Andrés Martínez Oria
Sábado, 11 de Febrero de 2023

¿Suevos o romanos? II

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San Martín de Dumio, también conocido como san Martín de Braga, murió hacia el año 580, y muy poco después el reino suevo cayó en manos del visigodo Leovigildo. Con lo cual su duración, escasa, no llega a los dos siglos. Pero debió de dejar su huella, más en lo que atañe a creencias, costumbres y modos de vida que en lo referente a otros aspectos materiales y culturales; porque hoy tenemos restos del arte visigodo, por ejemplo, ¿pero podríamos decir algo del arte suevo? De eso precisamente, de sus creencias y costumbres, se hizo eco el de Dumio en un escrito impagable, De correctione rusticorum. Un texto concebido a modo de sermón o instrucción pastoral dirigido a la corrección y enmienda de la gente del campo, que en la Galicia sueva debía de ser casi la totalidad. Por él sabemos que aquellas gentes divinizaban a los astros y el fuego, rendían culto a las aguas subterráneas y los manantiales, ofrecían sacrificios en las cimas de los montes y en las selvas frondosas, enramaban las casas con laurel, adornaban las mesas en determinadas fechas, ponían atención al pie que adelantaban, derramaban grano y vino en el fuego, a modo de libación, ponían pan en las fuentes, amontonaban piedras en las encrucijadas, elegían o desechaban determinados días para casarse o ponerse en camino, escogían hierbas para realizar hechizos y encantamientos, encendían velas junto a determinadas piedras, árboles, fuentes y cruces de caminos, y aún veían los ríos habitados por lamias, las fuentes por ninfas y los bosques por xanas.

 

Todo esto lo condenaba san Martín de Dumio, porque no veía en tales prácticas más que restos del paganismo; supersticiones peligrosas que se apartaban de la fe cristiana y no eran otra cosa que cultos de los demonios. Esa veneración al diablo —o Demo—, tan propia de Galicia.

 

Esos vestigios, en lo que pudieran tener de sustrato celta, herencia romana o aportación sueva, que de todo debió de haber un poco, pervivieron en parte debido al alejamiento de estas tierras y conforman eso que suele entenderse por la Galicia mágica. Algunos permanecieron tan arraigados que han llegado hasta nosotros. ¿No seguimos enramando la casa con motivo de algunas celebraciones religiosas, amontonando piedras en lugares significados, rociando con agua para la bendición y salvaguarda, y poniendo la fe en agüeros, sortilegios, adivinaciones y hechicerías? ¿De dónde viene todo eso?

 

La cuestión que se me planteaba al leer el escrito de don Augusto consiste en dirimir si Astorga y su entorno perteneció alguna vez a ese mundo mágico, como todo parece sugerir, o por el contrario, como sostenía con sus razones el preclaro historiador, se mantuvo ajena al primitivismo bárbaro de los invasores, defendiendo siempre su culta y refinada romanidad.  

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