"Las calles se llenan de gente, la Semana Santa de Astorga se hace irresistible, es imposible faltar"

Vivencias, recuerdos y encuentro personal.

Fragmento del pregón  de la Semana Santa de Astorga, por de Pilar López Álvarez

 

 

La Semana Santa está llena de vivencias y recuerdos per­sonales, profundamente humanos, familiares y religiosos.

 

Para una astorgana nacida en el año 70, la Semana Santa es un acontecimiento que tiene sus raíces en la fe vivida en la familia y en la parroquia.

 

Una experiencia que empezaba con los viacrucis de cada viernes de cuaresma en la parroquia de Santa Marta. Los ca­tequistas, los niños de primera comunión y sus padres, los equipos de matrimonios, las religiosas y otros grupos se tur­naban en su organización, y estos viacrucis ayudaban en la preparación espiritual para la celebración de la Muerte y la Resurrección de Jesús.

Cuando llegaba la Semana Santa las procesiones y la litur­gia se convertían en el centro de la vida familiar.

 

•  La Procesión de las Palmas en la que nunca hacía la temperatura que permitía estrenar el nuevo vestido-

 

•  El día de Jueves Santo que, ante todo, era el día del amor fraterno y el día de la Eucaristía, un día de ale­gría, caridad y unión familiar.

 

•  La procesión del encuentro de la mano de mi padre.

 

•  El sermón de las siete palabras.

 

•  Las visitas a los monumentos con mi madre.

 

•  La comida de Viernes Santo con un potaje de vigilia a la mesa con padres tíos y abuelos.

 

• Las fuentes de torrijas en la cocina.

 

•  Y la procesión del entierro que veíamos desde una ventana con una visión privilegiada de la calle Pío Gullón. Recuerdo cómo la procesión se movía con una parsimonia y solemnidad que contrastaba con el bullicio de una calle que a otras horas era tan co­mercial. Un buen ejemplo de la transformación de la ciudad en esos días

 

•  La semana acababa con la vigilia pascual y la alegría de la procesión del resucitado.

 

.La parroquia y la familia nos permitían crecer en la fe y vivir cada año con más profundidad la Semana Santa de Astorga

 

Con la adolescencia el compromiso se hizo personal. Mis amigas y yo nos hicimos cofrades de la Veracruz, participa­mos en las primeras procesiones penitenciales que se cele­braron después de tantos siglos. Era emocionante; teníamos la sensación de ser parte de la historia y casi sin darnos cuen­ta experimentábamos una oportunidad de encuentro con Jesucristo y de fraternidad con amigos y cofrades que nunca faltaban a la cita de la madrugada del viernes santo.

 

Años más tarde, tuve la ocasión de introducir tanto a mi marido como a su familia a la Semana Santa de Astorga, y unos años después, fue emocionante ver a mis hijos de ‘paparrones’ con la túnica de la Veracruz.

 

Me fui de Astorga hace 34 años y desde entonces nunca he faltado a la celebración de su Semana Santa, creo que hay pocos compromisos que he sido capaz de mantener con tan­ta fidelidad.

 

Fidelidad a un acontecimiento único para mí, para mi fa­milia y que supone una oportunidad de encuentro, de con­versión, de crecimiento en la fe y de celebración de la alegría de la Resurrección.

 

Fueron tiempos de innovación; se renuevan los tronos, los pasos se vuelven a llevar a hombros, se cuidan los ador­nos florales, se recupera el acto del desenclavo, la procesión penitencial... La Semana Santa se abre a la ciudad y la res­puesta es extraordinaria.

 

El apoyo de las instituciones no se hace esperar y una década después, empiezan a llegar los reconocimientos, de interés turístico regional en el 1997 y de interés turístico na­cional en el año 2011.

 

Las calles se llenan de gente, la Semana Santa de Astorga se hace irresistible, es imposible faltar. Los desfiles proce­sionales, la liturgia y la hermandad actúan como verdadera recarga espiritual para el resto del año. La solemnidad, su vis­tosidad, la coreografía de los desfiles procesionales, la gas­tronomía; la vida en la calle de la ciudad actúa como reclamo.

Ruego por el hijo de veinte años (de Juana de Ibarbouru

 

Ya no es la flor ni el gajo. Es un arbusto

Que no me cabe, madre, bajo el ala,

Y por él rezo y tiemblo a toda hora,

Despierta muchas veces hasta el alba.

 

Lo he formado en tu amor y tu esperanza.

Te lo ofrecí, capullo mío, llena

Del inmenso fervor que me traspasa

Por ti divina y milagrosa reina.

 

Todavía mis pasos mide el ángel;

Todavía hacia mí vuelve los ojos

Como cuando era un niño y no tenía

Otraluz ni otro espejo que mi rostro.

 

Pero celeste madre, ¡cómo aúllan

En la noche los lobos!

Y como necesito que me inspires,

¡Oh Virgen del Socorro!

 

Pon en mi boca las palabras justas,

Las que a su corazón descienden rectas,

Las del convencimiento y el consuelo,

Las que sean más sabias y más buenas.

 

Ahora que ya es un hombre tengo miedo

De no saber llevarlo de la mano,

De ser ciega en su error y de ser débil…

O de estar sorda y que me llame en vano.