El último príncipe
![[Img #63179]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2023/6607_3-nuria-ancianocatedral-copia.jpg)
Me recuerdo siguiéndote por todos los periódicos, buscando tus artículos de ‘La tronera’ desesperadamente. Si dabas una conferencia, ahí me plantaba apartando al gentío para alcanzar la primera fila. Eras el más risueño y elegante. Todo un caballero en tus gestos, y si lograba acercarme a ti, misión casi guerrilleresca, siempre desprendías ese aroma a azahar y menta inconfundible que te caracterizaba. Absorta, me sentaba a escuchar tu voz pausada y acariciadora. Tus palabras eran cartelitos luminiscentes que siempre advertían de algo. Enseñanzas para seguir viviendo.
Conclusiones certeras y muy contundentes, pues siempre hablabas categóricamente sin equivocarte jamás, tal era tu seguridad y tu sabiduría mundana. Con una capacidad de trabajo encomiable. Por eso, porque nada es gratis, llegaste a ser el más grande y las masas te adoraban como a Lorca, fuiste el Lorca refinado de nuestra juventud. Popular por genial, igual que Lorca. Popular por artista y genial escritor. Por elegante y refinado. Por escribir el mejor teatro de tu época, como Lorca. Por andaluz y valiente, igual que Lorca. Por tus bastones de palisandro con empuñadura de plata. Estoy segura de que también usabas bastones con repujado de oro, pero tu pudor te impedía realizar semejante ostentación ante el mundo. Hasta para eso tu clase era infinita, y tu elegancia. Ser elegante también es esconder las debilidades y los lujos que uno se permite a solas, y tú lo ejercitabas como ninguno.
Mundano, sí, vividor y nostálgico. Seguramente el mejor amante: delicadísimo, bello, fuerte y sutil. Porque como tú decías, no es mejor amante el que más ama sino el que más sufre los desaires del amado. Y tú has amado tanto que te enamorabas a todas horas y en todos los lugares. Te enamorabas del viento y de los hombres, de las gallinas y los barcos, de las mujeres y del mar, de tus perros felices y de tus jardines del sur, de tus buganvillas y de las copas de cristal, de los amaneceres y de las pausas del agua en el aljibe.
Hoy tu silencio nos aplana. Sabemos que sufres y permaneces aislado en tus jardines interiores. Todo se ha transmutado en un silencio grandioso entorno a tu figura de príncipe penibético. En un misterio insondable de color rubí. En una marabunta de interrogaciones como luciérnagas.
Quizá hayas muerto y no lo sabe el mundo. Quién sabe si dejaste escrita una orden diciendo que no trascendiese tu desaparición definitiva. Quizá el gran salto lo hayas dado hacia el mar y nunca lo sabremos. El mar que se traga al marinero, pero que no sabe que lo mata, como bien dijiste en una de tus charlas brillantísimas. Como en un cuento de los tuyos, con final desconcertante y sutil, la anciana de las castañas quizá te haya ayudado a cruzar la calle en dirección al museo para esconderte en un cuadro de Goya, y allí, en una esquina dorada y azul, te hayas instalado para siempre jugando al escondite con nosotros para siempre jamás.
Don Antonio Gala. Príncipe penibético al que la luz del sur inunda y estremece.
Me recuerdo siguiéndote por todos los periódicos, buscando tus artículos de ‘La tronera’ desesperadamente. Si dabas una conferencia, ahí me plantaba apartando al gentío para alcanzar la primera fila. Eras el más risueño y elegante. Todo un caballero en tus gestos, y si lograba acercarme a ti, misión casi guerrilleresca, siempre desprendías ese aroma a azahar y menta inconfundible que te caracterizaba. Absorta, me sentaba a escuchar tu voz pausada y acariciadora. Tus palabras eran cartelitos luminiscentes que siempre advertían de algo. Enseñanzas para seguir viviendo.
Conclusiones certeras y muy contundentes, pues siempre hablabas categóricamente sin equivocarte jamás, tal era tu seguridad y tu sabiduría mundana. Con una capacidad de trabajo encomiable. Por eso, porque nada es gratis, llegaste a ser el más grande y las masas te adoraban como a Lorca, fuiste el Lorca refinado de nuestra juventud. Popular por genial, igual que Lorca. Popular por artista y genial escritor. Por elegante y refinado. Por escribir el mejor teatro de tu época, como Lorca. Por andaluz y valiente, igual que Lorca. Por tus bastones de palisandro con empuñadura de plata. Estoy segura de que también usabas bastones con repujado de oro, pero tu pudor te impedía realizar semejante ostentación ante el mundo. Hasta para eso tu clase era infinita, y tu elegancia. Ser elegante también es esconder las debilidades y los lujos que uno se permite a solas, y tú lo ejercitabas como ninguno.
Mundano, sí, vividor y nostálgico. Seguramente el mejor amante: delicadísimo, bello, fuerte y sutil. Porque como tú decías, no es mejor amante el que más ama sino el que más sufre los desaires del amado. Y tú has amado tanto que te enamorabas a todas horas y en todos los lugares. Te enamorabas del viento y de los hombres, de las gallinas y los barcos, de las mujeres y del mar, de tus perros felices y de tus jardines del sur, de tus buganvillas y de las copas de cristal, de los amaneceres y de las pausas del agua en el aljibe.
Hoy tu silencio nos aplana. Sabemos que sufres y permaneces aislado en tus jardines interiores. Todo se ha transmutado en un silencio grandioso entorno a tu figura de príncipe penibético. En un misterio insondable de color rubí. En una marabunta de interrogaciones como luciérnagas.
Quizá hayas muerto y no lo sabe el mundo. Quién sabe si dejaste escrita una orden diciendo que no trascendiese tu desaparición definitiva. Quizá el gran salto lo hayas dado hacia el mar y nunca lo sabremos. El mar que se traga al marinero, pero que no sabe que lo mata, como bien dijiste en una de tus charlas brillantísimas. Como en un cuento de los tuyos, con final desconcertante y sutil, la anciana de las castañas quizá te haya ayudado a cruzar la calle en dirección al museo para esconderte en un cuadro de Goya, y allí, en una esquina dorada y azul, te hayas instalado para siempre jugando al escondite con nosotros para siempre jamás.
Don Antonio Gala. Príncipe penibético al que la luz del sur inunda y estremece.