Nuria Viuda
Sábado, 13 de Mayo de 2023

Ondinas

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Ocurre. Siempre ocurre. No cesa el calvario de la atrocidad. Miles de mujeres al día son apaleadas por sus parejas hasta la extenuación y la muerte. Me pregunto cómo se puede soportar tanto dolor hasta llegar al final. El cuerpo tiene un límite y en ese límite atroz de soportar lo insoportable, se quiebra para siempre jamás. Se rompe como la rama del árbol seco. En un chasquido estremecedor de voluntades anuladas. De desahucios del alma. De identidades fantasma.

 

Las denuncias por maltrato en las comisarías han descendido y, sin embargo, el crimen crece al paso de las horas. Hoy habrá otras víctimas que acrecentarán la lista del sufrimiento. Montañas, paisajes destemplados de silencio y ecos mudos. El fuego del dragón.

 

Mujeres jóvenes, maduras, ancianas y niñas que no encuentran la salida del laberíntico jardín donde se hallan ubicadas. Una cárcel tétrica que las mantiene anuladas en constante batalla con el abismo. Sepultadas en el miedo y la intemperie de cubículos cerrados. No saben decir basta. No saben huir. Les anularon el amor a sí mismas. Han de recorrer un largo camino desde el jardín abandonado hacia la salida del bosque en penumbra, y se pierden cada vez que lo intentan. Siempre es de noche y está muy oscuro. Dar un paso en falso puede llevarlas al cepo preparado para corzos y jabalíes, y ellas son ondinas que no flotan en tierra. Serían sepultadas de inmediato por arenas movedizas y por eso permanecen ovilladas hasta que pasa el peligro. Un día más han salvado el pellejo, pero lo tienen rasgado y débil, a punto de sangrar, ya amoratado.

 

Es difícil sortear la confusión, pedir ayuda a los pájaros que sobrevuelan las copas de los árboles de este bosque inabordable. Cuando una de ellas lo consigue, alza la voz por las demás y se convierte en astro. Da pistas y consejos que las que han quedado atrapadas no pueden escuchar; es imposible que el eco de su voz atraviese el bosque de un empujón aéreo. Deja señales como pulgarcito, pero las migas de pan son alimento invernal para las hormigas y pronto desaparecen del sendero.

 

Emprender el viaje ha de ser asunto propio si la voluntad no se quiebra. Ha de ser al alba, antes de que el buitre despierte de su soporífero gruñido.

 

¡Ahora, niñas, vamos de la mano, unidas en el mismo tiempo de batalla!

 

Todas a una quizá podamos dar el salto definitivo hacia las fuentes prístinas de aguas transparentes del otro lado del bosque, y al fin sumergirnos en un placer termal y sanador que obrará el milagro de calmar nuestra piel violeta; el color del abandono y la amenaza.

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