Astorga: El museo de los caminos
Ofrecemos un fragmento del libro 'De Roncesvalles a Compostela' (año 1965), en el que José Antonio Vizcaíno relata su estancia en Astorga y su trato con personas muy conocidas de la ciudad. El autor cuenta que realizó el viaje a toda marcha, durante el mes de enero, y que el libro fue escrito en los mismos lugares y en las mismas jornadas en que aconteció cuanto relata.
![[Img #6679]](upload/img/periodico/img_6679.jpg)
Pacho
y Marcos, los dos amigos leoneses del peregrino, hablaron a éste elogiosamente
de don Augusto Quintana, encomiándole a que le visitara a su llegada a
Astorga.
—No
deje de ir a ver a don Augusto; ya verá qué bien le acoge. Es una gran persona
y, además, un enamorado de los temas jacobeos.
Y
así lo hizo el peregrino, siempre cumplidor y obediente, apenas establecido el
contacto necesario con la bella capital de la maragatería.
—Por
favor, supongo que usted conoce a don Augusto Quintana, ¿dónde podría
encontrarle?
—Pues,
no tengo ni idea, ¡cualquiera sabe! Vaya usted a su casa.
El
dueño del café Imperial es hombre fuerte, joven aún, de maneras bruscas que
desconciertan.
—Se
lo pregunto porque soy forastero y, naturalmente, ignoro el domicilio de ese
señor y el de cualquier otro astorgano.
—Ah,
pues, mire... No crea que yo sé mucho más, ¿sabe? Yo estoy a mi negocio y... Si
tuviera que enterarme de dónde está cada persona a cada momento, ¡aviao iba!
El
peregrino no es tan inexperto como para creer en la posibilidad de
entendimiento entre dos personas, cuando una de ellas no quiere; por eso,
abandona su inicial propósito y se decide a continuar
la investigación por derroteros más propicios.
—¿Qué
debo?
—Nada,
la casa invita.
(¡Hombre,
ni lo uno ni lo otro! Vamos a ser más comedidos.) Se nota que el dueño del café
Imperial es algo extremado. Sin embargo, no permite que el peregrino abone la
cuenta y, por añadidura, le facilita cuantos detalles puede.
—Me
parece que a don Augusto Quintana le encontrará ahí enfrente, en la emisora; si
no, un poco más arriba, donde el cine, en Cáritas.
El
café Imperial está en una plaza grande y amplia, la de Santocildes, en cuyo
centro se levanta el monumento de los Sitios, con el león rugiente y poderoso
aplastando al águila vencida. El café Imperial está todo adornado de motivos
taurinos.
—Este
es un bar de mucho cartel —comenta el dueño, jocosamente.
En
la misma plaza hay varios cafés más: el Central, que es enorme; el Regio, muy moderno... Otra plaza más atrás, con soportales, pegada a la de Santocildes, donde
está el ayuntamiento. En la fachada de este edificio, a ambos lados del reloj,
los dos maragatos de tamaño natural —los populares Colasa y Perico— que dan las
horas descargando sus mazas sobre el bronce sonoro. Debajo, unas esquilas para
contar los cuartos. Circula por la comarca, a propósito de este lance y de la
avaricia de las gentes de la tierra, el siguiente dicho: «Los maragatos dan las
horas, pero no dan los cuartos.»
—A
don Augusto Quintana es posible que le encuentre a esta hora en el Seminario.
Lo
cierto es que los maragatos fueron reconocidos siempre por su proverbial
honradez (no exenta de cabezonería, desde luego, que a una cualidad acompaña la
«otra») y, por ello, su principal trabajo ha sido, desde hace luengos años, el
acarreo de mercancías y valores con la total seguridad de la llegada a su
destino.
—No,
don Augusto Quintana no viene aquí por las tardes; sólo por las mañanas. ¿Ha
preguntado en su casa?
Después
de recorrer emisora, oficina de Cáritas, Seminario, domicilio particular y
Palacio Episcopal, el peregrino estaba anonadado y sin saber a dónde recurrir.
En esto, atisbo de lejos la oscura silueta de un sacerdote y hacia él se fue
sin más dudas.
—Perdone,
padre. Usted, por casualidad, ¿no será don Augusto Quintana?
—Pues,
no, hijo; no lo soy. ¡Ni por casualidad! ¿Hace mucho que le busca?
