Americanos
![[Img #63062]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2023/2503_2-america-g40c9d60a3_1280.jpg)
Tienen la jactancia de apropiarse del gentilicio de un doble continente como nacionalidad. A veces son más modestos, y solo llegan a la mitad norte del territorio. No paran en barras (y estrellas) cuando el nombre de su nación lo dimensionan a la grandeza de una quinta parte de la exigua porción de tierra de este planeta.
Estados Unidos es uno de los contenidos de América. Los Estados Unidos de América (preposición de lugar) era la tarjeta de identidad ante el orbe, Pero hoy, a fuerza de marines y dólares, América es de Estados Unidos. Igual ocurre desde la perspectiva de una nacionalidad. Los hijos del Tío Sam son ahora americanos, pisoteando la misma condición de mexicanos, cubanos, peruanos, argentinos… una América latina de segunda división expresada en lenguas de viejos imperios, no la sajona, la que marca el paso desde el punto de partida de conquistar por la identidad. La ciudadanía estadounidense/americana es como aquella otra romana, salvoconductos para ser raza superior y tutela política y militar de los mundos que han conocido.
Los americanos, como exageración premeditada de la nacionalidad estadounidense que parece quedárseles estrechada, juegan al escondite con la dimensión geográfica del imperio. No tienen emperador. Sí un presidente renovable cada cuatro años con un doble mandato como máximo. Un jefe de estado con aureolas imperiales, designado en las urnas, pero con guiños a una democracia manipulada en otros cenáculos de poder, infinitamente más selectivos y escrutados en los grupos de presión. Se puede ser elegido inquilino de la Casa Blanca con votos de compromisarios de los estados por encima de los pronunciamientos populares. Así se encumbró la penosa experiencia de Donald Trump.
Los USA siguen los pasos de la Roma clásica. De Res Pública mudó a imperio. Las dinastías se fueron conformando para dar el paso a los dominadores del nuevo orden. Los americanos de Estados Unidos empiezan a cimentar los grandes apellidos dinásticos de la monarquía que eleve a emperadores a cualquier Kennedy, Bush, Clinton o Trump. Los procesos electorales de los EEUU están cada vez más salpicados de hijos, nietos y sobrinos de apellidos que suenan allí como aquí Borbón, Windsor, Augsburgo, Wattenberg….
Estados Unidos es en este siglo XXI el paradigma de una sociedad decadente, alumbrada a finales de la centuria precedente con la victoria de Ronald Reagan sobre todos los contrapesos necesarios al capitalismo salvaje. El necesario equilibrio de la posguerra de los años cuarenta saltó por los aires con una presidencia que quiso devolver a América (léase EEUU) esplendores de colonización del Oeste que no podían tener réplica posible. Aquel mandatario fue un hombre poseído por los papeles de cow-boy que le tocó interpretar en un catálogo de westerns muy mediocres. Películas que visualizaron una propaganda mentirosa de la grandeza de un país.
Llegó al Despacho Oval un financiero tramposo y faltón, fiel tópico de los EEUU sometidos al dinero cobarde que se refugia en la avaricia de los magnates y que cuando se diluye porque se rompe el saco, acude raudo a las huchas de la pasta del contribuyente para seguir en el círculo de privatizar ganancias y socializar pérdidas.
Donald Trump ha sido la lupa de aumento de las miserias de Estados Unidos. Desde la atalaya de un mundo al que nada de ese país le resulta ajeno, tomó el poder un bufón con la terrorífica travesura de Jugar al dedo del emperador, antes árbitro de vidas y haciendas en el vocerío del coliseo, poniéndose hacia arriba o hacia abajo, y ahora, con mucho más poder de destrucción, frente al solo acto de apretar un botón. De alguna forma retornó un remedo de Calígula y amenaza con volver a hacerlo.
Un país que refleja su epopeya en un rifle, el arma exterminadora de los recursos de la etnia y de la propia etnia ocupante original de ese territorio, ofrece pistas inequívocas de su código de valores. Hipocresía con mayúscula y subrayada la de una sociedad que no permita a un adolescente beber una cerveza, pero acoja con monstruosa aquiescencia que pueda comprar un arma automática por catálogo.
Un país que ha convertido las escuelas, los institutos y las universidades en zonas de alto riesgo para niños, adolescentes y jóvenes, donde evacuar la mierda de un espíritu bélico incorregible mediante balacera a lo Rambo, no se pude decir que esté en sus cabales. Sin olvidar que tales acciones son la metáfora de un ataque a los embriones y estamentos de la educación, la cultura y el pensamiento.
Aquí, un país que pide la revisión de la historia desde las tribunas de la histeria. Que establece su debate intelectual en la asquerosa corrección política de eliminar de un plumazo lo que pasó y no resulta de su agrado en los hechos y/o en las palabras. Que quiere construir un ciudadano feble, sin otra salida que la rendición sin condiciones a la tecnología e inteligencia artificial. ¿En beneficio de quién?
La América de Estados Unidos es la retransmisión en directo de una decadencia que se creerá detenida en un imperio, cuyas cabezas laureadas no tardarán en ser divinizadas. Cierto que pueden darnos ejemplos de Trajanos y Marco Aurelios, pero también de Nerones, Calígulas y Tiberios. De una cosa estaremos seguros, son únicos para el espectáculo y el show business. La caída de telón, el mundo la verá como un estreno apoteósico o como una astracanada marxista… de los hermanos Marx, ojo.
