¿Suevos o romanos? I
![[Img #61885]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2023/333_oria-6musac123.jpg)
En estos albores del año nuevo ha caído en mis manos un escrito muy sabroso de don Augusto Quintana, Astorga en tiempo de los suevos, de 1966, y su lectura me ha llevado a un asunto que a menudo ha atraído mi atención; lo que puede pervivir de los suevos en estas tierras de poniente, si es que algo queda.
Suele asociarse el soplo misterioso, tan propio de Galicia y tan bien captado por Álvaro Cunqueiro, a la herencia celta, siempre inconcreta; y también a la presencia sueva, esas tribus bárbaras llegadas de lo desconocido, de costumbres poco refinadas y creencia arriana, sin olvidar lo que ese primitivismo pudiera deber al apartamiento secular de este finis terrae mágico. Y ha sido tentador asociar Astorga a esos territorios de neblinas y leyendas. ¿Pero perteneció Astorga al mundo primitivo de los suevos o más bien, como sostenía don Augusto, permaneció fiel a ese otro más cultivado, de ascendencia romana? ¿Astorga sueva o romana, en definitiva? Esa es la cuestión.
Hidacio, que fue obispo de Chaves y vivió los acontecimientos, nos dejó una crónica que es indispensable para conocer la época. Él no veía con buenos ojos a los invasores, es verdad, y desde esa perspectiva mantuvo con firmeza que Astorga no se dejó seducir por los suevos de Requiario ni por los visigodos de Teodorico, cuando libraron la batalla del Órbigo en octubre del año 456. Y apoyándose en el cronista, don Agusto sostiene que entre las ruinas crecientes del Imperio estas gentes habrían resistido durante más de treinta años a las presiones del suevo Hermerico (409-441) y permanecían fieles a sus raíces hispanorromanas.
Sin embargo, el hecho de que la ciudad hubiera sido arrasada en dos ocasiones por el ejército de Teodorico podría hacernos pensar en su pertenencia al reino suevo. En cualquier caso, la crónica de Hidacio solo llega hasta el año 469. Luego continúa aún el reino suevo durante un siglo largo, lleno de oscuridad, sin que tengamos noticias de lo que sucede hasta los concilios de Braga —561 y 572—, a los que asiste el obispo de Astorga. Por entonces los suevos ya habían dejado de ser arrianos para convertirse al catolicismo, en lo que tuvo mucho que ver san Martín de Dumio. Era éste abad del monasterio así conocido, en las proximidades de Braga, que era la capital política y eclesiástica del reino suevo. Al primero de los concilios asistió san Martín como obispo y presidió el segundo ya como arzobispo. Allí se condenó una vez más a maniqueos y priscilianistas, que habían arraigado de modo particular entre los suevos y creían que el demonio, emergido del caos, había hecho en el mundo algunas criaturas y por su autoridad se producían los truenos, rayos, tormentas y sequías.
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En estos albores del año nuevo ha caído en mis manos un escrito muy sabroso de don Augusto Quintana, Astorga en tiempo de los suevos, de 1966, y su lectura me ha llevado a un asunto que a menudo ha atraído mi atención; lo que puede pervivir de los suevos en estas tierras de poniente, si es que algo queda.
Suele asociarse el soplo misterioso, tan propio de Galicia y tan bien captado por Álvaro Cunqueiro, a la herencia celta, siempre inconcreta; y también a la presencia sueva, esas tribus bárbaras llegadas de lo desconocido, de costumbres poco refinadas y creencia arriana, sin olvidar lo que ese primitivismo pudiera deber al apartamiento secular de este finis terrae mágico. Y ha sido tentador asociar Astorga a esos territorios de neblinas y leyendas. ¿Pero perteneció Astorga al mundo primitivo de los suevos o más bien, como sostenía don Augusto, permaneció fiel a ese otro más cultivado, de ascendencia romana? ¿Astorga sueva o romana, en definitiva? Esa es la cuestión.
Hidacio, que fue obispo de Chaves y vivió los acontecimientos, nos dejó una crónica que es indispensable para conocer la época. Él no veía con buenos ojos a los invasores, es verdad, y desde esa perspectiva mantuvo con firmeza que Astorga no se dejó seducir por los suevos de Requiario ni por los visigodos de Teodorico, cuando libraron la batalla del Órbigo en octubre del año 456. Y apoyándose en el cronista, don Agusto sostiene que entre las ruinas crecientes del Imperio estas gentes habrían resistido durante más de treinta años a las presiones del suevo Hermerico (409-441) y permanecían fieles a sus raíces hispanorromanas.
Sin embargo, el hecho de que la ciudad hubiera sido arrasada en dos ocasiones por el ejército de Teodorico podría hacernos pensar en su pertenencia al reino suevo. En cualquier caso, la crónica de Hidacio solo llega hasta el año 469. Luego continúa aún el reino suevo durante un siglo largo, lleno de oscuridad, sin que tengamos noticias de lo que sucede hasta los concilios de Braga —561 y 572—, a los que asiste el obispo de Astorga. Por entonces los suevos ya habían dejado de ser arrianos para convertirse al catolicismo, en lo que tuvo mucho que ver san Martín de Dumio. Era éste abad del monasterio así conocido, en las proximidades de Braga, que era la capital política y eclesiástica del reino suevo. Al primero de los concilios asistió san Martín como obispo y presidió el segundo ya como arzobispo. Allí se condenó una vez más a maniqueos y priscilianistas, que habían arraigado de modo particular entre los suevos y creían que el demonio, emergido del caos, había hecho en el mundo algunas criaturas y por su autoridad se producían los truenos, rayos, tormentas y sequías.






