Quizá
![[Img #62050]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2023/7671__dsc0050.jpg)
Hoy, padre, podría ser un día como cualquier otro día de invierno, con sol, con frío anidado en las cumbres del monte: tu monte: Hoy, quizá, sería un buen momento para pensar en ti, en uno de tus aniversarios hacia la inmensidad de lo desconocido.
No sabría decirte, exactamente, qué añoro de los años vividos a tu lado, quizá la luz, esa que desprendía todo tu ser, pues eras un alma buena que la irradiaba por todos sus costados. Esa compañía que apenas se notaba, salvo cuando no estabas, entonces era un hueco tal, tan oscuro y profundo, que solo lo llenaba e iluminaba tu presencia.
La bondad está repleta de belleza, siempre dije cuando me reflejaba en tus ojos de mar atlántico y diáfano, claros, limpios, inmaculados. La bondad hizo presa en tu corazón inmenso y sentirte querida por ti era lo más parecido al amor verdadero.
Qué difícil después, padre, encontrar ese buen corazón en lo cotidiano de la vida acostumbrada a cobijarme en el tuyo. ¡Qué difícil!
Tu alma se reflejaba en tus palabras, en tu humildad, en el sosiego con el que veías la vida, en la magia absoluta de tu entrega.
Quizá, en la otra dimensión donde te hallas, aún puedas ver donde me encuentro. Quizá las estrellas de la callada noche maragata me pregonan tu presencia a gritos. Quizá nunca te has ido, verdaderamente, pues te escucho muchos días susurrándome al oído tus sabios consejos, llenos de la sabiduría bondadosa de un alma entregada a conseguir la felicidad de los tuyos. Te hemos querido tanto, padre…
Quizá el amor, el de verdad, ese que no se extingue, consigue cada día llevarme hacia ti y, así, volar segura por latitudes increíbles con el salvoconducto de tu nombre, de tu dulce nombre, padre.
Hoy, padre, podría ser un día como cualquier otro día de invierno, con sol, con frío anidado en las cumbres del monte: tu monte: Hoy, quizá, sería un buen momento para pensar en ti, en uno de tus aniversarios hacia la inmensidad de lo desconocido.
No sabría decirte, exactamente, qué añoro de los años vividos a tu lado, quizá la luz, esa que desprendía todo tu ser, pues eras un alma buena que la irradiaba por todos sus costados. Esa compañía que apenas se notaba, salvo cuando no estabas, entonces era un hueco tal, tan oscuro y profundo, que solo lo llenaba e iluminaba tu presencia.
La bondad está repleta de belleza, siempre dije cuando me reflejaba en tus ojos de mar atlántico y diáfano, claros, limpios, inmaculados. La bondad hizo presa en tu corazón inmenso y sentirte querida por ti era lo más parecido al amor verdadero.
Qué difícil después, padre, encontrar ese buen corazón en lo cotidiano de la vida acostumbrada a cobijarme en el tuyo. ¡Qué difícil!
Tu alma se reflejaba en tus palabras, en tu humildad, en el sosiego con el que veías la vida, en la magia absoluta de tu entrega.
Quizá, en la otra dimensión donde te hallas, aún puedas ver donde me encuentro. Quizá las estrellas de la callada noche maragata me pregonan tu presencia a gritos. Quizá nunca te has ido, verdaderamente, pues te escucho muchos días susurrándome al oído tus sabios consejos, llenos de la sabiduría bondadosa de un alma entregada a conseguir la felicidad de los tuyos. Te hemos querido tanto, padre…
Quizá el amor, el de verdad, ese que no se extingue, consigue cada día llevarme hacia ti y, así, volar segura por latitudes increíbles con el salvoconducto de tu nombre, de tu dulce nombre, padre.