![[Img #63062]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2023/2503_2-america-g40c9d60a3_1280.jpg)
Tienen la jactancia de apropiarse del gentilicio de un doble continente como nacionalidad. A veces son más modestos, y solo llegan a la mitad norte del territorio. No paran en barras (y estrellas) cuando el nombre de su nación lo dimensionan a la grandeza de una quinta parte de la exigua porción de tierra de este planeta.
Estados Unidos es uno de los contenidos de América. Los Estados Unidos de América (preposición de lugar) era la tarjeta de identidad ante el orbe, Pero hoy, a fuerza de marines y dólares, América es de Estados Unidos. Igual ocurre desde la perspectiva de una nacionalidad. Los hijos del Tío Sam son ahora americanos, pisoteando la misma condición de mexicanos, cubanos, peruanos, argentinos… una América latina de segunda división expresada en lenguas de viejos imperios, no la sajona, la que marca el paso desde el punto de partida de conquistar por la identidad. La ciudadanía estadounidense/americana es como aquella otra romana, salvoconductos para ser raza superior y tutela política y militar de los mundos que han conocido.
Los americanos, como exageración premeditada de la nacionalidad estadounidense que parece quedárseles estrechada, juegan al escondite con la dimensión geográfica del imperio. No tienen emperador. Sí un presidente renovable cada cuatro años con un doble mandato como máximo. Un jefe de estado con aureolas imperiales, designado en las urnas, pero con guiños a una democracia manipulada en otros cenáculos de poder, infinitamente más selectivos y escrutados en los grupos de presión. Se puede ser elegido inquilino de la Casa Blanca con votos de compromisarios de los estados por encima de los pronunciamientos populares. Así se encumbró la penosa experiencia de Donald Trump.
Los USA siguen los pasos de la Roma clásica. De Res Pública mudó a imperio. Las dinastías se fueron conformando para dar el paso a los dominadores del nuevo orden. Los americanos de Estados Unidos empiezan a cimentar los grandes apellidos dinásticos de la monarquía que eleve a emperadores a cualquier Kennedy, Bush, Clinton o Trump. Los procesos electorales de los EEUU están cada vez más salpicados de hijos, nietos y sobrinos de apellidos que suenan allí como aquí Borbón, Windsor, Augsburgo, Wattenberg….
Estados Unidos es en este siglo XXI el paradigma de una sociedad decadente, alumbrada a finales de la centuria precedente con la victoria de Ronald Reagan sobre todos los contrapesos necesarios al capitalismo salvaje. El necesario equilibrio de la posguerra de los años cuarenta saltó por los aires con una presidencia que quiso devolver a América (léase EEUU) esplendores de colonización del Oeste que no podían tener réplica posible. Aquel mandatario fue un hombre poseído por los papeles de cow-boy que le tocó interpretar en un catálogo de westerns muy mediocres. Películas que visualizaron una propaganda mentirosa de la grandeza de un país.
Llegó al Despacho Oval un financiero tramposo y faltón, fiel tópico de los EEUU sometidos al dinero cobarde que se refugia en la avaricia de los magnates y que cuando se diluye porque se rompe el saco, acude raudo a las huchas de la pasta del contribuyente para seguir en el círculo de privatizar ganancias y socializar pérdidas.
Donald Trump ha sido la lupa de aumento de las miserias de Estados Unidos. Desde la atalaya de un mundo al que nada de ese país le resulta ajeno, tomó el poder un bufón con la terrorífica travesura de Jugar al dedo del emperador, antes árbitro de vidas y haciendas en el vocerío del coliseo, poniéndose hacia arriba o hacia abajo, y ahora, con mucho más poder de destrucción, frente al solo acto de apretar un botón. De alguna forma retornó un remedo de Calígula y amenaza con volver a hacerlo.
Un país que refleja su epopeya en un rifle, el arma exterminadora de los recursos de la etnia y de la propia etnia ocupante original de ese territorio, ofrece pistas inequívocas de su código de valores. Hipocresía con mayúscula y subrayada la de una sociedad que no permita a un adolescente beber una cerveza, pero acoja con monstruosa aquiescencia que pueda comprar un arma automática por catálogo.
Un país que ha convertido las escuelas, los institutos y las universidades en zonas de alto riesgo para niños, adolescentes y jóvenes, donde evacuar la mierda de un espíritu bélico incorregible mediante balacera a lo Rambo, no se pude decir que esté en sus cabales. Sin olvidar que tales acciones son la metáfora de un ataque a los embriones y estamentos de la educación, la cultura y el pensamiento.
Aquí, un país que pide la revisión de la historia desde las tribunas de la histeria. Que establece su debate intelectual en la asquerosa corrección política de eliminar de un plumazo lo que pasó y no resulta de su agrado en los hechos y/o en las palabras. Que quiere construir un ciudadano feble, sin otra salida que la rendición sin condiciones a la tecnología e inteligencia artificial. ¿En beneficio de quién?
La América de Estados Unidos es la retransmisión en directo de una decadencia que se creerá detenida en un imperio, cuyas cabezas laureadas no tardarán en ser divinizadas. Cierto que pueden darnos ejemplos de Trajanos y Marco Aurelios, pero también de Nerones, Calígulas y Tiberios. De una cosa estaremos seguros, son únicos para el espectáculo y el show business. La caída de telón, el mundo la verá como un estreno apoteósico o como una astracanada marxista… de los hermanos Marx, ojo.