—Un
buen rato y por todas partes. Por favor, no me diga otro Sitio más donde pueda
hallarle.
—No,
hijo, donde yo le voy a decir no es fácil ir buscarle. Seguramente habrá salido
fuera, a León o a cualquier otro lugar cercano, y no regresará hasta la noche.
El tiene mucho trabajo,como usted mismo ha comprobado.
![[Img #6678]](upload/img/periodico/img_6678.jpg)
Astorga,
ciudad privilegiada, favorita de Roma, calificada por Plinio como magnífica,
designada 'Augusta' en la jerga imperial, por cuya calzada rodó el oro de las
provincias, rumbo a la Ciudad Eterna —como un anticipo de la posterior ocupación
de los maragatos— fue centro de vastas propiedades que abarcaban gran parte de
España y favorecida con honores y riquezas que la hicieron potente. Con el
transcurso de los siglos, su anterior pujanza se vio resquebrajada por la
inundación guerrera que la castigó con fiera Saña. Invasiones bárbaras,
correrías musulmanas, luchas fratricidas, ataques napoleónicos, asolaron una y
otra vez la bella ciudad, y aún las viejas murallas muestran en su descarnadura
las huellas brutales de tan violentos y despiadados ímpetus.
El
peregrino andante, a la caída de la tarde, dio un largo paseo por la ciudad. La
Catedral y el Palacio Episcopal se yerguen juntos, al norte de una extensa
plazoleta que conmemora a los Caídos. Nubes de grajos oscurecen el azul decadente
del cielo y revolotean en torno a las torres majestuosas. No lejos, el muro de
las Emparedadas, por cuya ventana, labrada en piedra, parece que va a surgir
de un momento a otro el rostro desencajado de una mujer, cuyas manos se crispen
sobre los fríos barrotes, cuyas voces resuenen
como aullidos bestiales, cuyos ojos expresen la doliente ignominia de la
humanidad. Y un letrero terrible, inmisericorde, profético: «Acuérdate de mi
condición, porque así será la tuya. A mí ayer, a ti hoy.»
El
paseo de la muralla recorre parte de ésta y remata en un florido mirador que se
asienta sobre vestigios romanos: la torre de Cornelio, el alcantarillado, la
sinagoga...
—Debe
ser muy tarde, ¿verdad?
El
viejo y el niño juegan con la tierra. El niño la amontona en un cubo, apalea la
superficie y la vuelca como un flan sobre la rodilla del viejo.
—Acaban
de dar las siete hace poco.
El
viejo ríe ante las travesuras del niño. El niño ríe también. Los dos son
felices.
—Tendremos
que marcharnos en seguida. Sus padres se enfadan si lo llevo tarde.
Pero
el viejo y el niño se quedan un poquito más. Cada tarde, salen a dar una vuelta
por los alrededores de la ciudad; juegan, ríen, hablan de sus cosas; y siempre
retardan el momento de la partida. Aunque, luego, el viejo se gane una regañina
y finja, con los ojos bajos, estar apesadumbrado.
![[Img #6682]](upload/img/periodico/img_6682.jpg)
—Nos
divertimos tanto los dos juntos...
Estirar
los minutos felices, como si fueran de goma, es propia condición de los
humanos. Lástima que, en ocasiones, la goma se rompa de tanto forzarla y
fustigue duramente el rostro o las manos de quien la empuña.
—‘El
peor día nos prohíben estas salidas.
El
viejo le cuenta al peregrino que vive en Astorga, con los hijos y el nieto,
pero que es natural de Villandangos, ese pueblo santiaguista cercano a
Hospital de Órbigo, el nombrado 'Villata' por los romanos que guarda una
imagen ecuestre del Apóstol en el altar mayor de su parroquia.
—¿Ha
pasado usted por el Santuario de la Virgen del Camino? Pues, muy cerca, donde
ahora está el aeródromo, he trabajado yo muchos años. Toda una vida pegado a
la tierra -al viejo se le pone la expresión nostálgica, mientras el niño, por
rara coincidencia, le vierte encima el contenido del cubo-. ¡Cuántas veces he
hundido yo estas manos en su vientre fecundo para arrancarla los frutos! Con
razón decía un paisano mío que los labradores somos los parteros de la tierra.
Hay
un silencio largo. Anochece y la voz del viejo se toma más grave.
