La belleza de lo pequeño
Tomás Sánchez Santiago. La belleza de lo pequeño; Eolas Ediciones 2022
![[Img #64317]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2023/3074_1-1pmrpypil_ac_uf10001000_ql80_-1-copia.jpg)
Hay en este pequeño libro un continuo regreso a la infancia, por recuperar lo cotidiano maravilloso, ‘la magia cotidiana’ que la edad adulta suprime en favor de ‘lo más importante’. La infancia es el lugar de la mirada pura, de la literalidad que alberga un misterio en cada cosa. La poesía sería un intento de recuperar en el lenguaje esa articulación maravillosa de las palabras; otras profesiones también lo intentarían en sus desempeños; aquí se cita la del relojero entre otras.
En uno de los pequeños textos del final del libro se dice: "Ennoblecerlo todo con la mirada: de eso se trata. Al cruzar el parque, fijarse en ese calcetín flotando desamparado en un charco de luces grasientas es ya convertirlo en la conjetura de una historia, en una criatura desechada pero que despide luz propia que nosotros debemos saber descubrir. No de otra cosa se habla en el mundo maravilloso de los cuentos infantiles, cuando un golpe con una varita y ciertas palabras son capaces de hacernos ver lo que nadie ha visto antes. Y es que esa es la clave de la existencia; vivir para ver; para ver lo que nadie más ve." (109)
Esa varita puede ser una especial sensibilidad enfocada a lo pequeño, a lo desatendido, a lo que por costumbre no osamos mirar.
El libro reclama nuestra atención sobre estos aspectos y está dividido en tres partes ‘El sitio de las cosas’; ‘Los seres suaves’ y ‘Los pequeños quehaceres’. Viene precedido de un pequeño prólogo: ‘Contra la demasía’.
En ‘El sitio de las cosas’ aborda lo menudo: "Oh, el chasquido brillante de las cáscaras, / el rumor de los hilos, la pereza / poderosa del corcho en el silencio (…)" (21)
El texto querría lanzarse a una objetividad desde la sensación pura; quisiera decir, desde una posición poética, "a las cosas mismas." Esto no está exento de contradicción. Al negar la percepción sin ‘pre-teorías’, (caso en el que ni ver podría) mantiene ya la pre-teoría del habitar poéticamente en las cosas, en el mundo.
Se suceden entonces las contaminaciones sensoriales, las sinestesias: "Hierven las ciruelas para la mermelada. Su luz en la perola es caediza y dulce, como el de las primeras tardes otoñales, a punto de deslizarse en hebras verdosas. En este borboteo espumoso anda ya la llamarada del invierno." (22). En ocasiones con maneras impresionistas para describir por ejemplo el otoño: "Ha llovido buena parte de la noche. En el reverso de la baranda del balcón han quedado suspendidas, a modo de minúsculas ubres, gotas de agua que tiemblan ante cualquier estímulo. Y siguen, sin embargo, sin aflorar en su pirueta prensil." (23)
Pudiera ser que la mirada poética bien trabajada lograse acceder al objeto en sí mismo, sin ningún tipo de residuo contaminante en el acto de percibir; esto que nos parece imposible, esta radical suspensión de juicio concede un subjetivismo de la conciencia, entonces ser vuelve a ser un yo puro, trascendental. Ser como "ser percibido". Pero no, pues está la infancia como salvaguarda de ese trascendente escasamente emocionado. La sensibilidad subjetiva reivindicada no será entonces la ‘cosa en sí’ sino la cosa emocionalmente dotada. Esta reivindicación poética y tal vez fenomenológica de estar en el mundo abole las jerarquías entre lo 'importante' y lo 'desatendido'. La atención se ha liberado de los grilletes establecidos culturalmente Pero ¿de dónde extraerá sus valoraciones? ¿De alguna forma de intersubjetividad que cobre relieve al ser leídos estos textos? Por ello todos esos objetos desatentos emergen en su esencialidad poética que pretende ser compartida.
