Esteban Carro Celada
Domingo, 25 de Junio de 2023

Asturica o las chicas del 19 (XXI)

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De Manolita Panero a Pepita Crespo

 

La tercera entrevista de ‘Querubín’, bajo el rótulo de "Del rico vergel femenino" está dedicada a Manolita Panero. En casa de los Panero hay una telefonista francesa. Y ella es, un poquitín "romántica y neurótica", a decir de ‘Querubín’. La conversación telefónica casi se hace "con frases musicales". Lee poco Manolita. Es aficionada a la música.  Enamorada del teatro. En el Casino se nos revela como una artista consumada "con matices especialmente en los momentos más culminantemente poéticos”. Manolita fue la madre del poeta astorgano, Manuel Ramón Fernández Panero, radiofonista en Palma de Mallorca.

 

La cuarta entrevista pertenece a Pepita Crespo. Esfinge maragata casi legendaria que se fotografía con flores en la mano. El periodista de ‘Asturica’ la ve sublimada como "mujer portentosa, de espléndida belleza, sólida, arrogante y soberana". Fue su primera novia. Es bravía "vestal del pudor y del misticismo". Le encantan las rosas de té y los claveles. La ve alzar los brazos en ánfora “. A Pepita le gustan los versos de Segovia. También estar en Santa Colomba de Somoza. Cuando sale de hacerle la entrevista, el periodista ya la ha convertido en zarina del Imperio. Hay un brillo final de topacios, turquesas, rosas bermejas y azucenas. Es decir, la botánica y la mineralogía completas aplicada a la metaforización tópica y doctrinal. Así es el estilo de aquel tiempo en provincias. ‘Querubín’ pregunta, en otro número, por el brazo que deben ofrecer los caballeros a las señoras. Contestan casi con unanimidad que el derecho. Cada cual alega diferentes razones, especialmente para el manejo del abanico. Pilar, Matilde, Esther, Consuelo, Mercedes y Arminda contestan.

 

 

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De Pepita Gavela a Teresa Blanco

 

Para Pepita Gavela ya no hay fotografía. Como, por aquellos días, es elegida una de las tres gracias de la belleza astorgana, se le ofrece supletoriamente un ‘extra’. En casa de Pepita Gavela mira "a la plaza, tras la celosía de unas cortinas de encaje. Del cantón subían murmullos de gente de risas cascadas". Primero apareció Nievitas, angelical y monina, pidiendo "hojas de moral para sus gusanos de seda". Después la voz musical de Pepita, "su taconeo intermitente, el chasquido de un broche, el crujir de un vestido. Se abrió una puerta y surgió Pepita. Radiante, esplendorosa". La considera niña con ojos zarcos, bucles de oro. "Si Pepita supiera que era tan hermosa como perdería la gracia de ignorarlo". Pepita Gavela es más práctica que su homónima, la Crespo, y amiga. Tuvo que cambiar al morir su madre; "de su carácter locuelo, de muñequita frívola, propicio de la edad primera, se tornó en motivo de seriedad y tristeza". Hay tormenta ese día. Quiere ser abogada y, dice el periodista, que "habría que sofocar una alteración de orden público todos los martes, para entrar en tu bufete". La mano de la niña, al despedirse, es aterciopelada. Y todo eso.

 

La última entrevista se la hizo a Teresa Blanco. La fotografía se publica una semana más tarde, el 20 de julio. Teresa Blanco es una princesina de Wateau, versallesca. La constituye alada de ojos de endrina. A Teresa le molesta la fuerte prosa realista. Sale a bañarse de luna en la muralla, como queriendo buscar su mágico Torreón. Lee novelas que la dejan enervada y, sobre todo, a Ricardo León. Puede repetir aquello de "¿quién que es, no es romántica?". Le gusta que los hombres sean de verdad, y no muñecos con pantalones. Teresa Blanco es capaz de llorar ante una puesta de sol en la muralla, porque es muy bella".

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