Catalina Tamayo
Sábado, 13 de Mayo de 2023

En estos nuevos tiempos

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“Cuando renunció a la felicidad comenzó a ser dichoso”

(Fernando Savater)

 

El mundo ya no es lo que era. Hace ya tiempo que no lo es. Las cosas transcurren demasiado rápido. Vuelan. Todos vamos muy deprisa. Nadie se detiene a escuchar el sonido  de los insectos o a contemplar una flor. Una rosa, un lirio. Hemos olvidado cómo huelen las flores. ¿Quién conoce el nombre de las flores? Nadie, o casi nadie. Las flores, los insectos. ¿A quién le importan? ¡Qué pérdida de tiempo! ¿Y el mar? Lo mismo. No hay quién se quede absorto observando el movimiento de las olas. Ya no se siembran palabras en sus espumas. Palabras de amor. Los enamorados… Los enamorados no se sientan en la arena a escuchar la canción del agua. No deshojan margaritas. No pasan horas y horas mirando juntos las estrellas. La luna llena. No se escriben cartas. Eso ya no existe. Es de otra época. Solo está en las viejas canciones y en las películas antiguas. Y acaso también en los libros desconocidos, olvidados, que ya no se leen.

     

Paciencia. Se necesita paciencia, y no la hay, carecemos de ella. No sabemos esperar. Hemos perdido la capacidad de esperar. Esperar para nosotros en estos nuevos tiempos es más que nunca desesperar. Lo queremos todo y lo queremos al instante. Ahora mismo. Venga, deprisa, ya. Lo inmediato y lo rápido se imponen. No hay más que mirar las redes sociales. En TikTok o Instagram se prodigan los vídeos cortos. Unos vídeos que duran solo unos segundos. Un poco más largos y dejaríamos de verlos. No llegaríamos hasta el final. No aguantaríamos.

     

En estas redes también proliferan los jóvenes comunicadores, que en sus propios canales de información cuenta con celeridad y concisión las noticias de la actualidad, esas que previamente han leído en los medios de comunicación tradicionales. Esto ha obligado a los informativos televisivos a buscar narrativas más veloces. Solo así, diciendo las cosas de otra manera, más atractiva, con un estilo más dinámico, logran captar y retener la atención de la audiencia. El rigor y la certeza ya no bastan. Se necesita también, y sobre todo, informar cuanto antes. Informar de algo que en una semana –a veces en solo unos días– ya no nos acordaremos. Sí, porque las noticias se van superponiendo unas a otras a una velocidad de vértigo. Ciertamente, en este nuevo universo de la información todo es muy fugaz. Dura todo tan poco. Es todo tan efímero. Apenas algo ha nacido, ya está muriendo.

     

Pero aún hay más. A menudo se aceleran los podcast y los audios del whatsApp. Muchos –cada vez ya son más– ven las películas o las series en formato rápido. Además, comienza a ser frecuente ver la televisión al mismo tiempo que estamos con el teléfono móvil. Pues cada vez nos cuesta más centrar la atención en una sola cosa y nos ocupamos de varias. Creemos que así somos más productivos, pero es justo lo contrario: al final ninguna de esas cosas la acabamos haciendo bien. Nos ocurre lo mismo con los viajes. En pocos días se pretende visitar mucho. Sin embargo, solo logramos enterarnos a medias y acabar exhaustos. Es una pena, porque habíamos hecho el viaje para descansar y divertirnos.

     

También hay que decir que cuando algo no es inmediato, no nos vale y lo dejamos. Pasamos a otra cosa. Siete minutos –se lee por ahí– es el tiempo que en una conversación nos dedicamos unos a otros para ver si se dice algo que merezca la pena. Si durante ese tiempo no ocurre nada interesante, desconectamos y sacamos –cómo no– el móvil, el socorrido móvil, y nos ponemos a revisar mensajes o a chatear con algún amigo. Todo con tal de no aburrirnos.

     

Ahora ya no es el miedo a la libertad, es el miedo al aburrimiento. El aburrimiento es el nuevo Satán. Un demonio que se pretende exorcizar con las últimas tecnologías de la comunicación y de la información. En este mundo digital, a nadie se le ocurre salir de casa sin el móvil, ir al médico sin el móvil, viajar sin el móvil, perderse en un lugar –una chopera o una vaguada– donde no haya cobertura. Eso no. ¡Qué horror! Sería como ir desnudos. Desarmados, indefensos, derechos a morir. No obstante, aún hay, si bien son pocos, los que olvidan el móvil en casa y se pasan la tarde hablando con su madre, o paseando con su mujer de la mano por el campo, o leyendo un libro, o viendo una película de amor en blanco y negro. Pocos son los que, ajenos a estas nuevas tecnologías, van por la vida sin prisa observando las flores. El vuelo de una mariposa. Los que se quedan ensimismados mirando por la noche las estrellas. Y no están muertos, viven, y de qué manera viven, Dios mío.


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