"El aceite dejado en las sartenes tras la cena cocinada" cuajado por el frío invernal, metamorfoseado en líquido cuando vuelve al fuego, recuperado como en sueños; "los cuadros torcidos, ¿ Son ellos quienes nos están observando a nosotros? ". (25)
Enumera también una sarta de útiles culinarios en sus formas habitualmente desapercibidas; los envoltorios, las redecillas, las latas de conserva, la "puntilla estremecida" del envoltorio que han perdido las mantecadas, la belleza de las carcasas de los huevos, todas esas barreras que nos protegen del acoso de las cosas, " (...) Los guantes, que interrumpen la música del pulso sobre las cosas igual que varía la luz en los hangares y en las aduanas." (34) Sólo el animal se escapa a ese prudente decorado; despellejado aparece en su desnudez carnal. También lo pequeño inmundo: cáscaras, desperdicios. En esa penumbra el resplandor envuelto. "En el nuevo frigorífico, bellísimos azules de moho en un medio limón." (33) Las desapariciones misteriosas de los objetos que regresan al cabo de los años la "luz limonera de octubre", algo tan grande, tan graciosa que se reparte y baña a todas las demás cosas. Los aparatos eléctricos y sus gemidos, gruñidos, cantos, como sustitutos de los animales de compañía. Los monosílabos de las tapaderas al abrirse: “Ensimismada música 'concreta' de una orquesta de cobres." (31). La "artillería matinal" (despertadores, cisternas estallando… . El olor a tierra: "Una pluma ha aparecido en la galería de la cocina, la que da al patio interior. Es pequeña, con un fino cañón blanco y un ocelo negro que destaca sobre las barbas grises, de ese mismo color enfermizo de las perlas. Me pregunto cómo ha caído aquí, qué ave o qué ángel se ha descuidado al sobrevolar por encima de estos tejados soñolientos." (39). Las deposiciones del azar nombres de calles. Los rastros en la nieve. Los cuerpos callados de las cosas: "A esta gran compasión por las cosas. A ellas me agarro." (43) Etcétera, etcétera
En ‘Los seres suaves’, segunda parte del libro convoca a esos personajes cotidianos de los que apenas nos percatamos de su presencia: "Tuviste que morir para volver a entrar en nuestra memoria." (57). Seres inadvertidos a la luz de la caverna: "(…) La sombra de un caballo insomne en el golfo sombrío de la noche de invierno" (50). Son los seres suaves aquellos que "en la escuela nunca querían hablar delante de los demás (...) Nunca conversaban (...) Perdieron siempre su turno porque su lugar era la desaparición. Sí, yo he conocido a algunos de esos puntos eran los seres suaves". (51). En el pequeño cuento 'Dos historias de Navidad', narra el proceder de dos seres humildes, enternecedor, despreciables por una sociedad que prima la ganancia económica sobre la honestidad, el amor, lo más valioso para Chinito y Manolo: "Lumbre baja que no brilla pero si quema.". Otras "vocaciones de menudencia" caben en esta sección. El olor en los dedos del roce de la flor del tomillo. La pregunta inesperada: " (...) 'Ahora que no hay nadie más en casa -me dijo- quiero preguntarte a ti una cosa: ¿qué es eso que vosotros llamáis el remordimiento?'. Me quedé atónito, derribado por tanta franqueza, por tanta inocencia que solo podría provenir de un ángel". (74). También la rayuela abandonada por unos niños en el parque es digna de consideración, otras agarraduras a la vida.
'Los pequeños quehaceres' es el título de la tercera parte. Quehaceres mínimos desapercibidos de las personas, de sus oficios, del oficio de escribir: "(...) Solo yo permanezco contemplándolo todo, oyéndolo todo en silencio. Porque mi único oficio es esperar; mi único deber, mi secreta tarea pura y difícil: inconfesable.". (83). La mujer "que sigue paseando cada día por el barrio", desde hace 25. "La épica domestica de la cocina", "la vivacidad de los pequeños comerciantes", la tarea minuciosa de un relojero, "de un taller angosto de una calle secundaria", transforma al escritor en su propio trabajo; Sherezade anda entre pucheros. La pintada reveladora de una realidad invisibilizada: "QUIERO LLEGAR A FIN DE MES". La nomenclatura fantástica de algunos comestibles: "¿Tiene cerezas de corazón de pichón? Las conversaciones entre dientes de las dependientas. Los rituales del escritor y su mitología íntima. Los ruidos cotidianos que tejen la existencia de un vecino. Consideraciones sobre la articulación de las palabras en un poema en paralelo al orden en que una vecina tiende la ropa.
No pasa desapercibida, y por ello insisto en ese estado del alma, la reivindicación de la vida de la infancia. La infancia, acude ante ciertas percepciones: "desde la cama, el ruido nocturno de la lluvia vuelve a hacerme pequeño." (31). O la recuperación del sabor de la infancia cuando se refiere a las rosquillas fritas. Esa belleza de ahora parece ser la belleza originaria de las primeras sensaciones vinculadas a la emoción del paraíso que aún permanece en nosotros. La originariedad consiste en la recuperación mediada por la sensación actual, aunque no solo. Esa carencia de la percepción pura de las cosas mismas, sin contaminar toma en ocasiones conciencia dolorosa: "Echo en falta las voces de los niños y los ademanes de los viejos. No se les oye; no se les ve. O es que se han convertido en pájaros.". (62)
En más de una ocasión proyecta en su ¿nieto? Alex su añoranza: "No termines nunca de atravesar ese pasillo infinito, el pasillo de la longitud de la infancia". (65). "Sólo los niños y los poetas se atreven a jugar sin miedo con la arena." (78).