—Ahora
vuelan los aviones por donde antaño lo hicieron las piedras. Cuando la Virgen
se le apareció al pastor, le pidió prestada su honda y lanzó la piedra a gran
distancia, para señalar el sitio en que habían de construir la iglesia.
—
¡Abuelito, cuenta lo del moro! —el niño ha dejado de jugar y se apoya contra el
viejo.
—Ah,
pícaro, cuánto te gusta oír esa historia. Y no será porque no la he repetido
miles de veces —sin embargo, se ve que al viejo le satisface relatarla de
nuevo—. La Virgen del Camino redimió a un cristiano, cautivo en Argel, al que
habían encerrado dentro de un cofre para que no pudiera escapar. Los moros lo
amarraron con cadenas y uno de ellos se aposentó encima de la tapa que cubría
al caballero cristiano. Pero la Virgen del Camino se llevó el cofre en
volandas, con el caballero dentro y el moro encima y lo trajo a España, donde
el cristiano fue liberado y el moro convertido a nuestra religión.
El
peregrino andante halló a don Augusto Quintana al final de la tarde,
conviniendo en que se verían a la mañana siguiente en el Palacio Episcopal.
—Le
mostraré el Museo de los Caminos, que lo tenemos allí instalado, y podrá
admirar una prueba más del portentoso genio creador de Gaudí.
Don
Augusto Quintana es uno de los hombres más documentados que se encuentran a lo
largo de la ruta. Pocos como él para conocer a fondo cuantas circunstancias
históricas, artísticas o de cualquier otra índole, se relacionan con el Camino
de Santiago. Sacerdote joven, vigoroso, sencillo de trato, parco en palabras,
causó en el peregrino inmejorable impresión.
—Astorga
es uno de los puntos clásicos del Camino
de Santiago y la página más gloriosa de
su dilatada historia la marca el gran número de sus hospitales de la Edad
Media. Tan sólo Burgos, con la diferencia de una de estas instituciones a su
favor, la aventaja. Veinticinco hubo en la capital castellana y veinticuatro en
Astorga, lo que quiere decir que en todas las calles había uno de ellos y
que los peregrinos eran atendidos con auténtico espíritu de solidaridad y
desinterés encomiable.
Solucionado
favorablemente el inmediato alojamiento del peregrino, dirigióse éste al café
Imperial, en el mismo instante en que los sonoros cielos descargaban una
fortísima tormenta de agua y luz, que, cual doméstica eficiente y cumplidora,
barría y fregaba a conciencia hasta sacarle brillo a la ciudad.
—
¡Hola, amigo, buenas noches! —al dueño le alegra la presencia del peregrino—.
En buen momento viene, ¿eh? Ya estaba yo pensando: ¿qué hará este hombre por
ahí con semejante temporal? —volviéndose hacia unos parroquianos—. Este es el
muchacho del que os hablaba antes. Ahí le tenéis: un tío bragao; que para
echarse en esta época a las carreteras hay que tener un par de narices.
—Y
más valor que el Guerra —comenta uno.
—Eso
es peor que plantarse delante de un miura —dice otro.
En
seguida se nota que los parroquianos disfrutan
aludiendo a las aficiones taurómacas del dueño y gustan de embromarle con
frecuencia a costa de las tales.
—¿Quiere
usted una taza de caldo de lacón? Pruébela y verá cosa buena. Es especialidad
de la casa.
Los
pueblos precedentes a Astorga en el itinerario jacobeo, a partir de Hospital
de Órbigo, son: Villarés de Órbigo, con parroquia dedicada a Santiago; Calzada,
que no es más de lo que su nombre indica; y San Justo de la Vega, próximo a la
famosa fuente de Santiago, la que, generosa con los peregrinos sedientos, brotó
bajo los cascos del corcel del Apóstol.
El
peregrino durmió esa noche en Astorga, no a pierna suelta —que sería expresión
poco gráfica y convincente— sino a cuerpo desmembrado : un brazo por aquí,
otro por allá, un pie en un extremo de la cama, el opuesto haciendo compás...
—Le
he puesto unas mantecadas para desayunar; ya verá qué ricas son.
![[Img #6673]](upload/img/periodico/img_6673.jpg)
Astorga
no ha perdido su carácter medieval; ni en el aspecto urbano, ni en el trato de
sus gentes. Después de tantos años de estar consagrada al cuidado de los
peregrinos, de alentar exclusivamente para el cultivo y la propagación del
romeraje, no es extraño que las reminiscencias hospitalarias de hoy sean
límpidas aguas de un manantial inagotable.
