Tengo un sueño
![[Img #62227]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2023/7454_2-mercedesdsc_3079.jpg)
Martin Luther King tenía un sueño, un sueño que gritó a los cuatro vientos en 1963 para recordar a la sociedad estadounidense que cien años atrás se había firmado la Proclama de la Emancipación y cien años después la vida del negro seguía siendo discriminada. ¿Dónde quedaban los derechos inalienables garantizados para todos los hombres y reflejados en la Constitución de los Estados Unidos en 1787: “vida, libertad y búsqueda de la felicidad”?
Yo tengo muchos sueños pero este del que voy a hablar es importante para mí y para todos: el sueño de la Justicia Universal, el sueño de que aquellas bonitas palabras que movieron los espíritus de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, vuelvan a mover los espíritus de los habitantes de este pequeño planeta. Es un sueño muy claro, preciso y hermoso, aunque su camino es estrecho.
Hago esta introducción para ponernos en situación de lo que durante muchos años, cientos, el llamado pueblo llano, la ciudadanía, ha venido reivindicando sin que las bonitas palabras hayan llegado a realizar su contenido. Y lo que me ha llevado a estos pensamientos es un episodio que se dio el otro día en un acto cultural que me dejó impactada y con la cabeza dando vueltas.
El caso es que asistí a la presentación de un libro de entretenimiento: amor, drama, poesía, intriga…; así lo describía su autor, director de un diario de tirada nacional. En su alocución, después de alabar con gran énfasis su libro y su manera de escribir, y ponerse como modelo de rapidez de escritura (dos meses se jactaba de haber empleado en escribir su libro) mientras criticaba a aquellos que emplean dos años en escribir una novela que luego, según él, es menos buena que la suya (oh, insolencia pretensiosa), este agudo escritor satisfecho de su literatura y de su plataforma de comunicación, aborda con la gravedad propia de su posición el tema de la actual situación social.
Para explicar el por qué la clase política no funciona como debiera desgrana dos argumentos. En primer lugar defiende con firmeza que la sociedad es la culpable de la corrupción de los políticos. Sí, sí, atónita escucho reiteradamente este argumento que adereza explicando cómo “el carpintero, el albañil, el tendero…” (imagino que con esto quería referirse a los autónomos), todos engañan o tratan de engañar, y claro ese es un malísimo ejemplo para los políticos. Es la sociedad la que debe dar ejemplo de honestidad a los políticos para que los políticos tomen nota y aprendan de la sociedad que no hay que robar ni engañar al prójimo, en este caso a la propia sociedad.
Y el segundo argumento que esgrimió este docto periodista es que la corrupción de los políticos también es debida a que tienen unos sueldos bajísimos, según él unos sueldos ridículos, y claro, así no pueden hacer buena política. Los bajos sueldos justifican las mamandurrias y la corrupción. Vamos, más o menos vino a decir que ante su indigencia económica a los políticos no les queda más remedio que enfocar sus energías y su supuesta inteligencia a buscarse la entrada de dinero complementaria por vías subterráneas para sobrevivir, y claro, centrados en resolver sus necesidades (debemos leer ‘ansiedades’) económicas no les queda tiempo para pensar en las funciones propias de sus cargos para el bien de la sociedad.
La idea de un político, para este experto social, es la de un infeliz individuo que necesita que los ciudadanos le indiquen los valores a seguir, entre ellos el de la honestidad, es decir, que hay que enseñarle que no hay que robar, que no hay que embolsarse el dinero de los contribuyentes, que el dinero que pagamos todos no es para su bolsillo que es para beneficio de todos, para gestionar y organizar que la vida de los contribuyentes sea agradable, funcional y feliz. Él opina que el político se mueve por el reflejo de una sociedad tramposa, si él defrauda es porque ha visto que un albañil defrauda. Este sí que es un nuevo y sorprendente ´pensamiento único´.
Directivo de un medio de comunicación nacional este escritor le da la vuelta a la tortilla y ahora somos los de abajo los que tenemos que dar ejemplo a los de arriba y no al revés como a mí siempre me han aprendido, (giro leonés, ‘aprendido’ por ‘enseñado’). En mi haber educativo tengo aprendido (ahora sí, aprendido por aprendido) que son los de arriba los que tienen que dar ejemplo a los de abajo. En la familia los padres educan a los hijos, sería curioso que fueran los hijos los que tuvieran que enseñar a los padres (aunque a ciertas edades parece que los hijos tienen tendencia a ponernos a los padres al día de muchas cosas, de modernizarnos diríamos, y se toman sus licencias, pero ese es otro cantar). Y en la sociedad son los políticos los que tiene que dar ejemplo y no al revés.
