Rendidos sin luchar
![[Img #63498]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2023/661_6-tiempo-de-setas-copia.jpg)
Me exaspera la resignación de la gente. Acepta la rendición ante los poderosos sin, siquiera, amagar. Solo acierta a argüir el derrotismo anticipado de para lo que va a servir. Y esos potentados se frotan las manos oyendo la frase y viendo la entrega de las armas sin mella de combate. Es la capitulación más vil. Es la victoria, sin sudarla, del adversario. Ambas, cargadas de indignidad. Las nuevas tecnologías han colonizado los cerebros de los de arriba para conquistar y las seseras de los de abajo para ser ganado maleable.
En nuestra condición de ciudadanos se guardan múltiples facetas. Una de ellas, la más relevante en tiempos mercantiles, la de consumidor o cliente. Hubo tiempos, no de Maricastaña, que nos sentimos poderosos con ese título. Era una geografía de la libertad de elegir. Si no me gusta lo que me vendes, me voy a la competencia, y a otra cosa, mariposa. Aquella configuración de relaciones comerciales labró el eslogan universal el cliente siempre tiene razón. Exagerado a todas luces por la inclusión del adverbio. Pero en clave comercial, impactante, porque la satisfacción y fidelidad del cliente eran el gran trofeo.
Esto arranca en un sucedido de hace días. Me notifican en la red el aviso del recibo mensual de los grandes almacenes de logotipos triangulares, en otro tiempo, ejemplo de eficacia y servicio a esa concreción, cada vez más entelequia, de cliente. Entro en la web de la firma y aquello es un galimatías de no te menees. Primero, dar con el susodicho recibo, e imposible del todo, para cotejar su desglose. Rendido, eso sí, después de luchar lo mío, llamo al departamento de atención al cliente. Ja, Ja, ¿lo imaginan? Me contesta una máquina que dice llamarse Clara. Lo tomo con jocosidad. Replico que no quiero hablar con robots. Vuelve a la carga y anuncia que me pondrá con un agente. Una mierda, a los pocos segundos, vuelve Clara con su voz cínica y metálica a confirmarme lo esperado: que no hay agente disponible, que ella sigue para ayudarme. Imaginen adónde la mando. En la página de internet donde opero, me fijo en cientos de quejas de clientes. Los gestores, por lo que se ve, ni caso. De lo contrario, algo habría cambiado, digo yo. Para ese trámite, casi una hora. No hace un año recibía por correo ordinario el recibo, perfectamente desglosado, una operación de lectura de pocos segundos, y tan feliz.
La promesa quimérica de la máquina o de la inteligencia artificial como fábrica de tiempo libre para los mortales es tan creíble como la palabra de un político. Resulta que el papel o el bolígrafo, cuando tan a menudo se caen los sistemas informáticos en la banca, en los hospitales…., sigue siendo el plan B que no falla. El peor crédulo es el que se deja engañar con las patrañas de los mandamases.
De esta indefensión del ciudadano somos responsables. Es bueno hacer autocrítica. Nos despierta del ensueño. Hemos contribuido a socavar organizaciones sociales cuyo objeto era cuidar la retaguardia de los derechos ciudadanos. No han sido perfectas. Incluso han caído en los excesos de esos poderosos con salvoconducto de impunidad. Pero, desde su laminación, ¿estamos mejor? Respuesta taxativa. De ninguna manera. Quiénes están mejor, sin duda, son los magnates que han logrado sin despeinarse, impulsados en nuestro cobarde silencio, los objetivos de llenarse los bolsillos. Los trabajadores, la gran masa ciudadana, han perdido derechos. Se acoplan a sueldos y jornadas de tiempos de capitalismo salvaje. Los clientes, a pasar el aro sin rechistar, por las condiciones impuestas a la brava en los caprichos de redondear cuentas de resultados con la ingeniería financiera (¡¡toma eufemismo!!) de despedir empleados y/o cerrar fábricas.