—¿Usted
es Emilio? -
—Sí,
señor. Ya me avisó esta mañana don Augusto de que vendría usted. Venga conmigo
y le enseñaré la Catedral.
La
Catedral de Astorga comenzó a edificarse en el año 1471 y fue concluida a
mediados del siglo XVIII. Armoniza, por tanto, la diversidad de estilos que
predominaron en las diferentes épocas, desde el gótico florido del ábside,
hasta el barroco recargado de la fachada delantera, sin omitir el período
renacentista del que es muestra la fachada posterior. Su principal puerta de
entrada es riquísima en alegorías, entre las que resalta la de Cristo azotando
a los mercaderes, notable por la expresión de enfado del Señor —su ceño
fruncido— tan bien lograda. Profusión de adornos en los capiteles.
Emilio
conduce al peregrino a las salas del Museo y del Tesoro. Emilio es el guía de
la Catedral y el depositario de confianzas de la superior jerarquía. Tiene el
rostro afilado, vivos los ojos, acusados los pómulos, la nariz judaica. El
mismo dice que es «un producto típico de la tierra».
Admira
el peregrino un Calvario del siglo XI, delicioso en su rusticidad, otro de
marfil, un cofre de Alfonso III el Magno, distintas vírgenes románicas,
vestiduras de terciopelo...
—-El
retablo del altar mayor es renacentista, de Gaspar Becerra, y fue decorado por
otros dos Gaspares:
el de Hoyos y el de Palencia. La sillería del coro de Nicolás y Juan de
Colonia, Roberto de Montmorency, Pedro del Camino...
En
un arcón están pintados los doce apóstoles, con Santiago y San Pedro en el
centro, y uno de los cuadros representa el traslado de los restos del «Hijo del
Trueno» a los dominios de la reina Lupa.
—En
la Catedral hay cinco imágenes de Santiago Peregrino: en la entrada, en el
altar mayor, en otro adyacente, en una vidriera...
Antonio
Gaudí, el genial arquitecto catalán, vivió unos años en Astorga. Eran los últimos
del siglo XIX, cuando el obispo don Juan Bautista Grau ideó levantar un palacio
suntuoso que albergara su magnificencia. Gaudí trabajó con entusiasmo en tal
proyecto y de su inspiración, fantástica y caprichosa, brotó, como cascada de
espuma, la blancura suave y sorprendente de tan bello edificio. No obstante, la
muerte prematura del obispo Grau truncó la obra, que permaneció abandonada
durante muchos años, hasta que, en 1913, Ricardo Guereta la terminó.
—Por
favor, deseo ver a don Augusto Quintana.
El
peregrino ha llegado a las puertas del palacio. Tres ángeles, enhiestos sobre
sus pedestales, custodian el jardín.
En
el interior del Palacio Episcopal ha sido instalado
el Museo de los Caminos. Su director, don Augusto Quintana, le dice al
peregrino:
—La
idea inicial del Museo es la de recoger todo aquello que pueda relacionarse con
el constante caminar del hombre por los senderos del mundo, para ofrecerlo a
la contemplación de los visitantes, concretándolo en tres épocas importantes
de Astorga: la romana, la medieval de los peregrinos compostelanos y la moderna
de los arrieros maragatos.
El
Museo de los Caminos se halla todavía en iniciación, porque una empresa de
tamaña envergadura no es posible ejecutarla en breve plazo. Hasta ahora, desde
el año 1963 en que fue previsto, consta de varias salas con fotografías, mapas,
imágenes, maquetas y extensa documentación.
-Poco a poco iremos ampliando.
El Palacio consta de cuatro plantas. En la segunda,
cuatro estancias magníficas, singularmente concebidas y con luz distinta. Son:
el salón del trono, el comedor de gala, el despacho oficial y la capilla.
Un
monumento antiquísimo, digno de ver en Astorga, es la 'Ergástula'. El peregrino
tuvo que ir a la tienda de relojes de don Obdulio, sita a la vera del
ayuntamiento y solicitar el correspondiente permiso para pasar por la
trastienda. Es un túnel sombrío, hecho de argamasa —cuya dureza equivale ya a
la del acero— donde los romanos
encerraban a sus prisioneros. Contemplarla hoy, tal como ocurre con la celda
de las Emparedadas, sobrecoge y evoca las más siniestras crueldades y los más
feroces tormentos.
