Eloy Rubio Carro
Domingo, 11 de Junio de 2023

Crónica de los días que pasan

Nuria Viuda. Crónica de los días que pasan; Editorial Dalya, colección Letras Doradas nº 11; 2023

 

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Pudiera parecer que este libro es un calendario de paseos a lo largo de los días de un año. Pero resulta imposible identificar los días por su valor numérico, lo que siendo el mismo, pongamos 2 de febrero, lo hace único. La vivencia y en este caso su escritura reconoce su singularidad. Tendremos en cada texto noticias sobre el mes y la estación en la que estamos, pero siendo ‘lo mismo’, ‘2 de febrero’, lo otro es lo que importa, lo que le da identidad; ‘ese 2 de febrero’. Sin embargo eso mismo puebla lo otro, lo anecdótico, el pensamiento que se clava como un sol o que se desliza como una nubecilla.

 

Cuatro partes y un epílogo conforman el libro. En las tres primeras secciones identificamos los meses. ‘Del fruto a la calima’ va de abril a septiembre. ‘Tránsitos’ marzo y septiembre. ‘De la caducidad al hielo’ de octubre hasta finales de enero. Quedan fuera del ciclo de la rodadura, como colofón del libro, las secciones más breves ‘Del tiempo fuera del tiempo’ y  ‘Epílogo’.

 

Si quisiéramos explicar lo que se explicaría por sí mismo -pues lo óptimo sería que la energía de esta obra implicada en su discurrir pudiera ser sentida-, podríamos  interpretar su 'Epílogo' en el que proclama que a pesar de lo dicho lo mejor estaría aún por decir, como una advertencia al crítico que se atreviera a decir palabras sobre estas palabras. También aquí lo mejor quedaría por decir. Sírvame de excusa. Advierte también este ‘Epílogo’ de las mutaciones climáticas al tiempo de las que se producen en quién las consigna y escribe, mutatis mutandis, calladamente.

 

En ‘Del tiempo fuera del tiempo’, fuera de la rueda incontable de los días, abunda la nostalgia, la añoranza, una especie de ‘saudade’ que por la repetición de lo mismo (2 de febrero), quisiera la repetición de lo otro (2 de febrero). La propia vivencia y la escritura la harán imposible, preparan la reminiscencia futura. Aquí la infancia o la primera experiencia es el deseo de ser el mismo. Pero lo que sucede, lo que se consigna, es lo abierto en construcción permanente a la maravilla, o al desconcierto. Tal vez sea eso que Nuria Viuda denomina "HIPNÓTICO AZUL SIEMPRE EL REGRESO”: "una palabra mágica que contiene todos los significados y los deseos de los hombres que arriban a puerto desde tierra adentro". Hay lugar en los días de los meses de los años para la expansión y para el encogimiento de las palabras, de un 'ser ahí' que fuera de tiempo. Como una lupa hacia los días fríos se destacan también las 'palabras-hielo' y sus seducciones: La añoranza reencontrada alberga la muerte salvo por ese puntito de luz que la hace imposible y que le permite renacer. Es así como, leído desde aquí el libro, asistiríamos al diario de una resurrección. Esta lectura es posible, pues ‘Crónica de los días que pasan’, de Nuria Viuda es cíclica, en un tiempo que retorna y que no obstante huye del encierro de la circularidad. "Un retazo de luz en las aguas, en las fuentes de invierno donde mengua la tarde". (290)

Con este bagaje comienza el desfiladero de los días solo reconocibles por el mes que los acoge. Por eso las entradas del mes de abril, por ejemplo, serán ‘Abril y sus días’. Y lo mismo mes a mes, día a día.

 

Una vuelta por mi cárcel’, titulaba Yourcenar el último de sus libros de viajes. Un escrito de gran ternura y melancolía y mucha pasión, con la frescura de lo recién descubierto. Algo así, pero en una pirueta más sublime, intentaría hacer Nuria Viuda. La frescura en lo otro que permanece en lo mismo. Otra vuelta por su cárcel. Así ruedan los días de hora en hora y dejan de ser tediosos cuando no habrá otro día igual, cuando las evocaciones se ensartan a modo de ‘matrioska’, exteriorizándose para una posterior interioridad y que podría venir de la mano del paisaje de cada mes.

 

Por descontado que por estos paseos a través de los meses y los días transcurren infinidad de evocaciones como pensamientos y sucesos que van a dar lugar a los contenidos de la escritura.

El ‘flaneur’ baudeleriano es el hilo conductor, quien pasea y constata y extraña y provoca la extrañeza.

Los asuntos son diversos pero el tiempo es a un tiempo sustrato de todos los demás. Es el paso del tiempo y lo que pasa al pasar de los día, con la reviviscencia que impone a este pasar todo repensar. No hay narración salvo la automática que no imponga su tiempo al tiempo, al tiempo que quisiera torsionarlo para provocar inciertas coincidencias: "Ya ves que cada día que pasa es improbable otro verano para todos" y "Vivir es un milagro traducido en una lengua extraña. Pero es nuestro tiempo el que transcurre y aún no hemos coincidido." (183)

Sin embargo la imposibilidad de esa torsión del encuentro en el deseo se ve imposibilitada, en los azares de cada instante. Quizás sea una crítica a la convención social, al temor a lo más cercano que coarta la imaginación, el deseo: "Amamos lo lejano en detrimento de lo palpable", ese miedo que impide el arrebato en cada casualidad, el poder proyectarse más allá del instante al instante otro, el saberse deudor de antigüos instantes como inconveniencias que habría que repensar. Este libro da rienda suelta a esos deseos en el plano imaginario.

