Paz Martínez
Sábado, 10 de Junio de 2023

Invictus

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En lo más profundo de mi ser, anida una determinación férrea y una voluntad indomable. El paso que cada día debo dar hacia delante es una contradicción que a menudo invoca los límites en los que me muevo. Demasiado a menudo, también, olvido cuantos límites me marca la ausente salud. En cualquier caso, podría sin problema, admitir que estoy hecha unos zorros, reconocer que estoy apartada de todo por falta de ánimo, que en un mes he escrito esta columna sin saber muy bien que he de decir. Mi cabeza se asemeja a un desierto árido donde apenas crece nada nuevo, está llena de un ruido sordo. Me gusta escribir en este espacio, sin presión. Siempre arropada por esos cuatro lectores que no fallan a la lectura y esos otros cuatro que me ponen el pulgar para arriba cuando comparto el enlace, solo para hacerme sentir bien, porque en realidad nunca me leen. Lo sé porque la última vez que escribí, ya contaba que estaba hecha unos zorros, y también me pusieron su pulgar para arriba. De haber leído una sola línea no se hubieran atrevido. Pero me parece bien.

 

Nunca he tenido reparo en escribir contando en verso mis miserias, en hablar de mi falta de salud, de mi método para engañar a la parca haciéndole creer que no me importaba que su figura me rondara. Pero es imposible ganar a la enfermedad cuando me marca los tiempos y me da y me quita disposición ante los días. Y pienso, necesito y me prescribo poesía, esa poesía de ensalmo, que los poetas escribieron para sacarse el dolor de las entrañas y hacer algo bello con él. Porque para eso sirve, para sanar, para transformar el sufrimiento, el fango, la sangre, la derrota, el desconsuelo o la lucha en un cuadro hermoso que uno mismo y otros sean capaces de sentir e interpretar. Y todo lo demás son monsergas y estrategias de marketing.

 

Y pienso en William Ernest y su tuberculosis: […En las garras de las circunstancias / no he gemido ni llorado. / Sometido a los golpes del destino / mi cabeza sangra, pero está erguida…].Dicen que Nelson Mandela tenía los versos de Invictus en la pared de su celda. Determinación y resistencia frente a la adversidad. A través de versos poderosos, la idea de que, a pesar de cualquier limitación física, uno puede mantenerse fuerte y ser el dueño de su destino.

 

Y pienso en Las flores del mal de Baudelaire: “…Tengo miedo del sueño como se teme un gran túnel, / repleto de vago terror, camino hacia quién sabe dónde; / no veo más que infinito por todas las ventanas, / y mi espíritu, siempre acosado por el vértigo, / envidia la insensibilidad de la nada.” La fragilidad del cuerpo, el destino incierto, la sensación de abrumadora vastedad y la falta de límites definidos, a veces, incluso la envidia hacia la ausencia de sensaciones y emociones para sofocar el vértigo.

 

La poesía es el cubo y la soga que consiguen sacar agua fresca del pozo oscuro en que me hallo. La busco y me calma. Cuando no encuentro mis propias palabras bebo de los versos dolorosos de otros para entender. Y todos expresan mi dolor físico, la falta de motivación y de inspiración. Un nudo que solo puede sanar con el propio germen de la belleza de la desolación, del padecimiento. Me abandono a esta declaración para que las palabras vuelvan a mí, me vacío derramando este instante sobre papel para llenarme de nuevo, ¿no fue así siempre? ¿Explorar el sufrimiento y la necesidad de expresarlo hallando la transformación a través de la creación literaria? Por tanto, versando a Vallejo:¿Hablando de la leña, callo el fuego? Entonces, vive la poesía en mí para vivir yo. Me sorprende con su catarsis metafórica de lo íntimo. Bajo las persianas, me entrego a la penumbra y descanso para que poco a poco todo vuelva a ser como antes de este último golpe. Y escucho dentro de mí a Dickinson que me dice “La Esperanza” es esa cosa con plumas / que se asienta en el alma / Y entona la canción sin las palabras / Y nunca se detiene — del todo —… ”Y también a Rimbaud o a Anne Sexton: “Me gusta pensar que nadie moriría nunca más / si todos creyéramos en las margaritas…”, Paul Celan también ha venido estos días. ”¿Quién dice que se nos murió todo / cuando se nos quebraron los ojos? /Todo despertó, todo comenzó.”

 

¡Qué necesarios son los poetas cuando lo único que quieres es poner palabras al desasosiego! Y que la penumbra y la calma sean medicina.

 

Está todo en reposo:

la sombra y también la claridad,

la escritura y la flor.

 (Rainer Maria Rilke)

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