El Museo Diocesano —anexo a la Catedral—, la
parroquia de Santa Marta, la capilla de San Esteban, el convento de San
Francisco, la iglesia de San Bartolomé, el santuario de Fátima, el monumento a
la Inmaculada, el hospital de San Juan, son joyas arquitectónicas y
ornamentales, portadoras de estilos diversos, honra de la ciudad y de sus
hombres, que testifican la importancia de Astorga en el Camino de Santiago y
la definen como feliz preliminar de la arribada a Compostela.
Pacho y Marcos, los dos amigos leoneses del peregrino, hablaron a éste elogiosamente de don Augusto Quintana, encomiándole a que le visitara a su llegada a Astorga.
—No deje de ir a ver a don Augusto; ya verá qué bien le acoge. Es una gran persona y, además, un enamorado de los temas jacobeos.
Y así lo hizo el peregrino, siempre cumplidor y obediente, apenas establecido el contacto necesario con la bella capital de la maragatería.
—Por favor, supongo que usted conoce a don Augusto Quintana, ¿dónde podría encontrarle?
—Pues, no tengo ni idea, ¡cualquiera sabe! Vaya usted a su casa.
El dueño del café Imperial es hombre fuerte, joven aún, de maneras bruscas que desconciertan.
—Se lo pregunto porque soy forastero y, naturalmente, ignoro el domicilio de ese señor y el de cualquier otro astorgano.
—Ah, pues, mire... No crea que yo sé mucho más, ¿sabe? Yo estoy a mi negocio y... Si tuviera que enterarme de dónde está cada persona a cada momento, ¡aviao iba!
El peregrino no es tan inexperto como para creer en la posibilidad de entendimiento entre dos personas, cuando una de ellas no quiere; por eso, abandona su inicial propósito y se decide a continuar la investigación por derroteros más propicios.
—¿Qué debo?
—Nada, la casa invita.
(¡Hombre, ni lo uno ni lo otro! Vamos a ser más comedidos.) Se nota que el dueño del café Imperial es algo extremado. Sin embargo, no permite que el peregrino abone la cuenta y, por añadidura, le facilita cuantos detalles puede.
—Me parece que a don Augusto Quintana le encontrará ahí enfrente, en la emisora; si no, un poco más arriba, donde el cine, en Cáritas.
El café Imperial está en una plaza grande y amplia, la de Santocildes, en cuyo centro se levanta el monumento de los Sitios, con el león rugiente y poderoso aplastando al águila vencida. El café Imperial está todo adornado de motivos taurinos.
—Este es un bar de mucho cartel —comenta el dueño, jocosamente.
En la misma plaza hay varios cafés más: el Central, que es enorme; el Regio, muy moderno... Otra plaza más atrás, con soportales, pegada a la de Santocildes, donde está el ayuntamiento. En la fachada de este edificio, a ambos lados del reloj, los dos maragatos de tamaño natural —los populares Colasa y Perico— que dan las horas descargando sus mazas sobre el bronce sonoro. Debajo, unas esquilas para contar los cuartos. Circula por la comarca, a propósito de este lance y de la avaricia de las gentes de la tierra, el siguiente dicho: «Los maragatos dan las horas, pero no dan los cuartos.»
—A don Augusto Quintana es posible que le encuentre a esta hora en el Seminario.
Lo cierto es que los maragatos fueron reconocidos siempre por su proverbial honradez (no exenta de cabezonería, desde luego, que a una cualidad acompaña la «otra») y, por ello, su principal trabajo ha sido, desde hace luengos años, el acarreo de mercancías y valores con la total seguridad de la llegada a su destino.
—No, don Augusto Quintana no viene aquí por las tardes; sólo por las mañanas. ¿Ha preguntado en su casa?
Después de recorrer emisora, oficina de Cáritas, Seminario, domicilio particular y Palacio Episcopal, el peregrino estaba anonadado y sin saber a dónde recurrir. En esto, atisbo de lejos la oscura silueta de un sacerdote y hacia él se fue sin más dudas.
—Perdone, padre. Usted, por casualidad, ¿no será don Augusto Quintana?
—Pues, no, hijo; no lo soy. ¡Ni por casualidad! ¿Hace mucho que le busca?
