Isabel Llanos
Sábado, 01 de Abril de 2023

La doble vara de medir. Cuando la paja en el ojo ajeno es más confortable que la autocrítica

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Esta semana el monotema ha sido la maternidad subrogada. Y lo ha sido desde un único enfoque compartido: la crítica al otro.

 

Ya hace mucho que padecemos esta lacra. Cada vez necesitamos más pisotear y vejar al prójimo para sentirnos un poco menos mal en nuestra piel. La proliferación de haters (los criticones de toda la vida, vamos) se ha multiplicado exponencialmente por todos los canales y redes sociales, extendiéndose, incluso, a las llamadas ‘redes profesionales’.

 

Ignoro qué hambre de protagonismo, qué insana satisfacción se sacia a base de dedicar el tiempo propio a insultar por insultar, sin fundamento ni argumentos, en un alarde de ‘y tú más’ que se ha ido desparramando fuera ya de lo digital, contagiando tertulias, debates y hasta intervenciones políticas. Hecho de menos la dialéctica, la retórica, la oratoria. Hecho de menos el contenido coherente y las opiniones conformadas en sólidas ideologías.

 

Nos hemos transformado en seres volubles y fatuos con enfoques dicotómicos: estás conmigo o estás contra mí, estás a favor o estás en contra. No hay más divergencias. Hemos perdido aquella multiplicidad de opiniones tan enriquecedora y hemos ido derivando, más que a la censura, a la autocensura, en un temor limitante a ser rechazados, a ser alejados del grupo, a pasar de la aceptación y de la admiración al fracaso. Un post, un artículo, una respuesta mal enfocada puede hacernos bajar del pedestal. No querer incomodar a ningún lobby de poder: Jorge Javier Vázquez, por ejemplo, ante la necesidad de posicionarse en el debate sobre el tema que abre este artículo, se amparaba en “No sé, no tengo opinión. Tengo amigos que la han usado para ser padres y también estoy en contra de que se mercantilice con el cuerpo de la mujer. ¿No puedo permitirme dudar, no poder decidir mi opinión?”. ¿Acaso temía ofender a su audiencia más feminista o a los diferentes tipos de familias que han recurrido a vientres de alquiler?

 

El punto de quiebre, se sustenta, en este caso, en la crítica a una mujer que utiliza a otra mujer como medio para conseguir algo que quiere y que, además, está en esa edad avanzada que sirve para justificar el edadismo que padece nuestra sociedad. Una sociedad, por otra parte, malcriada, que busca fuera, mediante el utilitarismo materialista de sus acciones, lo que no sabe encontrar dentro de sí. Y, además, con la celeridad que precisa para calmar esa intolerancia a la frustración que padecemos, cada vez más exigente, que persigue la satisfacción inmediata de nuestras necesidades y caprichos a cualquier precio.

 

Hace mucho ya que nos amparamos en eufemismos, para suavizar terminológicamente aquellas realidades que nos ponen ante el espejo en el que contemplamos nuestras debilidades y carencias: ya no hay prostitutas y puteros, ahora son sugar babies y sugar daddies, por ejemplo, que queda más romántico y fashion, aunque se trate del mismo intercambio de favores por dinero, del mismo utilitarismo y cosificación del cuerpo femenino, de la misma subordinación al que está en situación de poder cuando no tienes recursos económicos para escoger con libertad, del que estamos hablando en este debate sobre la gestación subrogada.

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