Las desigualdades en el mundo (1)
Entiendo que cada uno de los habitantes del planeta tiene sus urgencias y prioridades. Cobran aquí poderoso sentido las circunstancias del ser humano que con acierto ubicó Ortega y Gasset. Las desigualdades sociales, ahondadas significativamente en los últimos años, se han convertido en una pesada losa para el conjunto de la humanidad. En directo, para los millones de personas que la padecen en sus carnes; en diferido, para una comunidad que constata su fracaso y egoísmo con la indiferencia ante las injusticias.
Oxfam Intermón, la ONG española de la confederación internacional (90 oficinas en 17 países) con la primera denominación, acaba de publicar el informe anual de 2022, que ha encabezado con el orientativo título ‘La ley del más rico’. Sus conclusiones son metralla para la conciencia de los países desarrollados, mecidos en la concepción del dinero como única vara de medir el éxito en esta contemporaneidad de valores difusos.
Dicen que los números carecen de poesía. Dicen también que las estadísticas son la nueva forma de la mentira. Pero ateniéndose a los datos que ofrece este informe, los dígitos contienen la lírica bufa de los despropósitos, junto a la fiabilidad de las fuentes consultadas.
Va a empezar el tiroteo a las conciencias; a ver si, de verdad, despiertan los adoradores del becerro de oro. Números en crudo: el 1% del censo de los más ricos ha acaparado dos tercios de la riqueza generada desde 2020.
Las fortunas de los llamados milmillonarios aumenta en 2.700 millones de dólares cada día, pero los salarios de 1.700 millones de trabajadores crecen menos que la inflación. Para hurgar más en la herida, las empresas energéticas y de alimentación retribuyeron el último año con 2.700 millones de dólares a sus accionistas en dividendos de las acciones. En la cruz de la moneda, 800 millones de personas se iban a la cama con hambre. Y el tercer vértice del triángulo no es menos pavoroso: por cada dólar de nueva riqueza conseguido por un pobre, la minoría opulenta se embolsa 1.700 millones.
Una conclusión de estas disparidades la refleja el documento: “el número de personas que se enfrentan al hambre y la pobreza ha aumentado en varias decenas de millones en todo el mundo. Cientos de millones no pueden abordar la subida de costes de los artículos de primera necesidad”.
Un aviso a los gobiernos con este dato de nuevo agravio entre las rentas altas y las bajas o medias. En un análisis de 142 países, por cada punto de reducción fiscal a las grandes empresas, los gobernantes han incrementado un 0,35 % los gravámenes al consumo, un severo castigo a los hogares.
Las políticas de alivio fiscal a las grandes fortunas están en el centro de la diana de estas insoportables desigualdades. Oxfam sugiere que si se aplicase un impuesto a la riqueza del 5 % a los súper ricos, existiría la posibilidad de aumentar la recaudación de las haciendas nacionales en 1,7 billones de de dólares. Esa cantidad permitiría a 2.000 millones de personas salir de la hambruna, o bien, representaría un impulso para financiar un plan mundial contra el hambre.
Nada ilustra más que un par de nombres propios. Elon Musk, el considerado hombre más rico del mundo, tributa a un tipo impositivo real del 3,2 %. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, otro de los potentados, lo hace a menos del 1 %. A cambio, un vendedor de frutas en un mercado del África subsahariana, tiene que entregar en gravámenes el 40 % de lo que vende.
El tipo marginal que se aplica a las rentas más altas ha evolucionado a la baja desde el 58 % en 1980 al 42 % en el área de los países desarrollados de la OCDE. Pero si se ajusta el marco a una centena de países, dicho tipo promedio se sitúa en el 31 %. Y si se conjuga en futuro, la próxima generación de multimillonarios heredará cinco billones de dólares libres de impuestos, una cantidad que supera el PIB de una buena parte de países africanos.
Oxfam recuerda que las zonas más ricas del mundo en la década de los sesenta llegaron a aplicar tipos impositivos a las renta personal entre el 75 %- 90 % y fueron épocas coincidentes en generación de riqueza para todos los estratos sociales.
La dupla Reagan-Thatcher abrió de nuevo la espita para que el poder financiero retomara la condición de garito que llevó al orbe al crac de 1929 y las consecuencias que siguieron. En 2008 el sistema estalló de nuevo con la Gran Depresión que no ha cesado en sus azotes. La pandemia de 2020 devolvió el protagonismo a la inversión pública como sanatorio de los excesos de un capitalismo apresado en la solemne contradicción de que sus ganancias ya no revierten en el conjunto de la sociedad, sino en una clase adinerada que es la mímica de la aristocracia barroca que nutrió con sus cabezas la Revolución Francesa, simbolizada en la guillotina.
Sin números ya, atención a la crudeza de este comentario: “la mera existencia de milmillonarios que acumulan cada vez más riqueza y beneficios récord, mientras que la mayoría de la población se enfrenta a la austeridad, al aumento de la pobreza y a la crisis del coste de la vida, deja al descubierto el fracaso de un sistema económico que no responde a las necesidades del conjunto de la humanidad”.
Hasta aquí, un trazo reducido del mapa mundial de ese barril de pólvora sobre el que estamos encendiendo cigarros de continuo, el de las desigualdades. Hay capítulo español. La próxima quincena.