—Un buen rato y por todas partes. Por favor, no me diga otro Sitio más donde pueda hallarle.
—No, hijo, donde yo le voy a decir no es fácil ir buscarle. Seguramente habrá salido fuera, a León o a cualquier otro lugar cercano, y no regresará hasta la noche. El tiene mucho trabajo,como usted mismo ha comprobado.
Astorga, ciudad privilegiada, favorita de Roma, calificada por Plinio como magnífica, designada 'Augusta' en la jerga imperial, por cuya calzada rodó el oro de las provincias, rumbo a la Ciudad Eterna —como un anticipo de la posterior ocupación de los maragatos— fue centro de vastas propiedades que abarcaban gran parte de España y favorecida con honores y riquezas que la hicieron potente. Con el transcurso de los siglos, su anterior pujanza se vio resquebrajada por la inundación guerrera que la castigó con fiera Saña. Invasiones bárbaras, correrías musulmanas, luchas fratricidas, ataques napoleónicos, asolaron una y otra vez la bella ciudad, y aún las viejas murallas muestran en su descarnadura las huellas brutales de tan violentos y despiadados ímpetus.
El peregrino andante, a la caída de la tarde, dio un largo paseo por la ciudad. La Catedral y el Palacio Episcopal se yerguen juntos, al norte de una extensa plazoleta que conmemora a los Caídos. Nubes de grajos oscurecen el azul decadente del cielo y revolotean en torno a las torres majestuosas. No lejos, el muro de las Emparedadas, por cuya ventana, labrada en piedra, parece que va a surgir de un momento a otro el rostro desencajado de una mujer, cuyas manos se crispen sobre los fríos barrotes, cuyas voces resuenen como aullidos bestiales, cuyos ojos expresen la doliente ignominia de la humanidad. Y un letrero terrible, inmisericorde, profético: «Acuérdate de mi condición, porque así será la tuya. A mí ayer, a ti hoy.»
El paseo de la muralla recorre parte de ésta y remata en un florido mirador que se asienta sobre vestigios romanos: la torre de Cornelio, el alcantarillado, la sinagoga...
—Debe ser muy tarde, ¿verdad?
El viejo y el niño juegan con la tierra. El niño la amontona en un cubo, apalea la superficie y la vuelca como un flan sobre la rodilla del viejo.
—Acaban de dar las siete hace poco.
El viejo ríe ante las travesuras del niño. El niño ríe también. Los dos son felices.
—Tendremos que marcharnos en seguida. Sus padres se enfadan si lo llevo tarde.
Pero el viejo y el niño se quedan un poquito más. Cada tarde, salen a dar una vuelta por los alrededores de la ciudad; juegan, ríen, hablan de sus cosas; y siempre retardan el momento de la partida. Aunque, luego, el viejo se gane una regañina y finja, con los ojos bajos, estar apesadumbrado.
—Nos divertimos tanto los dos juntos...
Estirar los minutos felices, como si fueran de goma, es propia condición de los humanos. Lástima que, en ocasiones, la goma se rompa de tanto forzarla y fustigue duramente el rostro o las manos de quien la empuña.
—‘El peor día nos prohíben estas salidas.
El viejo le cuenta al peregrino que vive en Astorga, con los hijos y el nieto, pero que es natural de Villandangos, ese pueblo santiaguista cercano a Hospital de Órbigo, el nombrado 'Villata' por los romanos que guarda una imagen ecuestre del Apóstol en el altar mayor de su parroquia.
—¿Ha pasado usted por el Santuario de la Virgen del Camino? Pues, muy cerca, donde ahora está el aeródromo, he trabajado yo muchos años. Toda una vida pegado a la tierra -al viejo se le pone la expresión nostálgica, mientras el niño, por rara coincidencia, le vierte encima el contenido del cubo-. ¡Cuántas veces he hundido yo estas manos en su vientre fecundo para arrancarla los frutos! Con razón decía un paisano mío que los labradores somos los parteros de la tierra.
Hay un silencio largo. Anochece y la voz del viejo se toma más grave.
—Ahora vuelan los aviones por donde antaño lo hicieron las piedras. Cuando la Virgen se le apareció al pastor, le pidió prestada su honda y lanzó la piedra a gran distancia, para señalar el sitio en que habían de construir la iglesia.
— ¡Abuelito, cuenta lo del moro! —el niño ha dejado de jugar y se apoya contra el viejo.
