Nuria Viuda
Sábado, 04 de Febrero de 2023

Mariquita Pérez o el desasosiego

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Y yo me pregunto: ¿Pérez? El menos aristocrático apellido para una muñeca fabricada exclusivamente para las élites y un nombre que compendia el diminutivo más cursilón de la historia del juguete. Lo asombroso es que las más prestigiosas plumas del país colaboraron en la elección desafortunada del nombre. Ríanse, buscaban un nombre popular y pegadizo, castizo y comercial. Jacinto Benavente, Eugenio D’ors, y Víctor de la Serna lograron el apelativo vulgar y corriente para una muñeca destinada a palacios y casonas solariegas (su precio era exorbitado y fue en aumento). Quedando excluidas todas las auténticas 'Mariquitas Pérez' de este país de poder siquiera tocar un zapato de la muñeca en cuestión. Una tremenda paradoja. Ya puestos podrían haberla bautizado como 'Estrella María de todos los Santos y Zunzúnegui de Atienza'. Así se hubiesen evitado muchos berrinches y malentendidos.

 

En plena posguerra nació ‘Mariquita’. Creada e ideada por una señora aristócrata llamada Isabel Coello de Portugal, que tuvo el capricho de regalar a su hijita la posteridad en forma de muñeca, dando la orden a los maestros jugueteros de Onil, y avalada por los dueños del periódico Abc, de realizarla a imagen y semejanza de la nena, esto es: pelo rubio, ojos azules y carita de mazapán sonrosado. Con lo cual la chiquilla quedaría asombrosamente encantada de verse reflejada en los escaparates multiplicada por miles. Un auténtico despropósito cuando casi todo el país en plena posguerra (año 1940) menos unos pocos privilegiados, pasaban las de Caín para sobrevivir, y tener algo que llevarse a la boca, cuando los salarios eran insignificantes para la mayoría.

 

Me resulta extremadamente cruel imaginar a todas esas niñas de clase trabajadora pegadas al cristal de las jugueterías anhelando un imposible. Una tentación desgarradora a la que tenían que renunciar ya que la muñeca en cuestión costaba más de la mitad del salario que entraba en su casa, y no digamos ya los vestidos y complementos de lujo con que “Mariquita” se ataviaba. Tenía de todo lo que una mujer podía desear para sí misma: trajes de tarde, uniforme del mejor cole para sus hijos, traje de esquiar, traje de equitación, y así hasta el casi infinito. Lo que constituía también un fastidio para esas mamás que ni siquiera podían enviar a sus hijos, para aprender a leer y escribir y unas pocas cuentas, más que al cole del barrio que solían regentar maestros particulares a bajo precio.

 

No cabe duda de su enorme éxito y proyección internacional. Lo curioso es que se abriesen sucursales de venta por algunas ciudades españolas como Santander, Bilbao, Segovia y así hasta cuarenta por toda la geografía nacional. Era un éxito de ventas, evidentemente, lo que lleva a pensar que la gente con posibles abundaba. Existía una clase alta que podía sufragar ese capricho. Muchos se enriquecieron con la guerra, pero el pueblo llano y currante se tenía que conformar con mirar a ‘Mariquita’ de pasada siendo feliz en su vitrina con tanta pompa y boato de complementos y trajes nuevos, hasta un hermanito fabricaron para que no quedase sólita en este mundo cruel en el que la inmensa mayoría de los niños habían de conformarse con muñecas de cartón que, al bañarlas en la pila, se desintegraban desapareciendo sumidero abajo ante los atónitos ojos de una infancia desajustada.

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