Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 22 de Abril de 2023

Lady disyuntivas

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En muchos políticos se detecta el talante más por su rostro que por su ideología. A lo mejor es de agradecer, porque la gestualidad de una cara tiene más de confesión que un ideario, a menudo cajón de sastre de todo tipo de disparates, mentiras o incoherencias. En esta pista de primer plano emerge la forma de ser de una persona como Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, la que me toca por empadronamiento padecer con su fingida máscara trágica de actor (estaban vetadas las actrices) de la Grecia clásica. No se la quita ni en lo bueno ni en lo malo ni en lo regular. Puro hieratismo.

 

Ejerce un discurso tan manido, reiterado y maniqueo que da por pensar que no haya día que dedique un buen rato al ensayo de sus catilinarias frente al espejo, cual madrastra de Blancanieves compitiendo por la belleza suprema con su hijastra. Ella no es tan superficial en el cuestionario. La costumbre de sus actuaciones hace la sospecha de que ante ese cristal hablador, no tan sincero como el de la malvada del cuento - oportuna metáfora de un Rasputín entre bambalina -, la presidenta madrileña solo pregunte si hay un liderazgo más carismático que el suyo. Por su forma de actuar, siempre recibe respuestas complacientes.

 

Díaz Ayuso habla y ejecuta como una lideresa de Estado. Las costuras de una comunidad autónoma, con hechuras de distrito federal, le quedan encorsetadas. Se mete en todos los charcos. Invade, con insolencia dialéctica y descalificaciones al Gobierno Central, competencias más propias del presidente nacional de su partido y candidato a La Moncloa, que da la sensación, la deja hacer, sobre todo, por miedo a si se la lía. Ya se ha cobrado piezas como Pablo Casado, y ella se ha preocupado bien de dejar el señuelo sanguinolento y decapitado de dónde puede acabar un pulso contra sus poderes. Demanda el respeto a través del miedo; muy pocas veces, quizá ninguna, por medio del rigor intelectual.

 

Una dirigente como ésta es una caja de bombas volante. Descalifica toda oposición ideológica con modos y maneras de corrala costumbrista. Pero su locuacidad es un cañón con puntos de mira puestos también en la cúpula de su propio partido. Se siente empoderada por una mayoría holgada. Si en las próximas elecciones del 28 de mayo consigue la absoluta, en los despachos del 13 de la calle Génova, más de uno se tentará la ropa. No puede reprimir la erótica por la guillotina simbólica hacia los heterodoxos o los que no comulguen con su dogmática. Pregunten a los que defendieron a Casado o, simplemente, no tomaron partido. Vean también cómo se ha inmiscuido en las competencias del alcalde José Luis Martínez Almeida, en la elaboración de listas a las municipales. Ella no hace prisioneros. Ella es la más pura, ortodoxa y castiza. Ella es la ungida y única depositaria de las aguerridas esperanzas del conservadurismo neoliberal español.  

 

Díaz Ayuso tiene su particular Blancanieves en el PP. Ese huesecillo que se queda atravesado en la garganta sin subir ni bajar.  Errores garrafales y recientes, aparte, como el de los acuíferos de Doñana, Juan Manuel Moreno Bonilla, el presidente de la Junta de Andalucía, la rebasa de largo en currículo. Conquista un territorio vedado genéticamente al partido de Génova. Lo hace con mayoría absoluta holgada y con la moderación y el discurso sedante de los hechos, no con el retumbe de las palabras estrepitosas, mirando por encima del hombro, y con el pan y circo de las terrazas y la llamada al turismo de plaga en los sufridos y recogidos tiempos de la pandemia. Dos modelos de éxito en la derecha española. Uno, con mensaje de democracia homologada. Otro, bajo el camuflaje de un populismo de manolas y chulapos. Curioso proceder en un personaje que se solaza en las moquetas de despachos del poder e ignora los arrabales con insolencia pija.  

 

La permanente disyuntiva en eslóganes electorales de Díaz Ayuso es elemento definitorio de su personalidad política. Recurrir a esta estrategia denota que le van los mensajes sin matices, donde, por supuesto, ella no tiene más rol que el de heroína. La presidenta de la CAM es una vieja película de vaqueros o piratas, donde solo tiene cabida el triunfo de una bondad épica, pero ficticia o engañosa. De niño adoraba ese cine. Pero era eso, un niño, sin capacidad para ver más allá de mis narices. Maneja con destreza un término supuestamente bueno frente a otro imaginado malo, separados por la única letra de una conjunción, sin más misión que elegir y definir, nunca unir. Lo que va de una o a una y. De esta forma, es el dibujo de una hermética caricatura de personaje con la cintura dialéctica rígida y mesiánica de los ‘ultimátums’. Se revela incapaz de ir un poco más allá del blanco o el negro, o lo que es lo mismo: el arte de las sutilezas, tan necesario en la esgrima política. Díaz Ayuso es una hechicera de las disyuntivas. Que me perdone, dado su engreimiento, mejor dama, una lady.

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