—Ah, pícaro, cuánto te gusta oír esa historia. Y no será porque no la he repetido miles de veces —sin embargo, se ve que al viejo le satisface relatarla de nuevo—. La Virgen del Camino redimió a un cristiano, cautivo en Argel, al que habían encerrado dentro de un cofre para que no pudiera escapar. Los moros lo amarraron con cadenas y uno de ellos se aposentó encima de la tapa que cubría al caballero cristiano. Pero la Virgen del Camino se llevó el cofre en volandas, con el caballero dentro y el moro encima y lo trajo a España, donde el cristiano fue liberado y el moro convertido a nuestra religión.
El peregrino andante halló a don Augusto Quintana al final de la tarde, conviniendo en que se verían a la mañana siguiente en el Palacio Episcopal.
—Le mostraré el Museo de los Caminos, que lo tenemos allí instalado, y podrá admirar una prueba más del portentoso genio creador de Gaudí.
Don Augusto Quintana es uno de los hombres más documentados que se encuentran a lo largo de la ruta. Pocos como él para conocer a fondo cuantas circunstancias históricas, artísticas o de cualquier otra índole, se relacionan con el Camino de Santiago. Sacerdote joven, vigoroso, sencillo de trato, parco en palabras, causó en el peregrino inmejorable impresión.
—Astorga es uno de los puntos clásicos del Camino de Santiago y la página más gloriosa de su dilatada historia la marca el gran número de sus hospitales de la Edad Media. Tan sólo Burgos, con la diferencia de una de estas instituciones a su favor, la aventaja. Veinticinco hubo en la capital castellana y veinticuatro en Astorga, lo que quiere decir que en todas las calles había uno de ellos y que los peregrinos eran atendidos con auténtico espíritu de solidaridad y desinterés encomiable.
Solucionado favorablemente el inmediato alojamiento del peregrino, dirigióse éste al café Imperial, en el mismo instante en que los sonoros cielos descargaban una fortísima tormenta de agua y luz, que, cual doméstica eficiente y cumplidora, barría y fregaba a conciencia hasta sacarle brillo a la ciudad.
— ¡Hola, amigo, buenas noches! —al dueño le alegra la presencia del peregrino—. En buen momento viene, ¿eh? Ya estaba yo pensando: ¿qué hará este hombre por ahí con semejante temporal? —volviéndose hacia unos parroquianos—. Este es el muchacho del que os hablaba antes. Ahí le tenéis: un tío bragao; que para echarse en esta época a las carreteras hay que tener un par de narices.
—Y más valor que el Guerra —comenta uno.
—Eso es peor que plantarse delante de un miura —dice otro.
En seguida se nota que los parroquianos disfrutan aludiendo a las aficiones taurómacas del dueño y gustan de embromarle con frecuencia a costa de las tales.
—¿Quiere usted una taza de caldo de lacón? Pruébela y verá cosa buena. Es especialidad de la casa.
Los pueblos precedentes a Astorga en el itinerario jacobeo, a partir de Hospital de Órbigo, son: Villarés de Órbigo, con parroquia dedicada a Santiago; Calzada, que no es más de lo que su nombre indica; y San Justo de la Vega, próximo a la famosa fuente de Santiago, la que, generosa con los peregrinos sedientos, brotó bajo los cascos del corcel del Apóstol.
El peregrino durmió esa noche en Astorga, no a pierna suelta —que sería expresión poco gráfica y convincente— sino a cuerpo desmembrado : un brazo por aquí, otro por allá, un pie en un extremo de la cama, el opuesto haciendo compás...
—Le he puesto unas mantecadas para desayunar; ya verá qué ricas son.
Astorga no ha perdido su carácter medieval; ni en el aspecto urbano, ni en el trato de sus gentes. Después de tantos años de estar consagrada al cuidado de los peregrinos, de alentar exclusivamente para el cultivo y la propagación del romeraje, no es extraño que las reminiscencias hospitalarias de hoy sean límpidas aguas de un manantial inagotable.
—¿Usted es Emilio? -
—Sí, señor. Ya me avisó esta mañana don Augusto de que vendría usted. Venga conmigo y le enseñaré la Catedral.
