Gorrones de verano...
![[Img #64439]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/07_2023/2843_5-nuria-img-20230531-wa0001-1-copia.jpg)
Todos sabemos que la figura del gorrón es un tipismo que nos acompaña donde quiera que vamos. Gorrones y jetas pululan por doquier. Actúan en cualquier ocasión que se presente idónea, y estimulan nuestra imaginación para escapar de ellos.
Esta curiosa y pesadísima figura se nutre a gusto en el verano. Encuentra en el estío su zona de confort acoplándose como una sábana ajustable. Es el vampiro desorientado al que esperamos en las tardes al sol o en los mediodías playeros. Aparece en cualquier momento en terrazas urbanas, rurales, y chiringuitos varios, para llevárselo calentito y no pagar ni una ronda por el método de “pasaba por aquí y vengo a saludaros”.
Siempre se sale con la suya porque nadie se atreve a pararle los pies. Suele pedir consumiciones caras (qué casualidad que nunca se conforme con un café ni una simple botellita de agua mineral) que por supuesto nunca paga o, en el caso de verse muy apurado, es el primero en proponer que se abone todo a medias.
Aprendamos a decir como un mantra:
-Mire no. Me niego a pagarle a usted un vinito con denominación de origen, un ron con limón o un cachi-cachi. Mire, ni hablar. A medias tampoco. O sea que, mientras yo me tomo mi café con leche, he de abonar la mitad de su consumición.
-¡A menudo precio me sale el cafelito! ¡Habrase visto el caradura!
El gorrón no espabila. Se le da fenomenal el disimulo porque está acostumbrado a ejercer su cargo por norma. No se da por aludido en ningún momento: son pocas las ocasiones en que la táctica falla. La gente por no discutir, paga y otorga. Espera la segunda bofetada con una especie de resignación estúpida. Estoy convencida de que al gorrón de turno hay que explicárselo de otra manera. Yo, normalmente, saco mi cartera y abono lo mío directamente al camarero, diciendo que no puedo invitarle porque llevo lo justito para pasar el día. Cosa cierta porque la vida, señores, está muy ‘achuchá’ como para pagar vicios a segundos, terceros y cuartos. Seguro que si nos vamos de compras con esta clase emergente de acompañante, no se le ocurre proponer que paguemos a medias su camiseta y nuestro vestidazo. Hagan la prueba. Propongan su plan al susodicho, ya que estamos en rebajas, y comprobarán que ni por esas. Es un modo perfecto de que acabe entrando en razón. Así, como por la cara. Hay que atreverse a entrarle por el ojito izquierdo.
Verano: tiempo de moscones, gorrones, y otras especies dominantes.
¡Ozú,qué calores hija!
Todos sabemos que la figura del gorrón es un tipismo que nos acompaña donde quiera que vamos. Gorrones y jetas pululan por doquier. Actúan en cualquier ocasión que se presente idónea, y estimulan nuestra imaginación para escapar de ellos.
Esta curiosa y pesadísima figura se nutre a gusto en el verano. Encuentra en el estío su zona de confort acoplándose como una sábana ajustable. Es el vampiro desorientado al que esperamos en las tardes al sol o en los mediodías playeros. Aparece en cualquier momento en terrazas urbanas, rurales, y chiringuitos varios, para llevárselo calentito y no pagar ni una ronda por el método de “pasaba por aquí y vengo a saludaros”.
Siempre se sale con la suya porque nadie se atreve a pararle los pies. Suele pedir consumiciones caras (qué casualidad que nunca se conforme con un café ni una simple botellita de agua mineral) que por supuesto nunca paga o, en el caso de verse muy apurado, es el primero en proponer que se abone todo a medias.
Aprendamos a decir como un mantra:
-Mire no. Me niego a pagarle a usted un vinito con denominación de origen, un ron con limón o un cachi-cachi. Mire, ni hablar. A medias tampoco. O sea que, mientras yo me tomo mi café con leche, he de abonar la mitad de su consumición.
-¡A menudo precio me sale el cafelito! ¡Habrase visto el caradura!
El gorrón no espabila. Se le da fenomenal el disimulo porque está acostumbrado a ejercer su cargo por norma. No se da por aludido en ningún momento: son pocas las ocasiones en que la táctica falla. La gente por no discutir, paga y otorga. Espera la segunda bofetada con una especie de resignación estúpida. Estoy convencida de que al gorrón de turno hay que explicárselo de otra manera. Yo, normalmente, saco mi cartera y abono lo mío directamente al camarero, diciendo que no puedo invitarle porque llevo lo justito para pasar el día. Cosa cierta porque la vida, señores, está muy ‘achuchá’ como para pagar vicios a segundos, terceros y cuartos. Seguro que si nos vamos de compras con esta clase emergente de acompañante, no se le ocurre proponer que paguemos a medias su camiseta y nuestro vestidazo. Hagan la prueba. Propongan su plan al susodicho, ya que estamos en rebajas, y comprobarán que ni por esas. Es un modo perfecto de que acabe entrando en razón. Así, como por la cara. Hay que atreverse a entrarle por el ojito izquierdo.
Verano: tiempo de moscones, gorrones, y otras especies dominantes.
¡Ozú,qué calores hija!