Tomás Sánchez Santiago. La belleza de lo pequeño; Eolas Ediciones 2022
![[Img #64317]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2023/3074_1-1pmrpypil_ac_uf10001000_ql80_-1-copia.jpg)
Hay en este pequeño libro un continuo regreso a la infancia, por recuperar lo cotidiano maravilloso, ‘la magia cotidiana’ que la edad adulta suprime en favor de ‘lo más importante’. La infancia es el lugar de la mirada pura, de la literalidad que alberga un misterio en cada cosa. La poesía sería un intento de recuperar en el lenguaje esa articulación maravillosa de las palabras; otras profesiones también lo intentarían en sus desempeños; aquí se cita la del relojero entre otras.
En uno de los pequeños textos del final del libro se dice: "Ennoblecerlo todo con la mirada: de eso se trata. Al cruzar el parque, fijarse en ese calcetín flotando desamparado en un charco de luces grasientas es ya convertirlo en la conjetura de una historia, en una criatura desechada pero que despide luz propia que nosotros debemos saber descubrir. No de otra cosa se habla en el mundo maravilloso de los cuentos infantiles, cuando un golpe con una varita y ciertas palabras son capaces de hacernos ver lo que nadie ha visto antes. Y es que esa es la clave de la existencia; vivir para ver; para ver lo que nadie más ve." (109)
Esa varita puede ser una especial sensibilidad enfocada a lo pequeño, a lo desatendido, a lo que por costumbre no osamos mirar.
El libro reclama nuestra atención sobre estos aspectos y está dividido en tres partes ‘El sitio de las cosas’; ‘Los seres suaves’ y ‘Los pequeños quehaceres’. Viene precedido de un pequeño prólogo: ‘Contra la demasía’.
En ‘El sitio de las cosas’ aborda lo menudo: "Oh, el chasquido brillante de las cáscaras, / el rumor de los hilos, la pereza / poderosa del corcho en el silencio (…)" (21)
El texto querría lanzarse a una objetividad desde la sensación pura; quisiera decir, desde una posición poética, "a las cosas mismas." Esto no está exento de contradicción. Al negar la percepción sin ‘pre-teorías’, (caso en el que ni ver podría) mantiene ya la pre-teoría del habitar poéticamente en las cosas, en el mundo.
Se suceden entonces las contaminaciones sensoriales, las sinestesias: "Hierven las ciruelas para la mermelada. Su luz en la perola es caediza y dulce, como el de las primeras tardes otoñales, a punto de deslizarse en hebras verdosas. En este borboteo espumoso anda ya la llamarada del invierno." (22). En ocasiones con maneras impresionistas para describir por ejemplo el otoño: "Ha llovido buena parte de la noche. En el reverso de la baranda del balcón han quedado suspendidas, a modo de minúsculas ubres, gotas de agua que tiemblan ante cualquier estímulo. Y siguen, sin embargo, sin aflorar en su pirueta prensil." (23)
Pudiera ser que la mirada poética bien trabajada lograse acceder al objeto en sí mismo, sin ningún tipo de residuo contaminante en el acto de percibir; esto que nos parece imposible, esta radical suspensión de juicio concede un subjetivismo de la conciencia, entonces ser vuelve a ser un yo puro, trascendental. Ser como "ser percibido". Pero no, pues está la infancia como salvaguarda de ese trascendente escasamente emocionado. La sensibilidad subjetiva reivindicada no será entonces la ‘cosa en sí’ sino la cosa emocionalmente dotada. Esta reivindicación poética y tal vez fenomenológica de estar en el mundo abole las jerarquías entre lo 'importante' y lo 'desatendido'. La atención se ha liberado de los grilletes establecidos culturalmente Pero ¿de dónde extraerá sus valoraciones? ¿De alguna forma de intersubjetividad que cobre relieve al ser leídos estos textos? Por ello todos esos objetos desatentos emergen en su esencialidad poética que pretende ser compartida.
