Teresa Rodríguez Seco
Martes, 30 de Mayo de 2023

Una astorgana en el Festival de Cannes

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Nunca había asistido a un festival de clase A. No obstante, solo bastó con obtener la acreditación de ‘cinephile’ para ponerme manos a la obra y organizar mi visita al festival más prestigioso del mundo, el que tanto había visto en telediarios y redes sociales. Hablo del Festival de Cannes en su 76ª edición.

 

Lo primero que me llamó la atención fueron los variopintos lugares donde las personas vestían sus mejores galas: en el McDonald’s de la ciudad; en las colas para proyecciones que no garantizaban su entrada; haciéndose fotos en cualquier lugar emblemático o reconocible que aumentara su estatus en Instagram; trabajando como staff y, por supuesto, posando en la alfombra roja principal (sí, había muchas).

 

La extensión del festival es considerablemente grande y, por tanto, en un primer acercamiento me resultó laberíntico. Por una parte están las salas de cine, distribuidas dentro y fuera de la ciudad. Después está el ‘Cinéma de la plage’, donde, como su nombre indica, a primera línea de playa se eleva horizontalmente una gran pantalla. A su lado, una lona blanca delimita la zona en la que se sobreimprimen caras reconocibles aquí y en todos los puntos terrestres: Grace Kelly, Al Pacino, Monica Bellucci y un largo etcétera. Allí se proyectan copias restauradas que homenajean hitos del cine, incluyendo Carmen, largometraje imprescindible de una de nuestras estrellas, el recientemente fallecido Carlos Saura.

 

Por otra parte está el Marché du Film, lugar estratégico para la promoción, búsqueda de financiación y venta de proyectos audiovisuales. Este año era especialmente importante para España, pues somos Invitados de Honor y disponemos de un privilegiado espacio.

 

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Este festival se sostiene por el rígido protocolo establecido. No solo es el código de vestimenta y su posicionamiento elitista, es también el compromiso de la ciudad con su promoción, que se viste de fotografías en rodajes de películas históricamente relevantes. Cada establecimiento de la ciudad tenía en su escaparate una copia del poster de esta edición, con una bellísima fotografía de Catherine Deneuve. Mientras presenciaba esto pensaba en cómo podríamos aprender de ello para fomentar nuestro festival de cortometrajes en Astorga.

 

Siguiendo con el orden establecido, a cada uno de los visionados de las películas le precedía un protocolario aplauso (que resultaba muy forzado) nada más aparecer la animación de unas escaleras cubiertas en tela roja que llegaban al cielo, donde finalmente aparecía el logotipo del festival. Esta animación no era casual, sino una decisión muy premeditada del mensaje que se quiere transmitir al mundo; que Cannes es la máxima aspiración de los cineastas. Tras las proyecciones, un segundo aplauso denotaba el regusto final del público. Había aplausos muy cortos, aplausos acompañados de onomatopeyas de todo tipo y aplausos que se convertían en ovación, como la que viví tras ver Cerrar los ojos de nuestro gran Víctor Erice.

 

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Mi odisea en el espacio fue conseguir entradas para muchas proyecciones. La web oficial se abría cuatro días antes del día de cada proyección y toda persona acreditada luchaba por su QR. Pude ver nueve películas en primicia:

 

The Zone of Interest, una particular visión de una privilegiada familia alemana que actúa como si el holocausto no estuviera llevándose a cabo a metros de su casa.

 

How To Have Sex, el relato de lo que iba a ser la escapada perfecta de tres adolescentes con ganas de fiesta, de ligar y de emborracharse.

 

Four Daughters, la recreación de la radicalización islámica de dos hermanas a la vista de sus otras dos hermanas y su madre.

 

Creatura, la película que nos representaba en la Quincena de Cineastas; sobre la exploración sexual femenina y la culpa que ello acarrea.

 

May December, una comedia melodramática que trae a la superficie problemas ocultos en una pareja que todo habían superado juntos, mediática y judicialmente.

 

Anatomía de una caída, la clarificación de una muerte repentina y su doloroso juicio que amenaza con romper una relación maternofilial.

 

Little Girl Blue, la experimental y poética vuelta a la vida de una madre.

 

Cerrar los ojos, sobre el legado y el recuerdo de quiénes éramos.

 

Y, para finalizar, Firebrand, la lucha vital de Katerine Parr, la sexta y última mujer del Rey Henry VIII.

 

Me quedé con la pena de no poder ver el corto Extraña forma de vida de Almodóvar y la última de Scorsese, Killers Of The Flower Moon (la cual ha dejado boquiabierta a la crítica). Por casualidad, estaba cerca del momento en el que todo su equipo pasaba por la alfombra roja para su estreno en el Grand Théâtre Lumière. Junto a multitud de personas estuve viendo la retransmisión de cómo Naomi Campbell, Cate Blanchett y Rossy de Palma, entre otros, posaban ante cientos de fotógrafos. La expectación que se creaba cada vez que una cara conocida aparecía era abrumadora, pero yo estaba esperando solo una, la de Martin Scorsese. Los minutos pasaban y los operadores de estas cámaras sabían lo que hacían para aumentar las expectativas. De repente, un plano muestra cómo el staff vacía la alfombra y aparecen coches oficiales llegando al recinto. En el siguiente plano, los fotógrafos preparan sus cámaras mientras luchan por el mejor ángulo. La multitud se pone nerviosa y sacan sus teléfonos para grabar el momento. En otro plano abren la puerta de un coche oficial y…Martin no llega. Es otro actor de star system hollywoodiense. Sin embargo, se me hace tarde, tengo una proyección a la otra punta de la ciudad y si no cojo el autobús me quedaré sin ella. Así que no pude ver al entrañable director, ni siquiera a través de una pantalla.

 

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En el Marché du Film tuve la oportunidad de charlar con Pablo Conde, director de industrias culturales y bienes de consumo en ICEX, quien lleva más de 30 años trabajando en este pabellón. Tal y como me comentó, la finalidad de este espacio es dar notoriedad y utilizar el mercado como escaparate del talento y potencial del cine español. Desde el ICEX y el ICAA (Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales) seleccionan los proyectos nacionales con mayor posibilidad de ventas condicionados por sus etapas de desarrollo para darles un futuro próspero. Además, en el pabellón están presentes empresas y comisiones de cine estatales y autonómicas que tratan de atraer rodajes a sus zonas, lo que se traduce no solo en un aumento del empleo local, sino en un turismo de rodajes habitual entre cinéfilos a nivel global. Como dice el ICAA es el momento de nuestro cine y, como me comentó Pablo Conde, esto acaba de empezar.

 

Me llevo una experiencia más que gratificante, como siempre es para mi acercarme al mundo del cine. Está claro que cada festival es diferente, pero este lo es por muchas razones. Su prestigio, sus normas de conducta, su organización, su extensión más allá de la proyección de cintas y su iniciativa para contribuir a la industria son algunas de ellas. Lejos de comparaciones innecesarias, yo tenía muy presente a nuestro festival. Considero todo un un orgullo que una ciudad de poco más de 10.000 habitantes como Astorga haya conseguido levantar veinticinco ediciones de una puesta en valor del cortometraje. Si algo debiéramos mejorar al respecto es en sacar pecho a la hora de hablar del mismo. Mientras tanto, no está nada mal abrir los ojos con respecto a lo que hace el resto, incluyendo el de Cannes, para ver cómo podríamos llevarlo al siguiente nivel.

 

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