Entiendo que cada uno de los habitantes del planeta tiene sus urgencias y prioridades. Cobran aquí poderoso sentido las circunstancias del ser humano que con acierto ubicó Ortega y Gasset. Las desigualdades sociales, ahondadas significativamente en los últimos años, se han convertido en una pesada losa para el conjunto de la humanidad. En directo, para los millones de personas que la padecen en sus carnes; en diferido, para una comunidad que constata su fracaso y egoísmo con la indiferencia ante las injusticias.
Oxfam Intermón, la ONG española de la confederación internacional (90 oficinas en 17 países) con la primera denominación, acaba de publicar el informe anual de 2022, que ha encabezado con el orientativo título ‘La ley del más rico’. Sus conclusiones son metralla para la conciencia de los países desarrollados, mecidos en la concepción del dinero como única vara de medir el éxito en esta contemporaneidad de valores difusos.
Dicen que los números carecen de poesía. Dicen también que las estadísticas son la nueva forma de la mentira. Pero ateniéndose a los datos que ofrece este informe, los dígitos contienen la lírica bufa de los despropósitos, junto a la fiabilidad de las fuentes consultadas.
Va a empezar el tiroteo a las conciencias; a ver si, de verdad, despiertan los adoradores del becerro de oro. Números en crudo: el 1% del censo de los más ricos ha acaparado dos tercios de la riqueza generada desde 2020.
Las fortunas de los llamados milmillonarios aumenta en 2.700 millones de dólares cada día, pero los salarios de 1.700 millones de trabajadores crecen menos que la inflación. Para hurgar más en la herida, las empresas energéticas y de alimentación retribuyeron el último año con 2.700 millones de dólares a sus accionistas en dividendos de las acciones. En la cruz de la moneda, 800 millones de personas se iban a la cama con hambre. Y el tercer vértice del triángulo no es menos pavoroso: por cada dólar de nueva riqueza conseguido por un pobre, la minoría opulenta se embolsa 1.700 millones.
Una conclusión de estas disparidades la refleja el documento: “el número de personas que se enfrentan al hambre y la pobreza ha aumentado en varias decenas de millones en todo el mundo. Cientos de millones no pueden abordar la subida de costes de los artículos de primera necesidad”.
Un aviso a los gobiernos con este dato de nuevo agravio entre las rentas altas y las bajas o medias. En un análisis de 142 países, por cada punto de reducción fiscal a las grandes empresas, los gobernantes han incrementado un 0,35 % los gravámenes al consumo, un severo castigo a los hogares.
Las políticas de alivio fiscal a las grandes fortunas están en el centro de la diana de estas insoportables desigualdades. Oxfam sugiere que si se aplicase un impuesto a la riqueza del 5 % a los súper ricos, existiría la posibilidad de aumentar la recaudación de las haciendas nacionales en 1,7 billones de de dólares. Esa cantidad permitiría a 2.000 millones de personas salir de la hambruna, o bien, representaría un impulso para financiar un plan mundial contra el hambre.
Nada ilustra más que un par de nombres propios. Elon Musk, el considerado hombre más rico del mundo, tributa a un tipo impositivo real del 3,2 %. Jeff Bezos, el dueño de Amazon, otro de los potentados, lo hace a menos del 1 %. A cambio, un vendedor de frutas en un mercado del África subsahariana, tiene que entregar en gravámenes el 40 % de lo que vende.
El tipo marginal que se aplica a las rentas más altas ha evolucionado a la baja desde el 58 % en 1980 al 42 % en el área de los países desarrollados de la OCDE. Pero si se ajusta el marco a una centena de países, dicho tipo promedio se sitúa en el 31 %. Y si se conjuga en futuro, la próxima generación de multimillonarios heredará cinco billones de dólares libres de impuestos, una cantidad que supera el PIB de una buena parte de países africanos.
Oxfam recuerda que las zonas más ricas del mundo en la década de los sesenta llegaron a aplicar tipos impositivos a las renta personal entre el 75 %- 90 % y fueron épocas coincidentes en generación de riqueza para todos los estratos sociales.
La dupla Reagan-Thatcher abrió de nuevo la espita para que el poder financiero retomara la condición de garito que llevó al orbe al crac de 1929 y las consecuencias que siguieron. En 2008 el sistema estalló de nuevo con la Gran Depresión que no ha cesado en sus azotes. La pandemia de 2020 devolvió el protagonismo a la inversión pública como sanatorio de los excesos de un capitalismo apresado en la solemne contradicción de que sus ganancias ya no revierten en el conjunto de la sociedad, sino en una clase adinerada que es la mímica de la aristocracia barroca que nutrió con sus cabezas la Revolución Francesa, simbolizada en la guillotina.
Sin números ya, atención a la crudeza de este comentario: “la mera existencia de milmillonarios que acumulan cada vez más riqueza y beneficios récord, mientras que la mayoría de la población se enfrenta a la austeridad, al aumento de la pobreza y a la crisis del coste de la vida, deja al descubierto el fracaso de un sistema económico que no responde a las necesidades del conjunto de la humanidad”.
Hasta aquí, un trazo reducido del mapa mundial de ese barril de pólvora sobre el que estamos encendiendo cigarros de continuo, el de las desigualdades. Hay capítulo español. La próxima quincena.