Bien cierto es que en nuestro país no estamos educados a tener conciencia de la ‘cosa común’, no nos inculcan desde pequeños que lo que es de todos es de cada uno, que si queremos vivir en una sociedad que funcione, que funcione la sanidad, que funcione la educación, que funcionen las infraestructuras y que funcionen las personas que hemos elegido para que gestionen nuestro dinero y nuestro bienestar, tenemos que aportar nuestra parte correspondiente, pero… como no estamos educados… pues vamos tirando de aquí y de allá.
Si los políticos no están educados para gestionar bien la ‘cosa común’ y los ciudadanos no estamos educados a respetar la ‘cosa común’ es imposible avanzar por el buen camino. “Yo trato de pagar menos a Hacienda porque aunque Hacienda somos ‘todos’ luego son unos pocos los que se benefician mucho más que todos”, y con ese pensamiento bastante común cada cual trata de pagar menos a ‘todos’ en beneficio de sí mismo. “Porque para que se lo lleve el de arriba me lo quedo yo”. Y así funciona este pensamiento que en nuestro país puede considerarse también como ‘pensamiento único’. El reflejo de los de arriba llega a los da abajo; acción/reacción.
Y, además de ser un infeliz que necesita ser educado por la sociedad -continua el director de periódico y presentador de su libro- el político es un pobre desgraciado al que le abusa el Estado porque le paga muy poco al mes, una miseria, cobra tan poco que es difícil que con esas nóminas puedan cumplir su función de político por lo que se acaba buscando complementos extras vengan de donde vengan, legales e ilegales, para ir tirando y acumulando para cuando quede fuera del ‘tinglado’.
Si hay malos políticos es porque cobran poco. Si los políticos tuvieran buenos sueldos habría buenos políticos. Ese es una parte del argumento. La otra es que los ciudadanos los maleducamos con nuestras mamandurrias.
Argumentos sorprendentes, y para mí novedosos, que me dejaron asombrada, pero que quizás sea el sentir de muchos políticos. Claro que dentro del colectivo político hay un abanico muy grande, entran desde los concejales de Ayuntamientos de pequeños pueblos a ministros, consejeros y jefe de gobierno. La valoración de los sueldos es relativa. En los Ayuntamientos, como en las altas esferas de la política, también se dan con mucha facilidad, quizás con más por aquello de que todo está más a mano, las mamandurrias. Del rey abajo ninguno y entre listos anda el juego.
Y en este punto salta el jefe de la patronal Garamendi que mientras quiere rebajar el sueldo mínimo de la población a un miserable 1.000€ al mes, él se los sube a 400.000€, más muchos incentivos. Le defiende el economista Niño Becerra que dice que Garamendi como jefe de la Patronal tiene que defender lo suyo, y lo suyo, y lo lícito, es que los empresarios traten de ganar lo más posible pagando al trabajador lo menos posible. Parece un argumento del inicio de la industrialización, siglo XIX, cuando el obrero no tenía ningún derecho, era prácticamente un esclavo de la empresa.
Y así, en un bucle de retroceso social, la sociedad va derivando hacia dinamitar la clase media y organizar la sociedad en dos bloques bien diferenciados: los de arriba y los de abajo. Esta deriva la muestra muy bien la enorme diferencia a lo largo de los años de los derechos del trabajador frente a su despido.
Ya en 1984, en la reforma del Estatuto de los trabajadores, la indemnización máxima por despido improcedente baja de 48 a 42 mensualidades. Hoy en día está en 12 meses de salario. El trabajador, en 39 años, ha perdido 30 mensualidades en su indemnización. Y la patronal sigue tratando de recortar más derechos porque su función es tener más beneficios.
Políticos y patronos navegan a sus anchas por las grandes corrupciones mientras el trabajador a duras penas boquea con el agua al cuello y alguna corruptela. Pero, según creencias, son las corruptelas del trabajador para no ahogarse las maestras de las enormes corrupciones de la navegación de los políticos y patronos.
Y yo sigo con mi sueño. Libertad, Igualdad, Fraternidad para el sistema social del Mundo, aunque si empezamos por nuestro país ya me conformaría.
