
Manuel Fraga, en los tiempos ya omitidos de la Transición, dijo que la política hace extraños compañeros de cama. El líder conservador gallego, con ese tono propio de su tierra de decir sin decir del todo, acababa de presentar en sociedad al demonio del franquismo, Santiago Carrillo; él (Fraga, naturalmente), un cachorro del Régimen. Ahora, uno se santigua viendo como esa cama que todos imaginamos como lecho de intimidades, es una especie de tálamo orgiástico, en el que voces, como en el chiste, piden ¡¡organización!! ¡¡organización!!
Los últimos meses de la actualidad política han estado marcados por decisiones y leyes que a cualquier observador sin etiquetas de militancia, le parecen la consecuencia lógica de los trapicheos inevitables en las amistades peligrosas, de la aceptación de chantajes por un puñado de votos. Esto no es un do ut des. Se parece más a compras de silencios.
Que el gobierno de un partido como el PSOE, que ha respetado escrupulosamente en el pasado la unidad de España, con sus diversidades, esté hoy sometido, tras pacto de legislatura, a unas siglas entregadas a la causa soberanista, lleva de primera mano a la conclusión de que no hay más estrategia que detentar el poder a cambio de un plato de lentejas. Que no engañen con el espejismo de que así controla y domina el afán independentista. No les ha arrancado ni un mínimo compromiso de abdicar de esas pretensiones. Como en una partida de naipes, juegan con gestos y guiños; pero, por las cartas en la mano, se intuye que van de farol.
En la oposición, más de lo mismo. El PP que, con tanta acritud desacredita de continuo al PSOE por sus aliados contaminados, ya tiene en la comunidad de Castilla y León el ejemplo vivo de amistad peligrosa. Porfían en el amagar y no dar con un partido de extrema derecha, que le aleja de su discurso de conservadurismo moderno. Ese que le ha dado tan buenos resultados en Andalucía. Ahora no quiere repetir el lastre de la foto de Colón. Sabe que la aritmética de las urnas le impondrá un socio incómodo si llega al Ejecutivo. Los españoles ya sabemos, para nuestra desgracia, que gobernar en esas condiciones hipoteca mucho más que ilusiona.
El cenáculo de la política no es foro de amistades. Su día a día es un catálogo de conveniencias. Pero la opinión pública gusta de ver a su clase dirigente confraternizar al margen de ideologías. Si el espejo social es un lugar de encuentros y de polémicas educadas, la ciudadanía se contagiará de ese efecto balsámico.
Con (o contra, quién sabe) el bipartidismo del sencillo esquema Gobierno versus Oposición, vivíamos mejor.