Sol Gómez Arteaga
Sábado, 08 de Julio de 2023

Otras vacaciones

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Es lo que tienen los accidentes. En un segundo te cambian la vida y por más que pienses qué pudiste hacer -u omitir- para evitar el desastre, ya no es posible dar marcha atrás, detener el instante que trascurre entre lo no acontecido y el hecho consumado.

 

Día 3 de julio. Mi pueblo, Valderas. Comienzo de las ansiadas vacaciones de verano. Una llamada de teléfono. Las cosas siempre ocurren con una llamada de teléfono en la que me informan que Miguel, mi marido, se encuentra en el Centro de Salud. Al llegar está echado en una camilla, el brazo izquierdo tapado descansa sobre el pecho. Se ha cortado en la mano izquierda con una sierra circular y se encuentra a la espera de que llegue uno de los cuatro helicópteros que tiene el Sacyl para el traslado al hospital (¡Con las ganas que tenía él de montar en helicóptero!). Empieza un viaje emocionante. Cuatro horas de intervención quirúrgica y alojamiento post-operación en el hotel de cinco estrellas y con vistas al mar y catedral pulcra y leonina al fondo. Un hotel de diseño donde te dan todo hecho pues para eso -dicen- están las vacaciones. También para vaciarse por dentro y resetear y poder hacer luego frente, con renovada energía, a lo que acontezca. Reflexiono estas cosas sentada en mi hamaca azul marino mientras miro, paciente, las casitas de la costa que se extienden delante de mis ojos y siento correr por mi cara una ligera brisa. Pienso, aunque parezca raro, que estaría bien tener siempre delante una vista así, aunque ya aprendí que nunca nada es para siempre.   

 

La estancia en este hotel de cinco estrellas, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los alojamientos turísticos, es abierta, impredecible. Sabemos cuando entramos pero no cuando salimos. Mientras acontece damos largas, distendidas caminatas por el paseo marítimo, saludamos a turistas de paso como nosotros, acogemos entrañables visitas que nos endulzan las horas muertas, atendemos llamadas de teléfono, recibimos y contestamos wasap, hasta nos hemos acostumbrado a los grititos pueriles de la vecina de la habitación de al lado, una anciana con la mirada ida y el gesto torcido a quien todo el mundo llama cariñosamente Guadalupe. Cuando cae la tarde y la hora es más azul, asistimos al encendido de luces que harán más cálida y segura la noche. Porque siempre hay un momento de desazón en medio de la noche en que el pensamiento es más poderoso que el sueño. Es el momento de contar elefantes que se balancean, uno y otro y otro más, sobre la tela de una araña. Es el momento en me da por pensar, ya ves tú, en Ana Frank, que sobrevivió un rato en el cuarto de atrás gracias al poder de la imaginación.

 

No es por dar envidia pero la arquitectura de este enorme edificio hecho para atender el dolor físico que se palia con analgesia, y el psíquico, más difícil de paliar, me tiene totalmente abducida. Mire donde mire la simetría del vacío es de una enorme belleza. En el juego de espejos del ascensor veo mi imagen proyectada hasta el infinito como metáfora mil veces repetida de la espera.

 

Ninguna queja en este hotel donde nadie permanece. El servicio es perfecto, los cuidados impecables. La Sanidad universal, gratuita, especializada que tenemos salva vidas, nos salva, y cuando nos falte y nos falle nos daremos cuenta de lo que vale un peine. En medio del silencio la vida late, y la mano de Miguel, tras el encaje de bolillos más alucinante que he visto en mi vida, resiste resiliente. Está entera. Así que le podemos contar y cantar, como yo hago ahora mentalmente, esa retahíla infantil de los cinco deditos que dice: este fue a por leña, este la partió…

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