O témpora o mores
Martin Luther King tenía un sueño, un sueño que gritó a los cuatro vientos en 1963 para recordar a la sociedad estadounidense que cien años atrás se había firmado la Proclama de la Emancipación y cien años después la vida del negro seguía siendo discriminada. ¿Dónde quedaban los derechos inalienables garantizados para todos los hombres y reflejados en la Constitución de los Estados Unidos en 1787: “vida, libertad y búsqueda de la felicidad”?
Yo tengo muchos sueños pero este del que voy a hablar es importante para mí y para todos: el sueño de la Justicia Universal, el sueño de que aquellas bonitas palabras que movieron los espíritus de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, vuelvan a mover los espíritus de los habitantes de este pequeño planeta. Es un sueño muy claro, preciso y hermoso, aunque su camino es estrecho.
Hago esta introducción para ponernos en situación de lo que durante muchos años, cientos, el llamado pueblo llano, la ciudadanía, ha venido reivindicando sin que las bonitas palabras hayan llegado a realizar su contenido. Y lo que me ha llevado a estos pensamientos es un episodio que se dio el otro día en un acto cultural que me dejó impactada y con la cabeza dando vueltas.
El caso es que asistí a la presentación de un libro de entretenimiento: amor, drama, poesía, intriga…; así lo describía su autor, director de un diario de tirada nacional. En su alocución, después de alabar con gran énfasis su libro y su manera de escribir, y ponerse como modelo de rapidez de escritura (dos meses se jactaba de haber empleado en escribir su libro) mientras criticaba a aquellos que emplean dos años en escribir una novela que luego, según él, es menos buena que la suya (oh, insolencia pretensiosa), este agudo escritor satisfecho de su literatura y de su plataforma de comunicación, aborda con la gravedad propia de su posición el tema de la actual situación social.
Para explicar el por qué la clase política no funciona como debiera desgrana dos argumentos. En primer lugar defiende con firmeza que la sociedad es la culpable de la corrupción de los políticos. Sí, sí, atónita escucho reiteradamente este argumento que adereza explicando cómo “el carpintero, el albañil, el tendero…” (imagino que con esto quería referirse a los autónomos), todos engañan o tratan de engañar, y claro ese es un malísimo ejemplo para los políticos. Es la sociedad la que debe dar ejemplo de honestidad a los políticos para que los políticos tomen nota y aprendan de la sociedad que no hay que robar ni engañar al prójimo, en este caso a la propia sociedad.
Y el segundo argumento que esgrimió este docto periodista es que la corrupción de los políticos también es debida a que tienen unos sueldos bajísimos, según él unos sueldos ridículos, y claro, así no pueden hacer buena política. Los bajos sueldos justifican las mamandurrias y la corrupción. Vamos, más o menos vino a decir que ante su indigencia económica a los políticos no les queda más remedio que enfocar sus energías y su supuesta inteligencia a buscarse la entrada de dinero complementaria por vías subterráneas para sobrevivir, y claro, centrados en resolver sus necesidades (debemos leer ‘ansiedades’) económicas no les queda tiempo para pensar en las funciones propias de sus cargos para el bien de la sociedad.
La idea de un político, para este experto social, es la de un infeliz individuo que necesita que los ciudadanos le indiquen los valores a seguir, entre ellos el de la honestidad, es decir, que hay que enseñarle que no hay que robar, que no hay que embolsarse el dinero de los contribuyentes, que el dinero que pagamos todos no es para su bolsillo que es para beneficio de todos, para gestionar y organizar que la vida de los contribuyentes sea agradable, funcional y feliz. Él opina que el político se mueve por el reflejo de una sociedad tramposa, si él defrauda es porque ha visto que un albañil defrauda. Este sí que es un nuevo y sorprendente ´pensamiento único´.
Directivo de un medio de comunicación nacional este escritor le da la vuelta a la tortilla y ahora somos los de abajo los que tenemos que dar ejemplo a los de arriba y no al revés como a mí siempre me han aprendido, (giro leonés, ‘aprendido’ por ‘enseñado’). En mi haber educativo tengo aprendido (ahora sí, aprendido por aprendido) que son los de arriba los que tienen que dar ejemplo a los de abajo. En la familia los padres educan a los hijos, sería curioso que fueran los hijos los que tuvieran que enseñar a los padres (aunque a ciertas edades parece que los hijos tienen tendencia a ponernos a los padres al día de muchas cosas, de modernizarnos diríamos, y se toman sus licencias, pero ese es otro cantar). Y en la sociedad son los políticos los que tiene que dar ejemplo y no al revés.
