Volver, volver
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“Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo.”
(José Ángel Valente)
Volver. Esta palabra, este verbo, ‘volver’, cómo hace volar el alma, y latir el corazón. Cómo hace temblar todo el cuerpo. Cuánto sugiere. Y de qué manera agita la memoria. Cómo la trastorna. Cómo, a menudo, nos llena de esperanzas, nos colma de ilusión. Nos da vida. La vida que a veces necesitamos para seguir en la vida.
Volver a recordar; volver a tomar decisiones locas; volver a marchar hacia la estación; volver a viajar en tren; volver a mirar el paisaje a través de los cristales; volver a quedarse pensativo; volver a esa ciudad; volver a pasear por sus calles; volver a respirar el aire seco y duro que viene de las montañas; volver a sentarse en el banco del parque; volver a escuchar la fuente; volver a asomarse a la muralla; volver a sentir frío; volver a entrar en la librería de siempre; volver a comprar el mismo libro; volver a buscar aquella historia de amor; volver a leerla en una cafetería;
Volver a verte; volver a verte pasar; volver a dejarlo todo –la lectura, el café, las vueltas– para ir sin más, corriendo, detrás de ti; volver a encontrarme contigo; volver a responder que simplemente pasaba por aquí; volver a sorprenderte; volver a invitarte a un café; volver a decirte palabras bonitas; volver a recitarte un poema; volver a hacerte reír; volver a confundirte; volver a acompañarte a casa; volver a regalarte un libro; volver a hacerse el silencio; volver a dudar; volver a besarte; volver a morirme; volver a esperar; volver a regresar al hotel solo; volver a presentir que me miras por la ventana oculta tras la cortina; volver a pensar en ti; volver a ser casi feliz; volver a dormirme tarde; volver a soñar contigo; volver a desvelarme a media noche; volver a no poder dormirme; volver a oír el camión de la basura; volver a ver que me llamas por teléfono tan temprano; volver a escuchar tu voz; volver a echarme a llorar; volver a quererte; volver otra vez a empezar.
Volver. Pero nunca se vuelve al mismo sitio. Nada ya es igual. Tampoco uno es el mismo. La mirada siempre es otra. También ella es otra. Como tú también eres otro. El tiempo nunca pasa en balde, sin tocar ni rozar nada, y de ninguna manera es inocente. Por eso, no es posible encontrar algo del pasado exactamente igual en el presente. Algo que no haya cambiado. Las cosas, se quiera o no, cambian, van dejando de ser lo que son, se hacen otras. Lo que pasó, pasó, y es inútil pretender recuperarlo. En realidad, nunca se vuelve, siempre se va hacia adelante, hacia adelante. La verdad es que en esta vida no hay retorno, no hay viaje de vuelta, no hay pasos atrás. Si perdemos el tren, podremos, seguramente, subir a otro tren, pero nunca al mismo tren. El tren que pasó y no se cogió –bueno o malo– no vuelve, y se pierde para siempre. Adiós. De este modo, por más que se diga, por más que se quiera, la historia no se repite. Nunca. Todo cuanto ocurre es nuevo, y no es verdad que no haya nada nuevo bajo el sol. Todo es nuevo, hasta el mismo sol, que, aunque no lo percibamos, también cambia, y cada día es otro. Cada día todos, absolutamente todos, somos otro distinto al que fuimos ayer. Y el día que viene también es otro. Y el tiempo, y el mar, y el cielo. La luna. Todo.
“Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo.”
(José Ángel Valente)
Volver. Esta palabra, este verbo, ‘volver’, cómo hace volar el alma, y latir el corazón. Cómo hace temblar todo el cuerpo. Cuánto sugiere. Y de qué manera agita la memoria. Cómo la trastorna. Cómo, a menudo, nos llena de esperanzas, nos colma de ilusión. Nos da vida. La vida que a veces necesitamos para seguir en la vida.
Volver a recordar; volver a tomar decisiones locas; volver a marchar hacia la estación; volver a viajar en tren; volver a mirar el paisaje a través de los cristales; volver a quedarse pensativo; volver a esa ciudad; volver a pasear por sus calles; volver a respirar el aire seco y duro que viene de las montañas; volver a sentarse en el banco del parque; volver a escuchar la fuente; volver a asomarse a la muralla; volver a sentir frío; volver a entrar en la librería de siempre; volver a comprar el mismo libro; volver a buscar aquella historia de amor; volver a leerla en una cafetería;
Volver a verte; volver a verte pasar; volver a dejarlo todo –la lectura, el café, las vueltas– para ir sin más, corriendo, detrás de ti; volver a encontrarme contigo; volver a responder que simplemente pasaba por aquí; volver a sorprenderte; volver a invitarte a un café; volver a decirte palabras bonitas; volver a recitarte un poema; volver a hacerte reír; volver a confundirte; volver a acompañarte a casa; volver a regalarte un libro; volver a hacerse el silencio; volver a dudar; volver a besarte; volver a morirme; volver a esperar; volver a regresar al hotel solo; volver a presentir que me miras por la ventana oculta tras la cortina; volver a pensar en ti; volver a ser casi feliz; volver a dormirme tarde; volver a soñar contigo; volver a desvelarme a media noche; volver a no poder dormirme; volver a oír el camión de la basura; volver a ver que me llamas por teléfono tan temprano; volver a escuchar tu voz; volver a echarme a llorar; volver a quererte; volver otra vez a empezar.
Volver. Pero nunca se vuelve al mismo sitio. Nada ya es igual. Tampoco uno es el mismo. La mirada siempre es otra. También ella es otra. Como tú también eres otro. El tiempo nunca pasa en balde, sin tocar ni rozar nada, y de ninguna manera es inocente. Por eso, no es posible encontrar algo del pasado exactamente igual en el presente. Algo que no haya cambiado. Las cosas, se quiera o no, cambian, van dejando de ser lo que son, se hacen otras. Lo que pasó, pasó, y es inútil pretender recuperarlo. En realidad, nunca se vuelve, siempre se va hacia adelante, hacia adelante. La verdad es que en esta vida no hay retorno, no hay viaje de vuelta, no hay pasos atrás. Si perdemos el tren, podremos, seguramente, subir a otro tren, pero nunca al mismo tren. El tren que pasó y no se cogió –bueno o malo– no vuelve, y se pierde para siempre. Adiós. De este modo, por más que se diga, por más que se quiera, la historia no se repite. Nunca. Todo cuanto ocurre es nuevo, y no es verdad que no haya nada nuevo bajo el sol. Todo es nuevo, hasta el mismo sol, que, aunque no lo percibamos, también cambia, y cada día es otro. Cada día todos, absolutamente todos, somos otro distinto al que fuimos ayer. Y el día que viene también es otro. Y el tiempo, y el mar, y el cielo. La luna. Todo.