Hablando de 'El hablador' en el Club de Lectura de la Biblioteca de Astorga
![[Img #64241]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2023/3253_1-dsc_6782-copia.jpg)
El Club de Lectura de la Biblioteca de Astorga se reunía este jueves para comentar el libro de Mario Vargas Llosa, ‘El hablador’, una novela escrita a dos voces, con dos narradores: Un ‘narrador escritor’, alter ego de Mario Vargas Llosa, otra de un ‘Narrador hablador’ que cuenta los mitos de la tribu de los machigenga, en una transmisión oral, casi radiofónica, traducida de de la lengua matsigenka. Con dos visiones sobre la manera en que se ha de tratar a las tribus residuales en un país moderno. Es posible que las dos perspectivas no sean más que la expresión de un conflicto irresuelto en la mente del escritor sobre ese asunto en el Perú de finales de los años 50.
![[Img #64240]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2023/4210_2-dsc_6785-copia.jpg)
Mientras la postura del ‘narrador escritor’ justificaba la intervención de la cultura occidental en la cultura indígena, pues en muchas cosas habían logrado avances; la postura del ‘narrador hablador’ era purista, de rechazo de toda intervención, incluso de la labor de los misioneros y de los antropólogos. No sin ciertas contradicciones.
La novela surge como pretexto de la investigación de una fotografía que vió el escritor en un museo de Florencia, en la que aparecían un grupo de machiguengas sentados en círculo, escuchando al ‘hablador’. Este hablador parecía más blanco que el resto y Vargas Llosa creyó ver la estampa del amigo convertido a la sazón en machiguenga (Saul Zuratas, alias Mascarita). Esta es la causa evocadora de una disputa antropológica, ética y política referida a su país.
![[Img #64239]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/06_2023/546_3-dsc_6793-copia.jpg)
La novela despierta muchas cuestiones de ese tipo en el lector. Muchas de ellas y más surgieron en los comentarios de los asistentes, que se sintieron interpelados por las continuas preguntas que les lanzaba el escritor.
Los comentarios de los asistentes no solo se centraron en la novela, sino que abordaron asuntos como la colonización española, el relativismo moral y la preadaptación de esas y otras tribus a una posible catástrofe generalizada.
El Club de Lectura de la Biblioteca de Astorga se reunía este jueves para comentar el libro de Mario Vargas Llosa, ‘El hablador’, una novela escrita a dos voces, con dos narradores: Un ‘narrador escritor’, alter ego de Mario Vargas Llosa, otra de un ‘Narrador hablador’ que cuenta los mitos de la tribu de los machigenga, en una transmisión oral, casi radiofónica, traducida de de la lengua matsigenka. Con dos visiones sobre la manera en que se ha de tratar a las tribus residuales en un país moderno. Es posible que las dos perspectivas no sean más que la expresión de un conflicto irresuelto en la mente del escritor sobre ese asunto en el Perú de finales de los años 50.
Mientras la postura del ‘narrador escritor’ justificaba la intervención de la cultura occidental en la cultura indígena, pues en muchas cosas habían logrado avances; la postura del ‘narrador hablador’ era purista, de rechazo de toda intervención, incluso de la labor de los misioneros y de los antropólogos. No sin ciertas contradicciones.
La novela surge como pretexto de la investigación de una fotografía que vió el escritor en un museo de Florencia, en la que aparecían un grupo de machiguengas sentados en círculo, escuchando al ‘hablador’. Este hablador parecía más blanco que el resto y Vargas Llosa creyó ver la estampa del amigo convertido a la sazón en machiguenga (Saul Zuratas, alias Mascarita). Esta es la causa evocadora de una disputa antropológica, ética y política referida a su país.
La novela despierta muchas cuestiones de ese tipo en el lector. Muchas de ellas y más surgieron en los comentarios de los asistentes, que se sintieron interpelados por las continuas preguntas que les lanzaba el escritor.
Los comentarios de los asistentes no solo se centraron en la novela, sino que abordaron asuntos como la colonización española, el relativismo moral y la preadaptación de esas y otras tribus a una posible catástrofe generalizada.