Bien cierto es que en nuestro país no estamos educados a tener conciencia de la ‘cosa común’, no nos inculcan desde pequeños que lo que es de todos es de cada uno, que si queremos vivir en una sociedad que funcione, que funcione la sanidad, que funcione la educación, que funcionen las infraestructuras y que funcionen las personas que hemos elegido para que gestionen nuestro dinero y nuestro bienestar, tenemos que aportar nuestra parte correspondiente, pero… como no estamos educados… pues vamos tirando de aquí y de allá.
Si los políticos no están educados para gestionar bien la ‘cosa común’ y los ciudadanos no estamos educados a respetar la ‘cosa común’ es imposible avanzar por el buen camino. “Yo trato de pagar menos a Hacienda porque aunque Hacienda somos ‘todos’ luego son unos pocos los que se benefician mucho más que todos”, y con ese pensamiento bastante común cada cual trata de pagar menos a ‘todos’ en beneficio de sí mismo. “Porque para que se lo lleve el de arriba me lo quedo yo”. Y así funciona este pensamiento que en nuestro país puede considerarse también como ‘pensamiento único’. El reflejo de los de arriba llega a los da abajo; acción/reacción.
Y, además de ser un infeliz que necesita ser educado por la sociedad -continua el director de periódico y presentador de su libro- el político es un pobre desgraciado al que le abusa el Estado porque le paga muy poco al mes, una miseria, cobra tan poco que es difícil que con esas nóminas puedan cumplir su función de político por lo que se acaba buscando complementos extras vengan de donde vengan, legales e ilegales, para ir tirando y acumulando para cuando quede fuera del ‘tinglado’.
Si hay malos políticos es porque cobran poco. Si los políticos tuvieran buenos sueldos habría buenos políticos. Ese es una parte del argumento. La otra es que los ciudadanos los maleducamos con nuestras mamandurrias.
Argumentos sorprendentes, y para mí novedosos, que me dejaron asombrada, pero que quizás sea el sentir de muchos políticos. Claro que dentro del colectivo político hay un abanico muy grande, entran desde los concejales de Ayuntamientos de pequeños pueblos a ministros, consejeros y jefe de gobierno. La valoración de los sueldos es relativa. En los Ayuntamientos, como en las altas esferas de la política, también se dan con mucha facilidad, quizás con más por aquello de que todo está más a mano, las mamandurrias. Del rey abajo ninguno y entre listos anda el juego.
Y en este punto salta el jefe de la patronal Garamendi que mientras quiere rebajar el sueldo mínimo de la población a un miserable 1.000€ al mes, él se los sube a 400.000€, más muchos incentivos. Le defiende el economista Niño Becerra que dice que Garamendi como jefe de la Patronal tiene que defender lo suyo, y lo suyo, y lo lícito, es que los empresarios traten de ganar lo más posible pagando al trabajador lo menos posible. Parece un argumento del inicio de la industrialización, siglo XIX, cuando el obrero no tenía ningún derecho, era prácticamente un esclavo de la empresa.
Y así, en un bucle de retroceso social, la sociedad va derivando hacia dinamitar la clase media y organizar la sociedad en dos bloques bien diferenciados: los de arriba y los de abajo. Esta deriva la muestra muy bien la enorme diferencia a lo largo de los años de los derechos del trabajador frente a su despido.
Ya en 1984, en la reforma del Estatuto de los trabajadores, la indemnización máxima por despido improcedente baja de 48 a 42 mensualidades. Hoy en día está en 12 meses de salario. El trabajador, en 39 años, ha perdido 30 mensualidades en su indemnización. Y la patronal sigue tratando de recortar más derechos porque su función es tener más beneficios.
Políticos y patronos navegan a sus anchas por las grandes corrupciones mientras el trabajador a duras penas boquea con el agua al cuello y alguna corruptela. Pero, según creencias, son las corruptelas del trabajador para no ahogarse las maestras de las enormes corrupciones de la navegación de los políticos y patronos.
Y yo sigo con mi sueño. Libertad, Igualdad, Fraternidad para el sistema social del Mundo, aunque si empezamos por nuestro país ya me conformaría.
O témpora o mores