 

Eso que sería la vida de verdad resulta así invivible y se hace consciente. Esa vida de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal no se encuentra en la reminiscencia, pero en su evocación se hace presente. El vivir en "esa magnífica continuidad de esperanza", privilegio de la primera juventud. La revelación de un algo de nuestro yo que está latente, esa vida invivible queda mostrada en esta ‘Crónica de los días que pasan’.

Por eso cuando declara la imposibilidad del cumplimiento de ese deseo, de esa enorme compasión comunicante que vendría del interés por el paseante ocasional, nos deja la esperanza radicada en su escritura, pues todavía hace pensar en el rescate de lo no dicho o de lo indecible; "Todavía, es la palabra más hermosa de todas las palabras, porque contiene todos los instantes." (193). ‘Todavía no’ que diría Erns Bloch en ‘El principio esperanza’.

 

Es en el escrito donde se ejecuta el doblete de la recuperación del instante, pero recuperándose para ese otro instante que está en ciernes. La escritura es el acicate recuperativo de la conciencia en la que reposan los instantes, el suceso a cada instante: "La helada ha permanecido varada en los cristales. En el césped de parques desiertos, en las hojas perennes y caducas". (235) La escritura como reflejo del reflejo de lo mental lleva a una lectura del “reflejo hacia las cosas”, hacia esos cristales helados donde un dictado inscribe. Una intensa alianza entre quienes por distintas vías accedan a un dedo helado que escribe en el cristal, en la nieve, en el papel en blanco.

 

Por un momento parece que las cosas señalan el momento, pero tal vez no fuera así, sino que el sol, la palabra, la escrita se revela en ellas, las hace: el sol engañando las primeras horas; el ave alzada a la cúspide de la rama más alta del árbol ya desnudo, de nuevo el sol de atardecida reflejando su rayo en la ventana; un último destello en la empuñadura de plata de un bastón con el que saluda a un anciano: 'salve'. Estas son sus marcas de los días, las que los hacen distinguibles. Una misma luz marca los días y la interioridad.

Este pasar del tiempo por la repetición y la diferencia es también el tiempo del vértigo, del no poderlo ganar del todo, un sentimiento de estupor: "Son ya tantos inviernos sobre las solapas que da miedo, vértigo, estupor ante el paso precipitado de la vida." (252)

 

En una sección aparte, ya al final, titulada ‘Del tiempo fuera del tiempo’ nos encontramos con dos manojitos ajenos a la contabilidad de los días, pero dependientes también de las condiciones climatológicas, la luz de cada 2 de febrero (día de la luz) es así variable, dependerá de los vientos el que la candela se mantenga encendida.

Los días, los meses no se conocen por el minutero, sino por su luz. En 'Palabras luz'. Comenta frente al ancho mar: "Si por mi fuera podría mantenerme así toda una vida, contemplando los cambios sustanciales de la luz reflejada en las aguas". (280)

Así el "hipócrita lector" debería de contemplar estas entradas de cada día a la luz de los cambios que provocan la sensibilidad en la emoción. "HIPNÓTICO AZUL SIEMPRE EL REGRESO" es la denominación para ese compendio añorado en cada cual que provoca la percepción de los cambios, el descubrimiento de la belleza ínsita en cada cosa, que proviene, pero no se detiene, de la percepción originaria, cuando las cosas se echaron a andar y donde acaso "se completó el círculo del sufrimiento". Ese su ser no siendo.

 

Lo pasado en el pasar son los asuntos que se tratan sobre este sustrato del tiempo. Así abundan los epígrafes o fragmentos donde se realiza la crítica social. Los personajes menos solares se detectan en los días más oscuros. En noviembre "el repunte de drogadictos se eleva en escala imparable, y vence la heroína (...)” (232). La soledad de los ancianos: "no tiene redes sociales o como coño se diga, aunque tendría mucho que compartir. ¡Está tan sola! Incluso existen días en los que no charla con nadie." (211)

Los mendigos son objeto de continua preocupación, así como los suicidas juveniles etcétera.

Otro asunto importante es el espacio, los espacios, las calles. Nunca se sabe exactamente en qué lugar estamos, pero sabes que estás en una calle, en un antro humoso o en "los bordes del espacio". El paisaje como un paralelo del paisaje del alma. En octubre: "Planchada el alma espátula y rodillo. Decorando los espacios antes que otoño, puro y duro, rellene de hojarasca cada resquicio del parque íntimo. Estío esperanzado." (205)

 

Es de destacar también los cierres líricos. Los días terminan con frecuencia de manera contundente amplificando lo cotidiano al universal: "Adentro, vive conmigo un pez que salta cada vez que te pienso". (99)

"A ratos la vida es como perder un pendiente de brillantes en una calle oscura". (90)

O este otro, para terminar con un ejemplo, "que larga la espera hacia el verdor de alga". (71)

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