La sociedad de la indefensión aprendida
![[Img #61988]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2023/9303_isabel.jpg)
La indefensión aprendida, ese estado psicológico en el que uno tiende a creer que está indefenso y que no tiene ningún control sobre la situación de abuso de tal manera que acaba normalizándola, parece que es la tónica de comportamiento en el que nos estamos adormeciendo como si fuésemos la rana hervida de Olivier Clerc.
Hoy día no protestamos. Hemos asumido que la queja no solo es que esté mal vista y no tenga glamour, nunca veremos quejas en esas redes sociales que muestran una edulcorada realidad de pacotilla, eso no tiene engagement, sino que, además, quejarse no sirve para nada. Las situaciones injustas suceden y punto. Hay que aceptarlas. Aceptar, ese otro recurrente recurso de gurús y coaches. ¿Por qué hay que aceptar? ¿Tan difícil es asumir que puede ser algo contrario a nuestros deseos pero que podemos vivir enrabietados con ello antes de tener que abrazarlo anestesiando nuestros instintos? ¿No podemos plantearnos, por un momento, que ha podido llegar a interesar promover esa moda happyflower del equilibrio zen porque resulta mejor para manejar el rebaño? Hay que ser templados, morderse la lengua y ser muy asertivos, pero ¿tanto como para no rebelarnos? Hemos aprendido a ponernos la mordaza de la censura previa, a no ser incómodos.
Se acercan campañas electorales y nos seguiremos tragando mil incoherencias sin protestar, bien pasaditas por el gaznate con limonada. Porque ya sabemos: si la vida nos da limones, nos hacemos una jarra de limonada. Se modificarán leyes, se rescatarán bancos, se reducirán sentencias o se liberarán delincuentes sexuales, pero no nos quejaremos, no haremos nada. Ojo, si nos lo dicen, si nos lo orquestan, entonces sí. Entonces quedará muy chic cortarse un mechón de pelo, poner un pececito en la foto de perfil, un crespón en la foto de Facebook o pintarnos en azul y amarillo… durante cinco minutos, hasta que llegue la siguiente moda y nos derritamos soñando en conseguir el próximo trendingtopic.
Y el buenismo no se limita a las redes de entretenimiento, cada vez extiende más sus garras al ámbito laboral, donde, al estilo americano, son los casos de éxito los que potenciaremos. Si tenemos un error, lo justificamos con “fracasa rápido, fracasa barato” y lo veremos casi como una bendición caída del cielo.
Esta semana se hablaba de la denuncia de Jedet en los Premios Feroz. ¿Se producirá un cambio? Hace años, en los primeros coletazos del fenómeno Me too, yo escribía que lo lamentable es que no conocía a ninguna mujer que no hubiese padecido un abuso de esta índole. Quizás soy de otra generación y ya cuento las historias como una viejuna, pero ¡cuántos abusos, cuántos magreos, cuántos “meter mano” sin permiso, cuantos escaqueos de situaciones incómodas, cuántos…! Y otra vez, no conozco a una sola mujer que, en algún momento de su vida no haya padecido alguna situación de este tipo. Pero en mi época, acaso veinte, veinticinco años atrás, estaba tan normalizado, que era un escudo con el toreábamos las cornadas de las que no nos dábamos siquiera cuenta.
Hoy es noticia una queja. Es tremendo. Noticia una queja, no admitir ni soportar algo que uno no quiere. No callarse. ¿A dónde hemos llegado cuando quejarse en alto y con visibilidad nos llama tanto la atención?
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La indefensión aprendida, ese estado psicológico en el que uno tiende a creer que está indefenso y que no tiene ningún control sobre la situación de abuso de tal manera que acaba normalizándola, parece que es la tónica de comportamiento en el que nos estamos adormeciendo como si fuésemos la rana hervida de Olivier Clerc.
Hoy día no protestamos. Hemos asumido que la queja no solo es que esté mal vista y no tenga glamour, nunca veremos quejas en esas redes sociales que muestran una edulcorada realidad de pacotilla, eso no tiene engagement, sino que, además, quejarse no sirve para nada. Las situaciones injustas suceden y punto. Hay que aceptarlas. Aceptar, ese otro recurrente recurso de gurús y coaches. ¿Por qué hay que aceptar? ¿Tan difícil es asumir que puede ser algo contrario a nuestros deseos pero que podemos vivir enrabietados con ello antes de tener que abrazarlo anestesiando nuestros instintos? ¿No podemos plantearnos, por un momento, que ha podido llegar a interesar promover esa moda happyflower del equilibrio zen porque resulta mejor para manejar el rebaño? Hay que ser templados, morderse la lengua y ser muy asertivos, pero ¿tanto como para no rebelarnos? Hemos aprendido a ponernos la mordaza de la censura previa, a no ser incómodos.
Se acercan campañas electorales y nos seguiremos tragando mil incoherencias sin protestar, bien pasaditas por el gaznate con limonada. Porque ya sabemos: si la vida nos da limones, nos hacemos una jarra de limonada. Se modificarán leyes, se rescatarán bancos, se reducirán sentencias o se liberarán delincuentes sexuales, pero no nos quejaremos, no haremos nada. Ojo, si nos lo dicen, si nos lo orquestan, entonces sí. Entonces quedará muy chic cortarse un mechón de pelo, poner un pececito en la foto de perfil, un crespón en la foto de Facebook o pintarnos en azul y amarillo… durante cinco minutos, hasta que llegue la siguiente moda y nos derritamos soñando en conseguir el próximo trendingtopic.
Y el buenismo no se limita a las redes de entretenimiento, cada vez extiende más sus garras al ámbito laboral, donde, al estilo americano, son los casos de éxito los que potenciaremos. Si tenemos un error, lo justificamos con “fracasa rápido, fracasa barato” y lo veremos casi como una bendición caída del cielo.
Esta semana se hablaba de la denuncia de Jedet en los Premios Feroz. ¿Se producirá un cambio? Hace años, en los primeros coletazos del fenómeno Me too, yo escribía que lo lamentable es que no conocía a ninguna mujer que no hubiese padecido un abuso de esta índole. Quizás soy de otra generación y ya cuento las historias como una viejuna, pero ¡cuántos abusos, cuántos magreos, cuántos “meter mano” sin permiso, cuantos escaqueos de situaciones incómodas, cuántos…! Y otra vez, no conozco a una sola mujer que, en algún momento de su vida no haya padecido alguna situación de este tipo. Pero en mi época, acaso veinte, veinticinco años atrás, estaba tan normalizado, que era un escudo con el toreábamos las cornadas de las que no nos dábamos siquiera cuenta.
Hoy es noticia una queja. Es tremendo. Noticia una queja, no admitir ni soportar algo que uno no quiere. No callarse. ¿A dónde hemos llegado cuando quejarse en alto y con visibilidad nos llama tanto la atención?