Tenemos que recuperar esas organizaciones de trabajadores y consumidores como la fuerza de choque social contra los abusos de estas grandes corporaciones. Este mundo ya no se mueve en el maniqueísmo capital-trabajo. Está infinitamente más intercomunicado con actividades y negocios de reciente creación. Ciudadanos, sinónimo de consumidores, es concepto que rebasa, a derecha e izquierda, las estrecheces del viejo mundo laboral. Captemos el mensaje. En la soledad del individuo siempre ganarán ellos al modo de paseo militar, como está sucediendo. Pero si se hace bien, recuperando la conciencia colectiva, hay partido. Lo demostró un octogenario contra la reducción de servicios de la banca.
Concedámonos un sueño. Una gran movilización ciudadana y cívica. Utopía ahora, pero ¿quién sabe?.... la vida da vueltas si nos lo proponemos. Varios días sin comprar. Llenemos las sucursales bancarias de clientes con la advertencia de sacar nuestros ahorros si sigue el actual estado de cosas. Que sientan, porque parece lo han olvidado, que la figura del cliente es la razón principal de su negocio. Somos fuertes, imparables si ejercemos como colectivo, pero atenaza el miedo a su poder, exhibido sin pudor. Son nuestros derechos. No nos regalan nada. Compramos con nuestro dinero y ellos hacen negocio con él. Que sientan el ahogo de ver infartado el corazón que bombea la sangre de su sistema: el consumo y los consumidores.
Ya está bien de apologetizar las empresas como si fueran cerebro y pulmón único de la economía y de las comunidades. Que se vean sin el concurso de la fuerza laboral. Que se vean sin el apoyo del comprador satisfecho y mimado. Serían reducidas a gigantes con pies de barro. Esa soberbia que practican hoy enarbolando las nuevas tecnologías como hecho irreversible de su poder, es la demostración escondida de su vulnerabilidad. Gritan para meter miedo. La historia hace de profesor. ¿Dónde estuvieron en el crac de 1929 o en la pandemia de casi un siglo después? Sobreviviendo a base del dinero de todos.
Me exaspera la resignación de la gente. Acepta la rendición ante los poderosos sin, siquiera, amagar. Solo acierta a argüir el derrotismo anticipado de para lo que va a servir. Y esos potentados se frotan las manos oyendo la frase y viendo la entrega de las armas sin mella de combate. Es la capitulación más vil. Es la victoria, sin sudarla, del adversario. Ambas, cargadas de indignidad. Las nuevas tecnologías han colonizado los cerebros de los de arriba para conquistar y las seseras de los de abajo para ser ganado maleable.
En nuestra condición de ciudadanos se guardan múltiples facetas. Una de ellas, la más relevante en tiempos mercantiles, la de consumidor o cliente. Hubo tiempos, no de Maricastaña, que nos sentimos poderosos con ese título. Era una geografía de la libertad de elegir. Si no me gusta lo que me vendes, me voy a la competencia, y a otra cosa, mariposa. Aquella configuración de relaciones comerciales labró el eslogan universal el cliente siempre tiene razón. Exagerado a todas luces por la inclusión del adverbio. Pero en clave comercial, impactante, porque la satisfacción y fidelidad del cliente eran el gran trofeo.
Esto arranca en un sucedido de hace días. Me notifican en la red el aviso del recibo mensual de los grandes almacenes de logotipos triangulares, en otro tiempo, ejemplo de eficacia y servicio a esa concreción, cada vez más entelequia, de cliente. Entro en la web de la firma y aquello es un galimatías de no te menees. Primero, dar con el susodicho recibo, e imposible del todo, para cotejar su desglose. Rendido, eso sí, después de luchar lo mío, llamo al departamento de atención al cliente. Ja, Ja, ¿lo imaginan? Me contesta una máquina que dice llamarse Clara. Lo tomo con jocosidad. Replico que no quiero hablar con robots. Vuelve a la carga y anuncia que me pondrá con un agente. Una mierda, a los pocos segundos, vuelve Clara con su voz cínica y metálica a confirmarme lo esperado: que no hay agente disponible, que ella sigue para ayudarme. Imaginen adónde la mando. En la página de internet donde opero, me fijo en cientos de quejas de clientes. Los gestores, por lo que se ve, ni caso. De lo contrario, algo habría cambiado, digo yo. Para ese trámite, casi una hora. No hace un año recibía por correo ordinario el recibo, perfectamente desglosado, una operación de lectura de pocos segundos, y tan feliz.