"El aceite dejado en las sartenes tras la cena cocinada" cuajado por el frío invernal, metamorfoseado en líquido cuando vuelve al fuego, recuperado como en sueños; "los cuadros torcidos, ¿ Son ellos quienes nos están observando a nosotros? ". (25)
Enumera también una sarta de útiles culinarios en sus formas habitualmente desapercibidas; los envoltorios, las redecillas, las latas de conserva, la "puntilla estremecida" del envoltorio que han perdido las mantecadas, la belleza de las carcasas de los huevos, todas esas barreras que nos protegen del acoso de las cosas, " (...) Los guantes, que interrumpen la música del pulso sobre las cosas igual que varía la luz en los hangares y en las aduanas." (34) Sólo el animal se escapa a ese prudente decorado; despellejado aparece en su desnudez carnal. También lo pequeño inmundo: cáscaras, desperdicios. En esa penumbra el resplandor envuelto. "En el nuevo frigorífico, bellísimos azules de moho en un medio limón." (33) Las desapariciones misteriosas de los objetos que regresan al cabo de los años la "luz limonera de octubre", algo tan grande, tan graciosa que se reparte y baña a todas las demás cosas. Los aparatos eléctricos y sus gemidos, gruñidos, cantos, como sustitutos de los animales de compañía. Los monosílabos de las tapaderas al abrirse: “Ensimismada música 'concreta' de una orquesta de cobres." (31). La "artillería matinal" (despertadores, cisternas estallando… . El olor a tierra: "Una pluma ha aparecido en la galería de la cocina, la que da al patio interior. Es pequeña, con un fino cañón blanco y un ocelo negro que destaca sobre las barbas grises, de ese mismo color enfermizo de las perlas. Me pregunto cómo ha caído aquí, qué ave o qué ángel se ha descuidado al sobrevolar por encima de estos tejados soñolientos." (39). Las deposiciones del azar nombres de calles. Los rastros en la nieve. Los cuerpos callados de las cosas: "A esta gran compasión por las cosas. A ellas me agarro." (43) Etcétera, etcétera
En ‘Los seres suaves’, segunda parte del libro convoca a esos personajes cotidianos de los que apenas nos percatamos de su presencia: "Tuviste que morir para volver a entrar en nuestra memoria." (57). Seres inadvertidos a la luz de la caverna: "(…) La sombra de un caballo insomne en el golfo sombrío de la noche de invierno" (50). Son los seres suaves aquellos que "en la escuela nunca querían hablar delante de los demás (...) Nunca conversaban (...) Perdieron siempre su turno porque su lugar era la desaparición. Sí, yo he conocido a algunos de esos puntos eran los seres suaves". (51). En el pequeño cuento 'Dos historias de Navidad', narra el proceder de dos seres humildes, enternecedor, despreciables por una sociedad que prima la ganancia económica sobre la honestidad, el amor, lo más valioso para Chinito y Manolo: "Lumbre baja que no brilla pero si quema.". Otras "vocaciones de menudencia" caben en esta sección. El olor en los dedos del roce de la flor del tomillo. La pregunta inesperada: " (...) 'Ahora que no hay nadie más en casa -me dijo- quiero preguntarte a ti una cosa: ¿qué es eso que vosotros llamáis el remordimiento?'. Me quedé atónito, derribado por tanta franqueza, por tanta inocencia que solo podría provenir de un ángel". (74). También la rayuela abandonada por unos niños en el parque es digna de consideración, otras agarraduras a la vida.
'Los pequeños quehaceres' es el título de la tercera parte. Quehaceres mínimos desapercibidos de las personas, de sus oficios, del oficio de escribir: "(...) Solo yo permanezco contemplándolo todo, oyéndolo todo en silencio. Porque mi único oficio es esperar; mi único deber, mi secreta tarea pura y difícil: inconfesable.". (83). La mujer "que sigue paseando cada día por el barrio", desde hace 25. "La épica domestica de la cocina", "la vivacidad de los pequeños comerciantes", la tarea minuciosa de un relojero, "de un taller angosto de una calle secundaria", transforma al escritor en su propio trabajo; Sherezade anda entre pucheros. La pintada reveladora de una realidad invisibilizada: "QUIERO LLEGAR A FIN DE MES". La nomenclatura fantástica de algunos comestibles: "¿Tiene cerezas de corazón de pichón? Las conversaciones entre dientes de las dependientas. Los rituales del escritor y su mitología íntima. Los ruidos cotidianos que tejen la existencia de un vecino. Consideraciones sobre la articulación de las palabras en un poema en paralelo al orden en que una vecina tiende la ropa.
No pasa desapercibida, y por ello insisto en ese estado del alma, la reivindicación de la vida de la infancia. La infancia, acude ante ciertas percepciones: "desde la cama, el ruido nocturno de la lluvia vuelve a hacerme pequeño." (31). O la recuperación del sabor de la infancia cuando se refiere a las rosquillas fritas. Esa belleza de ahora parece ser la belleza originaria de las primeras sensaciones vinculadas a la emoción del paraíso que aún permanece en nosotros. La originariedad consiste en la recuperación mediada por la sensación actual, aunque no solo. Esa carencia de la percepción pura de las cosas mismas, sin contaminar toma en ocasiones conciencia dolorosa: "Echo en falta las voces de los niños y los ademanes de los viejos. No se les oye; no se les ve. O es que se han convertido en pájaros.". (62)
En más de una ocasión proyecta en su ¿nieto? Alex su añoranza: "No termines nunca de atravesar ese pasillo infinito, el pasillo de la longitud de la infancia". (65). "Sólo los niños y los poetas se atreven a jugar sin miedo con la arena." (78).