La Catedral de Astorga comenzó a edificarse en el año 1471 y fue concluida a mediados del siglo XVIII. Armoniza, por tanto, la diversidad de estilos que predominaron en las diferentes épocas, desde el gótico florido del ábside, hasta el barroco recargado de la fachada delantera, sin omitir el período renacentista del que es muestra la fachada posterior. Su principal puerta de entrada es riquísima en alegorías, entre las que resalta la de Cristo azotando a los mercaderes, notable por la expresión de enfado del Señor —su ceño fruncido— tan bien lograda. Profusión de adornos en los capiteles.
Emilio conduce al peregrino a las salas del Museo y del Tesoro. Emilio es el guía de la Catedral y el depositario de confianzas de la superior jerarquía. Tiene el rostro afilado, vivos los ojos, acusados los pómulos, la nariz judaica. El mismo dice que es «un producto típico de la tierra».
Admira el peregrino un Calvario del siglo XI, delicioso en su rusticidad, otro de marfil, un cofre de Alfonso III el Magno, distintas vírgenes románicas, vestiduras de terciopelo...
—-El retablo del altar mayor es renacentista, de Gaspar Becerra, y fue decorado por otros dos Gaspares: el de Hoyos y el de Palencia. La sillería del coro de Nicolás y Juan de Colonia, Roberto de Montmorency, Pedro del Camino...
En un arcón están pintados los doce apóstoles, con Santiago y San Pedro en el centro, y uno de los cuadros representa el traslado de los restos del «Hijo del Trueno» a los dominios de la reina Lupa.
—En la Catedral hay cinco imágenes de Santiago Peregrino: en la entrada, en el altar mayor, en otro adyacente, en una vidriera...
Antonio Gaudí, el genial arquitecto catalán, vivió unos años en Astorga. Eran los últimos del siglo XIX, cuando el obispo don Juan Bautista Grau ideó levantar un palacio suntuoso que albergara su magnificencia. Gaudí trabajó con entusiasmo en tal proyecto y de su inspiración, fantástica y caprichosa, brotó, como cascada de espuma, la blancura suave y sorprendente de tan bello edificio. No obstante, la muerte prematura del obispo Grau truncó la obra, que permaneció abandonada durante muchos años, hasta que, en 1913, Ricardo Guereta la terminó.
—Por favor, deseo ver a don Augusto Quintana.
El peregrino ha llegado a las puertas del palacio. Tres ángeles, enhiestos sobre sus pedestales, custodian el jardín.
En el interior del Palacio Episcopal ha sido instalado el Museo de los Caminos. Su director, don Augusto Quintana, le dice al peregrino:
—La idea inicial del Museo es la de recoger todo aquello que pueda relacionarse con el constante caminar del hombre por los senderos del mundo, para ofrecerlo a la contemplación de los visitantes, concretándolo en tres épocas importantes de Astorga: la romana, la medieval de los peregrinos compostelanos y la moderna de los arrieros maragatos.
El Museo de los Caminos se halla todavía en iniciación, porque una empresa de tamaña envergadura no es posible ejecutarla en breve plazo. Hasta ahora, desde el año 1963 en que fue previsto, consta de varias salas con fotografías, mapas, imágenes, maquetas y extensa documentación.
-Poco a poco iremos ampliando.
El Palacio consta de cuatro plantas. En la segunda, cuatro estancias magníficas, singularmente concebidas y con luz distinta. Son: el salón del trono, el comedor de gala, el despacho oficial y la capilla.
Un monumento antiquísimo, digno de ver en Astorga, es la 'Ergástula'. El peregrino tuvo que ir a la tienda de relojes de don Obdulio, sita a la vera del ayuntamiento y solicitar el correspondiente permiso para pasar por la trastienda. Es un túnel sombrío, hecho de argamasa —cuya dureza equivale ya a la del acero— donde los romanos encerraban a sus prisioneros. Contemplarla hoy, tal como ocurre con la celda de las Emparedadas, sobrecoge y evoca las más siniestras crueldades y los más feroces tormentos.
El Museo Diocesano —anexo a la Catedral—, la parroquia de Santa Marta, la capilla de San Esteban, el convento de San Francisco, la iglesia de San Bartolomé, el santuario de Fátima, el monumento a la Inmaculada, el hospital de San Juan, son joyas arquitectónicas y ornamentales, portadoras de estilos diversos, honra de la ciudad y de sus hombres, que testifican la importancia de Astorga en el Camino de Santiago y la definen como feliz preliminar de la arribada a Compostela.