La promesa quimérica de la máquina o de la inteligencia artificial como fábrica de tiempo libre para los mortales es tan creíble como la palabra de un político. Resulta que el papel o el bolígrafo, cuando tan a menudo se caen los sistemas informáticos en la banca, en los hospitales…., sigue siendo el plan B que no falla. El peor crédulo es el que se deja engañar con las patrañas de los mandamases.
De esta indefensión del ciudadano somos responsables. Es bueno hacer autocrítica. Nos despierta del ensueño. Hemos contribuido a socavar organizaciones sociales cuyo objeto era cuidar la retaguardia de los derechos ciudadanos. No han sido perfectas. Incluso han caído en los excesos de esos poderosos con salvoconducto de impunidad. Pero, desde su laminación, ¿estamos mejor? Respuesta taxativa. De ninguna manera. Quiénes están mejor, sin duda, son los magnates que han logrado sin despeinarse, impulsados en nuestro cobarde silencio, los objetivos de llenarse los bolsillos. Los trabajadores, la gran masa ciudadana, han perdido derechos. Se acoplan a sueldos y jornadas de tiempos de capitalismo salvaje. Los clientes, a pasar el aro sin rechistar, por las condiciones impuestas a la brava en los caprichos de redondear cuentas de resultados con la ingeniería financiera (¡¡toma eufemismo!!) de despedir empleados y/o cerrar fábricas.
Tenemos que recuperar esas organizaciones de trabajadores y consumidores como la fuerza de choque social contra los abusos de estas grandes corporaciones. Este mundo ya no se mueve en el maniqueísmo capital-trabajo. Está infinitamente más intercomunicado con actividades y negocios de reciente creación. Ciudadanos, sinónimo de consumidores, es concepto que rebasa, a derecha e izquierda, las estrecheces del viejo mundo laboral. Captemos el mensaje. En la soledad del individuo siempre ganarán ellos al modo de paseo militar, como está sucediendo. Pero si se hace bien, recuperando la conciencia colectiva, hay partido. Lo demostró un octogenario contra la reducción de servicios de la banca.
Concedámonos un sueño. Una gran movilización ciudadana y cívica. Utopía ahora, pero ¿quién sabe?.... la vida da vueltas si nos lo proponemos. Varios días sin comprar. Llenemos las sucursales bancarias de clientes con la advertencia de sacar nuestros ahorros si sigue el actual estado de cosas. Que sientan, porque parece lo han olvidado, que la figura del cliente es la razón principal de su negocio. Somos fuertes, imparables si ejercemos como colectivo, pero atenaza el miedo a su poder, exhibido sin pudor. Son nuestros derechos. No nos regalan nada. Compramos con nuestro dinero y ellos hacen negocio con él. Que sientan el ahogo de ver infartado el corazón que bombea la sangre de su sistema: el consumo y los consumidores.
Ya está bien de apologetizar las empresas como si fueran cerebro y pulmón único de la economía y de las comunidades. Que se vean sin el concurso de la fuerza laboral. Que se vean sin el apoyo del comprador satisfecho y mimado. Serían reducidas a gigantes con pies de barro. Esa soberbia que practican hoy enarbolando las nuevas tecnologías como hecho irreversible de su poder, es la demostración escondida de su vulnerabilidad. Gritan para meter miedo. La historia hace de profesor. ¿Dónde estuvieron en el crac de 1929 o en la pandemia de casi un siglo después? Sobreviviendo a base del dinero de todos.