El ritmo de las cosas
![[Img #62073]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2023/3133_3-isabel-dsc_6645.jpg)
Que los tiempos van rápido, muy rápido, cada vez más, ya lo sabemos. No es nada nuevo. Que nuestra calidad y capacidad de concentración y de atención han sufrido un detrimento concomitante a la hiperestimulación, tampoco. Que los inputs tienen que ser breves y con un grado de impacto y sorpresa cada vez mayor, ya nos lo explicaba también Wolpe en los años cincuenta cuando nos hablaba de la desensibilización sistemática. “Más alto, más rápido, más fuerte”, como olímpicos atletas afrontamos miles de retos en veinticuatro horas. Antes, trabajo, casa, los sábados ‘sabadete’ y los domingos misa y a confesar. Ahora, al trabajo hay que sumarle la formación continuada, el gimnasio, los hobbies y las obligaciones cibernéticas: una hora y cincuenta y tres minutos de media por persona y día invertidos en redes sociales en España en 2022 ¡y ya no teníamos la excusa de la pandemia!
El ritmo frenético se nos mete en vena y lo vamos instaurando en cada gesto.
El fenómeno slowlife llegó y nos asomó la patita por debajo de la puerta, como en el cuento. Y como cuento se quedó. Nos ha durado dos telediarios. De nuevo nos afiliamos a comportamientos compulsivos: toca viajar en los puentes, desplazarse los fines de semana, disfrazarse en carnaval… y en Halloween, peregrinar a Santiago, leer el último bestseller y ver las películas nominadas a los Oscar y a los Goya, salir a cenar, a comer y de aperitivo, y que además quede en soporte gráfico.
Luego, ya solo queda llegar a casa y conectar la TV para elegir alguna plataforma en la que buscar hasta decidir qué es lo que vemos. Y lo hacemos. Vemos un tráiler tras otro, en una plataforma tras otra. Buscamos y buscamos. Cada tráiler es una mini historia. La experiencia de consumidor audiovisual nos indica, con esas pocas pistas, el inicio, el nudo y el desenlace. Poco margen de error. Aburrimiento. Previsible. Pasamos a la siguiente. ¡Cuarenta y cinco horas al año de media eligiendo qué ver… sin ver!
Y lo extrapolamos. Todo corto. Breve. Previsible. Aburrido. Cambio. Buscar algo más emocionante, más intenso, más sorprendente… ¿Acaso conseguirá ofrecérnoslo el ChatGPT? Este vertiginoso ritmo exponencialmente incrementado, también lo llevamos a las relaciones. Cortas. Breves. Previsibles. Aburridas. Cambio.
Al final, en ese posicionamiento ególatra en el que cualquier generación considera que sabe más que las anteriores, que ha descubierto el espíritu de la golosina, y aderezadas por las últimas perversiones de las reconstrucciones estéticas, el verdadero profeta es Andrew Morton, que encarnaba el siempre fascinante Humphrey Bogart en la película Llamad a cualquier puerta, cuando nos vaticinaba sin piedad nuestro futuro “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.
![[Img #62073]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2023/3133_3-isabel-dsc_6645.jpg)
Que los tiempos van rápido, muy rápido, cada vez más, ya lo sabemos. No es nada nuevo. Que nuestra calidad y capacidad de concentración y de atención han sufrido un detrimento concomitante a la hiperestimulación, tampoco. Que los inputs tienen que ser breves y con un grado de impacto y sorpresa cada vez mayor, ya nos lo explicaba también Wolpe en los años cincuenta cuando nos hablaba de la desensibilización sistemática. “Más alto, más rápido, más fuerte”, como olímpicos atletas afrontamos miles de retos en veinticuatro horas. Antes, trabajo, casa, los sábados ‘sabadete’ y los domingos misa y a confesar. Ahora, al trabajo hay que sumarle la formación continuada, el gimnasio, los hobbies y las obligaciones cibernéticas: una hora y cincuenta y tres minutos de media por persona y día invertidos en redes sociales en España en 2022 ¡y ya no teníamos la excusa de la pandemia!
El ritmo frenético se nos mete en vena y lo vamos instaurando en cada gesto.
El fenómeno slowlife llegó y nos asomó la patita por debajo de la puerta, como en el cuento. Y como cuento se quedó. Nos ha durado dos telediarios. De nuevo nos afiliamos a comportamientos compulsivos: toca viajar en los puentes, desplazarse los fines de semana, disfrazarse en carnaval… y en Halloween, peregrinar a Santiago, leer el último bestseller y ver las películas nominadas a los Oscar y a los Goya, salir a cenar, a comer y de aperitivo, y que además quede en soporte gráfico.
Luego, ya solo queda llegar a casa y conectar la TV para elegir alguna plataforma en la que buscar hasta decidir qué es lo que vemos. Y lo hacemos. Vemos un tráiler tras otro, en una plataforma tras otra. Buscamos y buscamos. Cada tráiler es una mini historia. La experiencia de consumidor audiovisual nos indica, con esas pocas pistas, el inicio, el nudo y el desenlace. Poco margen de error. Aburrimiento. Previsible. Pasamos a la siguiente. ¡Cuarenta y cinco horas al año de media eligiendo qué ver… sin ver!
Y lo extrapolamos. Todo corto. Breve. Previsible. Aburrido. Cambio. Buscar algo más emocionante, más intenso, más sorprendente… ¿Acaso conseguirá ofrecérnoslo el ChatGPT? Este vertiginoso ritmo exponencialmente incrementado, también lo llevamos a las relaciones. Cortas. Breves. Previsibles. Aburridas. Cambio.
Al final, en ese posicionamiento ególatra en el que cualquier generación considera que sabe más que las anteriores, que ha descubierto el espíritu de la golosina, y aderezadas por las últimas perversiones de las reconstrucciones estéticas, el verdadero profeta es Andrew Morton, que encarnaba el siempre fascinante Humphrey Bogart en la película Llamad a cualquier puerta, cuando nos vaticinaba sin piedad nuestro futuro “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”.






